Las elecciones presidenciales este y el próximo año en América Latina muestran el avance de una segunda marea roja en la región que amenaza la estabilidad de la democracia liberal en el continente. Las encuestas indican que regresarían regímenes de izquierdas apoyados por los frentes, partidos y las organizaciones radicales del Foro de Sao Paulo (1990), el más reciente Grupo de Puebla (2019) y la organización criminal transnacional del socialismo del siglo XXI-ALBA.
En la primera marea roja, la región vivió el «boom de los commodities» de los años 2000 a 2013. El crecimiento económico de China –9,78% promedio anual para ese período, según el FMI– generó una gran demanda de materias primas, por lo que los precios de los commodities alcanzaron récord histórico. Latinoamérica fue favorecida y estuvo de parranda durante varios años. Por ejemplo, el barril de petróleo WTI alcanzó los 140 dólares, la tonelada de cobre 9.000 dólares y la tonelada de soja marcó los 650 dólares, entre otros. Un boom que emborrachó a los gobiernos de la región e incrementó el gasto público. Fue tal el momento que el presidente del BID para el momento, Luis Alberto Moreno, publicó un libro en el cual anunciaba, con bombos y platillos, que esta era la década de América Latina y el Caribe.
El origen de la primera marea roja fue el desgaste de los partidos políticos latinoamericanos (socialdemócratas, socialcristianos y comunistas), ocasionado por la década perdida de 1980 en América Latina, la caída del Muro de Berlín en 1989, la disolución de la Unión Soviética y la globalización en 1991. Asimismo, el fin de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos dio por sentado el afianzamiento de la democracia liberal y la economía capitalista o de mercado en todo el mundo, a excepción de Cuba y Corea del Norte.
En consecuencia, la democracia no dejó de ser atacada por los grandes derrotados, los frentes, movimientos y partidos comunistas, utilizando el mismo relato de la lucha antiimperialista y popular. Y ante el fracaso de la vía insurreccional para instaurar la dictadura del proletariado, las organizaciones paramilitares de izquierda optaron por competir –como cualquier banda criminal o delincuencial– por el dominio territorial y el control del narcotráfico, fuente primaria de financiación.
Sin embargo, la primera marea roja toma el poder en Latinoamérica a través de las elecciones con el fin de desmontar las instituciones democráticas desde adentro. Logra, entonces, mantenerse a través del establecimiento de un régimen hibrido, en particular: el autoritarismo competitivo.
Fueron los regímenes de Hugo Chávez Frías-Nicolás Maduro (1999-actual) en Venezuela; Néstor Kirchner-Cristina Fernández (2003-2015) en Argentina; Evo Morales (2006-2019) en Bolivia; Rafael Correa (2007-2017) en Ecuador, Daniel Ortega (2007-actual) en Nicaragua y Luiz Inácio Lula da Silva-Dilma Rousseff (2003-2016) en Brasil.
El boom de los commodities dio momentáneamente a las economías latinoamericanas un poco de esperanza, pero no formó la base para una mejora sostenida a largo plazo. Esto condujo al triunfo de gobiernos de derecha en Argentina en 2015, Chile en 2018 y Brasil en 2019, amenazando la empresa criminal transnacional sostenida por los regímenes autoritarios competitivos de Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Y, por ende, el régimen comunista de Cuba.
El nuevo escenario llevó a replantear la estrategia para recuperar los países que integraban la primera marea roja e incorporar a Perú y Colombia para consolidar las instituciones creadas durante la primera década del siglo XXI.
En este sentido, desarrollan el conflicto como mecanismo de lucha para someter al otro, dividiendo a la sociedad entre la falsa dicotomía de los buenos vs malos. Y es que para los regímenes de la marea roja es imposible llegar a acuerdos racionales en las democracias liberales (la lucha de los contrarios marxista). Piensan que solo se logra mediante el sometimiento del otro.
Asimismo, la globalización con la cuarta revolución industrial ha diluido el proletariado al colocar la ejecución de los procesos de la cadena de valor de los negocios en distintos sitios geográficos. Además, ha dado origen a una nueva clase social denominada el precariado –sector social que se ve sometido a inestabilidad e incertidumbre laboral prolongadas y que no percibe ingresos o estos son bajos–. Así, la lucha de clases marxista pierde sentido.
En consecuencia, la lucha de clases se transforma en luchas sociales múltiples pasando por la del cambio climático, el matrimonio gay, la lucha de los pueblos originarios, la de la supremacía blanca, en fin, la de innumerables demandas sociales. Lo que cambia es la motivación de la lucha. Pasa de lo económico a lo emocional, generando un vínculo afectivo para la acción política común contra la democracia liberal.
La segunda variante no cree en los consensos, ni en los acuerdos, ni en las discusiones parlamentarias, ni en la separación de los poderes, ni en la democracia liberal, ni en el republicanismo. Cree en el capitalismo salvaje con totalitarismo. En paraísos fiscales, en lujos, en viajes, en comisiones de grandes constructoras que no acabaron ni una obra y también en fenómenos curiosos como maletas llenas de dólares que vuelan al interior de conventos…
En este momento, el epicentro de la segunda variante está en Nicaragua y Bolivia. Contagio a Chile y avanza en Perú y Colombia.
Por lo tanto, las fuerzas democráticas de la región debemos enfrentar con absoluta determinación esta variante de la marea roja que ataca Latinoamérica. Dudar conduciría a otra década perdida que a lo mejor no podamos superar, la de países subdesarrollados. Pero esta vez con una característica adicional: lo mafioso-criminal.