El continente americano ha empezado a ser considerado como un objetivo político, económico y militar en el choque de poderes entre las grandes potencias surgido en la actual guerra fría. La hegemonía mundial de Estados Unidos, consolidada al ocurrir el colapso de la Unión Soviética en la década de los noventa, enfrenta el reto de dos grandes potencias mundiales, Rusia y China, y algunas regionales: Irán, Turquía, Siria y Corea del Norte, en medio de graves tensiones militares en el Medio Oriente, en Europa del Este y en Asia que se expresan en varias guerras limitadas, y al surgimiento de nuevas áreas de influencia. En estos enfrentamientos es necesario considerar la capacidad nuclear de sus actores. Además, se debe diferenciar la actitud geopolítica de Rusia con la de China. Rusia ha mostrado interés en competir con la influencia política y militar norteamericana en escenarios cercanos a su territorio, como Siria y Ucrania, y recientemente también ha demostrado que quiere disputarle esa influencia en la América Latina. China, por el contrario, solo aspira a discutirla en aspectos comerciales.
La América Latina y el Caribe se transformaron, después de la década de los cincuenta, en un escenario propicio para el enfrentamiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Esta realidad condujo, en casi todos nuestros países, a la guerra subversiva, a las dictaduras militares y al atraso económico, particularmente después de la instauración del régimen castrocomunista en Cuba. Tan deplorable realidad hay que conocerla para evitar su resurgimiento. Lamentablemente, las ambiciones de figuras políticas como Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega, Lula da Silva, Cristina Kirchner y Rafael Correa entre otros, con su marcada ambición totalitaria y reprochable conducta populista, pueden conducir a nuestras sociedades a la violencia y a la pobreza. Es verdad que los regímenes totalitarios de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, en los cuales se irrespeta la democracia al limitar la independencia de los poderes públicos e imponer la reelección indefinida, no se pueden comparar con los regímenes de Argentina, Brasil, Perú y Ecuador, en los cuales se respeta el Estado de Derecho y la alternancia republicana.
Este panorama, como era de esperarse, ha empezado a complicarse. Las democracias del continente americano actuaron con marcada debilidad, por mucho tiempo, ante su deber de defender el Estado de Derecho y denunciar las tropelías cometidas por Nicolás Maduro en el ejercicio ilegítimo del poder. El castrocomunismo, como era de esperarse, lo utilizó para iniciar un proceso desestabilizador en la América Latina con el fin de derrocar a los gobiernos democráticos de la región. No es casualidad que la reunión del XXV Foro de Sao Paulo se realizara en Caracas, desde el 25 al 28 de julio, y que, justamente, el título de la declaración final fuera “Unidad de los pueblos en contra del imperialismo”, en la cual casi todos sus considerandos se orientan a enfrentar a Estados Unidos: “La administración Trump, expresión cabal del imperio yanqui y del capitalismo transnacional financiero, busca revertir, con violencia, la tendencia declinante de su poder relativo como centro hegemónico de la derecha internacional”, y: “Es urgente retomar la iniciativa con más vigor y eficacia”. En definitiva, se arreciaba la acción desestabilizadora.
Esa maniobra exigía, antes de iniciar la ofensiva, mostrar cierta capacidad y fuerza. De allí el viaje de Maduro a Rusia: “Llego a Rusia para afianzar nuestras históricas y muy positivas relaciones de intercambio y respeto entre nuestros pueblos”. Su objetivo era mostrar un consistente apoyo de Rusia a su gobierno. Pienso que, en cierta forma, lo logró. La respuesta de Vladimir Putin así lo indica: “Los venezolanos y nadie más en el mundo deberían decidir sobre su futuro. Ningún recurso que se emplee para influir en la crisis venezolana debe deteriorar la situación de la población civil”. También, es necesario valorar el significado que tuvo la importante visita del primer ministro Dimitri Medvédev a Cuba, en la cual públicamente se comprometió a “encontrar formas de ayudar al castrismo a asegurar el suministro de petróleo” y la visita a Venezuela, pocos días después, del viceprimer ministro ruso Yury Borisov para asistir a la reunión de la comisión intergubernamental ruso-venezolana sin haber dado ninguna declaración que señalara la trascendencia del evento y sus consecuencias.
En medio de estas circunstancias estallaron las protestas callejeras en Quito y comenzó la crisis política en Perú. Hay que recordar que las organizaciones afines al Foro de Sao Paulo han cambiado la vía violenta y armada para alcanzar el poder por la electoral, sea esta legítima o ilegítima, acompañada de grandes procesos desestabilizadores para debilitar las bases de sustentación de los regímenes democráticos. Las declaraciones del presidente Moreno, al vincular a Nicolás Maduro en estos hechos, son de suma gravedad. La creciente presencia rusa en respaldo de los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua muestra su interés en comprometer la estabilidad regional, de tal manera que Estados Unidos se vea obligado a dedicarle a la América particulares esfuerzos para evitar la constitución de gobiernos de izquierda radical que puedan comprometer su seguridad interna. Esa presencia está contemplada entre las condiciones que se requieren en el Tratado de Asistencia Recíproca, TIAR, para considerar la existencia de una “amenaza de orden militar extra continental”. Definitivamente, si los regímenes democráticos no logran ponerle punto final a este proceso desestabilizador, nuestros pueblos podrían vivir trágicas circunstancias que conculcarían, por generaciones, su legítimo derecho de vivir en libertad.