La salida a la dramática situación que vive el país radica básicamente en la salida del régimen de Nicolás Maduro del poder. No existe otra alternativa para salvar al país. Por más vueltas que se le da al asunto, no se encuentra otra solución, porque el propio régimen ha bloqueado todas las salidas pacíficas y democráticas posibles. Por ese hecho irrebatible, ahora depende todo de la salida de Maduro del poder: el retorno a la democracia, la reposición de la legitimidad de los poderes públicos, la recuperación económica nacional, la vuelta a la unidad nacional y la devolución de la fe y la esperanza a los venezolanos.
El régimen chavista desde el momento mismo de su iniciación demostró que no estaba capacitado para dirigir exitosamente los destinos del país. Durante los catorce años de la presidencia de Hugo Chávez (años 1999-2012, ambos inclusive) el régimen dispuso de todos los elementos requeridos para realizar una gran gestión de gobierno. Pudo haber recuperado al país de la crisis económica originada por la caída de los precios petroleros de principios de los años ochenta del siglo pasado y convertirlo en uno de los más desarrollados de Latinoamérica y del mundo. Tuvo en sus manos los mayores ingresos petroleros, el mayor poder político y el más grande apoyo popular de la historia del país y aun así no lo hizo. Ya a la muerte de Chávez en el 2013 Venezuela estaba en condiciones económicas, políticas y sociales deplorables.
Su sucesor Maduro, escogido por el propio Chávez en sus últimos momentos de vida, accedió al poder con una mínima diferencia sobre el candidato opositor, lo que puso de manifiesto que no gozaba del mismo apoyo popular de su predecesor. Pudo sin embargo haber dado un giro favorable a la situación nacional si hubiera tenido mayores quilates políticos que su guia y mentor. Pero no fue así. Por el contrario, profundizó los surcos trillados por su antecesor, empeorando mucho más la ya crítica situación del país.
La ínfima mayoría con la que Maduro accedió al poder en 2013 se esfumó rápidamente. En diciembre de 2015 perdió con una diferencia de dos tercios las elecciones parlamentarias, pese a todas las ventajas del poder que sin ningún utilizó. De allí en adelante el régimen madurista, en vez de rectificar, mantuvo incólume el rumbo de su gestión y empleó todos los recursos del poder para mantenerse en el cargo. Desconoció e inhabilitó a la Asamblea Nacional electa y manipuló todos los procesos electorales posteriores para dividir a la oposición y conducirla a la abstención electoral. El resultado de ese esfuerzo ha sido que hoy todas las autoridades nacionales (presidente, gobernadores y alcaldes) y al poder público más importante (la Asamblea Nacional) no tienen legitimidad al no ser reconocidos nacional e internacionalmente, salvo por países muy lejanos y ajenos a la cultura, la religión y la historia del país
Tenemos ahora un gobierno de hecho y no de derecho, que domina todos los poderes sin contrapesos ni controles, sin apoyo popular, sin reconocimiento de su entorno internacional, sin recursos financieros suficientes y sin capacidad para resolver los múltiples y graves problemas nacionales. Con todas esas rigideces el régimen madurista está imposibilitado para producir una salida efectiva a la situación del país que no sea su propia salida. Esa realidad debería ser evidente para todos los venezolanos, incluso para aquellos que por diversas razones militan todavía en el campo chavista, porque más temprano que tarde, esa salida ocurrirá. Los países modernos no sucumben por la acción de una minoría encumbrada por más poder que esta tenga, ni se puede ir a contrapelo de la historia por mucho tiempo.
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