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La salud mental de la política

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Carbajo & Rojo

Por José Luis Carrasco

La Política posmoderna está enfocada al bienestar del individuo votante. Y entiende como Salud Mental todo lo que evite su malestar subjetivo. Afirmaba Platón que los gobernantes de la República deben ser ejemplares, porque los ciudadanos los ven como a sus padres. Así, el político posmoderno sano se comunica en libertad, sin trabas, sin miedos, sin convenciones morales ni restricciones sociales. Pueden emitir cualquier afirmación, aunque sea falsa, de forma convincente y con apariencia auténtica y sincera. La Política es hoy asertiva y contundente, sin inhibiciones ni frenos. Porque los sentimientos de pudor o de culpa pertenecen a los rancios vestigios de una moralidad opresora. La verdad es relativa, multifactorial (otro de los términos insignia de la posmodernísima Salud Mental). El individuo mentalmente sano está por encima de supuestas verdades, que sólo conducen a producir angustia y malestar.

Por las mismas razones, las políticas de Salud Mental de los gobiernos serán el espejo de la salud mental de la Política, y es lo que el pueblo entenderá como lo sano y lo correcto. Poseer un trabajo desahogado, o decidir no trabajar por objeción de conciencia, evitar matrimonios con discusiones y compromisos temporales, no tolerar jerarquías intelectuales o morales, aprender libremente y sin maestros exigentes, tener una relación de igual a igual entre padres e hijos, poder decidir sobre el propio cuerpo a cualquier edad, disfrutar de la libertad de comunicar lo que uno quiera y como quiera, tener el derecho a decidir su propio tratamiento aunque uno esté delirando o a punto de suicidarse, facilitar una sexualidad sin amor dependiente y sumiso, proclamar la autodeterminación del género, superar las represiones, las convenciones y los sentimientos de culpa, hasta conseguir una libertad individual sin restricciones morales. En definitiva, la Salud Mental entendida como la ausencia completa de malestar, de sufrimiento y de compromisos alienantes. La búsqueda sin complejos del bienestar individual, la propuesta de Ley de Salud Mental que circula por el Congreso de los Diputados.

Y el malestar ha de ser abolido. La nueva Política promete liberar al ciudadano del malestar cotidiano, incompatible con la salud mental. De hecho, los trastornos mentales no son sino malestar de la vida cotidiana llevado al máximo y generado según algunos psico-políticos por una sociedad desigual y opresora. La vida no debiera ser tan dura, proclama el político posmoderno. De hecho, muchos de ellos ya se han liberado del malestar de la vida cotidiana al acceder, sin remilgos ni represiones, a una clase privilegiada y poderosa. Mudanza de casa y de barrio, mudanza de pelo, de maquillajes y de vestidos, cirugías estéticas y fotos en revistas glamurosas. Todo un ejemplo para el ciudadano de lo que es salud mental.

Pero, eso sí, sin dejar de hablar como un oprimido. Porque el político posmoderno es ante todo empático, preocupado por el sufrimiento ajeno. La empatía es el gran descubrimiento de la nueva Salud Mental. La empatía en Psiquiatría significa entender el sufrimiento del otro y ponerse solidariamente en su lugar. Pero en Política, la empatía es afligirse por el sufrimiento del otro y cargar las culpas a otros, sean empresarios o inmigrantes.

El cometer errores en la nueva Política no es grave. La posmoderna Salud Mental debe eliminar el concepto de responsabilidad desde la misma infancia. Los suspensos escolares no deben existir, la autoestima es el principal y único objetivo de la Salud Mental. Por ello, en la nueva Política nadie dimite cuando yerra en sus predicciones, en la elaboración de leyes chapuceras, o apretando el botón equivocado al votar. Sólo dimiten los técnicos y algunos políticos honestos de segundo nivel. La salud mental de los políticos se basa en la impunidad y en el indulto.

El ciudadano posmoderno y mentalmente sano debe saber relacionarse y sacar provecho de ello. Por ello la Política se ha adelantado ya para dar ejemplo, y practica el arte de la relación aduladora como principal herramienta de progreso social. La Política nombra a los diputados, a los concejales, a los jefes de servicios médicos, a los directores de empresas y hasta a los reyes magos de la cabalgata, no en función del mérito, sino de la capacidad de adulación y de seducción. Dos cualidades básicas para el empoderamiento social en la nueva Salud Mental de los psico-ideólogos posmodernos.

Los enfermos mentales no existen para la nueva Política. Un enfermo mental es un error social, un fallo de las estructuras. De las del otro, por supuesto, no de las mías. Los enfermos mentales no precisan tratamiento, cariño y compasión, tan sólo rabia para destruir las estructuras sociales dañinas. Un político posmoderno nunca aceptaría un diagnóstico psiquiátrico, una rendición. Como mucho una fibromialgia o una sobrecarga de estrés. La Salud Mental posmoderna, como la Política, no acepta enfermos mentales, sólo agraviados sociales. Y tampoco acepta psiquiatras, sólo libertadores sociales.

Porque la Salud Mental posmoderna es asertividad, no profundidad, eso es asunto de moralistas. Política y Salud Mental son poder, asertividad, energía, carencia de escrúpulos. La Política posmoderna no acepta pensamientos críticos. La polarización es su medio natural, alimentado con un discurso empático superficial dirigido a fomentar la victimización y el odio. No hay lugar para la reflexión: si algo o alguien te causa estrés, le abandonas. Y el único límite ético es el Código Penal que, de momento, aguanta el aluvión.

La Salud Mental posmoderna es ausencia de frustración, de sacrificio, de compromiso y de arrepentimiento. La idolatría posmoderna de la individualidad, el hedonismo, el relativismo y la pura imagen hacen imposible la tolerancia a la frustración y el verdadero compromiso social.

La Política actual es individualista, pero no humanista. Y sus proyectos de Salud Mental, basados en su propia historia, son inventos ideológicos que nada tienen que ver con la salud natural de las personas y del ecosistema. La Política totalitaria del siglo XX era claramente desalmada y llevó al mundo al desastre, se veía venir. Salvando las distancias, la Política actual se engaña a sí misma porque cree, por ignorancia o por soberbia intelectual, mimar al individuo y con ello a la democracia. No parece desalmada por ello, pero puede que sea una ilusión. Como médico me niego a afirmar que la Política actual está enferma, por el respeto que le tengo a la enfermos. Yo creo más bien que está degenerada.


José Luis Carrasco es catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid.

Artículo publicado en el diario ABC de España

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