En la entrega anterior concluíamos en que la abundante riqueza de Venezuela no está solo en el suelo y en el subsuelo, sino que sobre su superficie también hay una inagotable riqueza, los talentos humanos. Ciertamente, en el globo terráqueo están todas las riquezas materiales, pero las inmateriales, las intangibles, están posesionadas en el hombre, en su capacidad intelectual, y allí afloran las inquietudes y maduran las ideas de crear, inventar, descubrir, modificar y transformar. (A propósito del vocablo hombre aquí empleado, es conveniente recordar que es un sustantivo masculino y como género abarca a los dos sexos, es el ser humano).
Cuando surgen ideas, las buenas ideas, no debemos echarlas al reposo, pues no son sombras estáticas. Necesario es darles vida, moverlas, enriquecerlas y hasta jugar con ellas para que alcancen solidez. Luego transformarlas materialmente en creaciones, en realidades. Así, dando esos pasos, nació la cultura y con ella la civilización que nunca se detienen. Ese ha sido, y sigue siéndolo, el interminable camino trazado y emprendido por el hombre hasta que fueron haciéndose presentes en el mundo las ciencias, las artes, la filosofía y la tecnología.
Por otra parte, con el continuo aparecer de necesidades que se hacen tan comunes y nos acompañan en la vida diaria, se hizo necesario, naturalmente, buscar las adecuadas soluciones. Ello, entonces, dio lugar a inventos y se hizo presente la infraestructura; esta es otra certera actividad humana también generadora de abundantes riquezas, entre las cuales se cuentan los medios de transporte, la construcción en general, diversidad de herramientas, máquinas e instrumentos para el trabajo, para el deporte y usos domésticos. Igualmente, el mobiliario en general, con el doble propósito de satisfacer necesidades y brindar comodidades personales.
Estas actividades generalmente son desempeñadas por la iniciativa privada, pero ello no excluye la participación del Estado. Por el contrario, hay una norma constitucional que obliga al Estado prácticamente a aliarse con la iniciativa privada para promover, conjuntamente, el desarrollo de la economía nacional con el propósito de generar fuentes de trabajo y elevar el nivel de vida de la población que redunda en bienestar del país.
Al concluir este tema, del cual nos hemos ocupado en dos modestas entregas, nos da pie para formularnos esta interrogante: ¿Habremos sabido aprovechar los frutos producidos por esas inmensas riquezas de Venezuela, en cuanto a efectos multiplicadores en el desarrollo económico, social y cultural del país? Lamentablemente, la respuesta es negativa. Cierto es que la primera de las prioridades que debe proponerse un buen gobierno ha de ser, ante todo, la educación, luego la salud y con ellas el desarrollo productivo en todos los niveles. En Venezuela la educación, la salud y la inseguridad en todos los sentidos están en un cuarto muy oscuro.