Expresando la más íntima naturaleza del régimen, la depredación hecha Estado no siempre incurre en la obscenidad de una alcabala autorizada para que los funcionarios extorsionen al más común de los ciudadanos, so pretexto del almuerzo faltante, tratándose de una lejana carretera interiorana, o la deteriorada taquilla de un cercano despacho oficial. Al subsidio ocasional, volandero y trapichero, equivalente a un vil asalto a mano armada, debemos sumar el más sistemático, riguroso y solemne de todos respecto al régimen, apartado el deterioro constante del salario y la campante desalarización: nos referimos al presupuesto público, un hecho lícito, aunque ilegítimo.
Desde hace década y tanto, en tiempos en los que alguna publicidad y discusión tuvieron los proyectos presupuestarios, supimos no sólo de la deliberada subestimación de los ingresos petroleros anuales, sino de su inmediata remisión a sendos fondos de una muy exclusiva y confidencial incumbencia del ejecutivo nacional, por lo que el más elevado porcentaje del gasto público ha corrido por cuenta de nuestros resignados tributos. Voces atrevidas celebran de vez en cuando el asunto como si constituyese una superación del sempiterno rentismo que nos aqueja, en lugar del masivo hurto o apropiación indebida de los recursos que le quedan a toda una nación que paga, sostiene y entretiene al partido que se ha confundido con el Estado, acaso, pretendiendo sustituirlo.
En un país de desempleados, se dice de las personas de salario mínimo que resultan pechadas por un asombroso y eventual enriquecimiento, quizá por la solicitud pública que termina en un exitoso financiamiento de la urgida pasantía por el quirófano, dejando huella en el historial bancario personal; quizá por la reiterada remesa de divisas diluida entre los estantes de la farmacia y el mercado municipal, escasos los bolívares y dólares simultáneamente. Nadie, absolutamente nadie está exento de pagar el IVA, esto es, el diario alquiler por habitar todavía el territorio que una remota vez dijimos nuestio derramando sudor y sangre por independizarlo.
Por supuestísimo, no hay más contraprestación que la lógica y generalizada ruindad material, unida a una creciente desmoralización que viene con el hambre. Empero, el martirizante subsidio al poder establecido, puede llevarnos y nos lleva a una triste capitulación perdiendo la noción misma de la política como una proeza de la comprensión y de la articulación con arraigo social en defensa de las libertades ausentes: la política que concierne a los inevitables partidos y a las organizaciones de una sociedad civil que suelen excusarse, se ha convertido en una experiencia del abatimiento y enfermiza reiteración de consignas.
La pandemia, el hambre y el vicio imposible de sufragar, barrieron con buena parte de las personas que hicieron vida de calle, menesterosos también expuestos al delito menor, como víctimas y victimarios. Los sobrevivientes de ahora, deben rivalizar con las mafias que expropian los espacios públicos, con las presuntamente informales hamburgueserías, desplazándose a las plazas públicas más modestas para convertirlas en hogar: donde hay un feroz testimonio de miseria, alguien querrá evocar el calabozo de La Carraca que el pintor eligió como escenario para Miranda, en un rincón de la caraqueña avenida bajo el busto de Solano López.
Cual contrato social de las ruindades al que da fiel cumplimiento, el régimen niega la más elemental prestación de los servicios públicos, aspirando a la galopante multiplicación de una indigencia dócil y agradecida por los mendrugos que reciben. Valga la complementación del proyecto de convenio colectivo entre las minorías privilegiadas del poder, a propósito de un instrumento llamado algo así como de extinción de dominio que aparente y sólo aparentemente, no le compete al resto de los mortales. Vale decir, manifestaciones de un mismo fenómeno mejor expresado con una suerte de trabalenguas: el socialismo lumpemproletarizador y del lumpenmilitariat, por cierto, en el curso del particular e irremediable capitalismo de Estado en curso.
De modo que no hay noticias aisladas, coyunturas fortuitas, y caracterizaciones pasajeras para el vasto subsidio a un régimen que, faltando poco, cuenta con una herramienta frankensteiniana de la era digital, como el denominado sistema Patria. Esquilmar a las grandes mayorías, relegándolas a las plazas públicas mientras las haya despejadas, cuenta con el sentido y los alcances que sólo los paraísos fiscales pueden incentivar y motorizar a la espera de su distinguida clientela.
@Luisbarraganj