Después de que el régimen aseguró que el «imperio español» crucificó a Jesucristo, no queda duda de que lo está ocurriendo en Venezuela es la segunda crucifixión de Cristo en los términos de la profanación de sus textos bíblicos y donde unos cuantos fariseos, vestidos de paltó y corbata se han convertido en la más putrefacta bazofia política que en nombre de un «dios» inexistente para la inmensa mayoría de cristianos y regidos por su auténtica palabra, solo es posible ver en estos traidores a Cristo, el cómo conjugan en cada frase la protervidad contra un pueblo.
Entonces si lo que dice el madurismo es verdad y ese «imperio español» crucificó a Cristo, lo que ni siquiera los seudopastores convertidos en «candidatos presidenciales» salen a desmentir, menos sus bolonios «intelectuales», razón por la cual nunca sería blasfemia decir que la segunda crucifixión de Cristo está atada por un régimen que solo miente y miente contra los venezolanos.
La segunda crucifixión de Cristo, realizada por el madurismo, ha llegado cuando su palabra en el propio texto bíblico ha sido manchada y ejecutada en máxima protervidad por quienes desde el poder político en Venezuela niegan el hambre, la pobreza, la miseria y la migración como signos inherentes de quienes jamás han vivido con los mandamientos de Dios, y por el contrario, sus acciones van en favor de la destrucción de un país, acabando los recursos de una nación y subyugando a los más pobres con salarios y pensiones que apenas permiten alcanzar un mendrugo.
La segunda crucifixión de Cristo ha sido maquinada por un madurismo en el que la corrupción representa el argot de cada fariseo. Son los espejos de aquel rico que hablando con Jesucristo sobre qué le faltaba alcanzar para llegar al reino de los cielos, y después de responder a varias preguntas del hijo de Dios, al final éste le dijo que abandonara todas sus riquezas y lo siguiera, pero aquel joven rico no pudo cumplir esa acción. Por ello, el madurismo se niega a abandonar el poder en elecciones libres y justas, y hasta niega la inscripción electoral a una venezolana de 80 años, porque saben que la riqueza alcanzada por esos grupos de poder jamás les abrirán las puertas del cielo, menos estar en consonancia cristiana, si por cualquier razón tuvieran que rendir cuentas ante la justicia terrenal.
La segunda crucifixión de Cristo que trastoca el madurismo sobre su palabra refiere cuando levantan falsos testimonios del prójimo, acusándolos con hechos que solo son la representación de pésimas astracanadas, o sea, se convierten en las analogías contemporáneas de aquellos que acusaron a Jesús de muchos delitos, que jamás existieron y que hoy, como presos políticos, son la singularización de violar cada mandamiento, cada palabra del hecho cristiano, donde un régimen se convierte en verdugo ante la inocencia de muchos.
La segunda crucifixión de Cristo que ejecuta el madurismo está en el ver morir a un niño o un anciano en un hospital por falta de trasplantes de órganos o falta de medicamentos. Es allí cuando viendo las lágrimas de esas madres, hermanos o hijos, podemos vivir cómo, clavo a clavo, fue el terrible sufrimiento de Jesús. Es el espejo del madurismo insensible que jamás se inmuta ante la maldad y el dolor de inocentes.
La segunda crucifixión de Cristo que el madurismo disfruta como si estuviera multiplicando latigazos está al ver cómo millones de venezolanos huyen del país. Es decir, para ellos la engurria de las familias al separarse de sus seres queridos, es decir, otro signo donde las letras del Éxodo fueron convertidas como los evangelios en sus coronas de espinas contra el cristianismo, al ser los protagonistas de un atavismo contra un pueblo.
El madurismo significa el beso de Judas de una política que convertida en ucase disfruta al destruir Venezuela ante la desgracia colectiva de millones de connacionales convertidos en la segunda crucifixión de Cristo.