Venezuela tiene sed. Algún lector me podrá decir que tenemos sed de justicia, bienestar, fraternidad y solidaridad, y ciertamente eso nos está ocurriendo. Hoy me quiero referir a la sed fisiológica, que cada día resulta más difícil de atender ante la falta de agua potable, en casi 90% de las ciudades y asentamientos humanos del país.
Caracas sufre un racionamiento permanente del servicio de agua; Maracaibo, con un lago al lado, vive sin el líquido. Margarita lleva sesenta días sin suministro. Valencia y Maracay reciben agua contaminada. Barquisimeto padece el problema. Los Andes tienen un servicio espasmódico. Agotaría todo mi espacio listando su carencia en todo el país.
La falta de agua es un drama que afecta la salud, el trabajo, y en general la vida cotidiana de los hombres y mujeres que habitan nuestra extensa geografía. Resulta paradójico que siendo nosotros un país bendecido por Dios, con una multiplicidad de cuerpos de agua, estemos padeciendo esta tragedia. En medio de esta temporada de lluvias, la falta de agua para el consumo humano resulta más ostensible y penosa.
En lo que va de siglo, tiempo en el que ha gobernado la misma camarilla de personajes ineptos y corrompidos, no ha habido una política para garantizar a los ciudadanos servicios públicos de calidad, pero sobre todo hemos carecido de una política pública sostenida de conservación, administración y uso del recurso agua.
La barbarie roja liquidó todos los programas de conservación de las cuencas hidrográficas, iniciadas en Venezuela con la creación, por decreto del entonces presidente Eleazar López Contreras en 1937, del Parque Nacional Rancho Grande, rebautizado luego en 1953 con el nombre de Henri Pittier. Durante el pasado siglo XX se decretaron 44 parques nacionales para garantizar la biodiversidad de nuestro país, y con ella asegurar agua abundante y limpia.
Llegado al poder el socialismo castrista se abandonaron los programas de conservación de esas cuencas. Se impuso una desaforada destrucción de bosques para la extracción de minerales, sobre todo oro y coltán, que está devastando los parques nacionales del sur del país donde se genera 80% del agua dulce del país.
La destrucción de la industria petrolera ha afectado el suministro de gas doméstico en buena parte de nuestro territorio, sobre todo en las comunidades rurales y suburbanas. Tal circunstancia ha obligado a millares de seres humanos a regresar al uso de madera para producir fuego para cocinar y atender otras necesidades. A la deforestación de importantes espacios boscosos para ampliar la frontera agrícola y pecuaria se ha sumado, nuevamente, la ejecutada para acceder a la leña.
Y la tala se suma a la contaminación de los cuerpos de agua. Con la llegada de Chávez al poder se paralizaron los programas de saneamiento de los reservorios. Hoy en día se vierten, sin control alguno, a ríos y lagos todo tipo de residuos contaminados que hacen casi imposible el aprovechamiento de sus aguas.
De modo que en pleno siglo XXI continuamos destruyendo nuestros bosques y contaminando nuestras aguas con la anuencia de una camarilla gobernante, más interesada en perpetuarse en el poder que en atender los verdaderos problemas de nuestra sociedad.
Para un cabal aprovechamiento de nuestras aguas y para atender las necesidades de nuestra población, los gobiernos del siglo XX dedicaron esfuerzos enormes, en el campo de la ingeniería y las finanzas públicas, construyendo represas para el riego, para el consumo humano y para la generación de energía eléctrica, a lo largo y ancho de nuestra geografía. También se desarrolló una importante red de acueductos y sistemas hídricos para abastecer de agua potable a ciudades y poblados. Hoy esos sistemas están colapsados, destruidos o parcialmente operativos.
En lo que va del siglo XXI, es decir, durante estos tiempos del socialismo chavo-madurista, no se han construido nuevos sistemas para el suministro de agua potable. Por el contrario, han abandonado los existentes, hasta el punto que las captaciones, tuberías, sistemas de bombeo y plantas de tratamiento han sido abandonadas y carecen de mantenimiento. Ello explica la ausencia de agua en la mayoría de las ciudades o su mala calidad, cuando a duras penas llega a los hogares venezolanos.
Un país sin agua para el consumo y para la industria. Un país sin energía eléctrica, combustibles y comunicaciones tiene una barrera gigante para avanzar. Los grandes logros del siglo XX en todos esos aspectos se han perdido en manos de la camarilla roja, precisamente en una época en la cual, Venezuela recibió la más cuantiosa suma de recursos financieros de toda su historia. Los revolucionarios dedicaron su tiempo y su accionar al saqueó de esa riqueza, y se olvidaron por completo de la tarea de gobernar.
Gobernar, entre otras funciones, es precisamente cuidar el ambiente, mantener y construir las nuevas infraestructuras que permitan impulsar nuestro desarrollo buscando elevar la calidad de vida de nuestros ciudadanos. La camarilla roja solo manda, atropella, roba y abusa. No gobierna. Por eso es una necesidad impostergable sacarlos del poder con los votos de la mayoría de nuestros compatriotas. A esa tarea debemos dedicar nuestros esfuerzos en los días por venir. Reconstruir el país es el gran desafío.