OPINIÓN

La revolución sin rostro

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Es por demás curioso que los intelectuales del régimen no hablen sobre el país o lo hagan una vez por cuaresma. Se supone que el intelectual revolucionario debe estar comprometido hasta los tuétanos con la praxis política revolucionaria en sus obras y en sus reflexiones ad hoc. Ya Marx lo había dicho de manera precisa y estridente en las famosas Tesis sobre Feuerbach: “Hasta ahora los filósofos han interpretado el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”. De manera que la labor del intelectual, entre ellos los filósofos, es la de colaborar orgánicamente con la lucha por imponer el nuevo orden de cosas y una vez obtenido el poder defenderlo y abatir ideológicamente a sus enemigos. Esto está en todos los manuales. Que esto haya sembrado el peor dogmatismo y la ausencia de creatividad en la mayoría de los soldados de la causa es una verdad tan exclamativa que muchos pensadores y artistas revolucionarios la han hecho en buena medida suya, en la medida en que el poder instituido se los permitía, y han levantado la bandera de su relativa autonomía. “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, definió Fidel la política cultural cubana, lo que permitía más de una lectura, más obscura o más clara.

Claro que esos linderos eran demasiado formales, dentro y contra, y dependían en demasía del policía de turno. Echar el cuento de ese “compromiso” revolucionario que en mucho desbordó los cánones marxistas y se convirtió en una de las palabras claves para analizar el pensamiento y el arte del siglo XX sería inacabable. Entre otras cosas porque, con las variables del caso, aún es tema principal de discusión. Para muestra el botón de las opiniones de celebrados pensadores sobre nuestro coronavirus que son eminentemente políticas, a pesar de ser la naturaleza la primera actriz del horrendo acontecimiento planetario.

Yo solo quiero poner este ejemplo para señalar un síntoma tan indiscutible de que estamos ante un régimen tan monstruoso y deforme que no se le puede ni siquiera otorgar algún perfil ideológico. Si sus confesos intelectuales no piensan ni se expresan, qué quedará para un atajo de políticos de baja ralea, más conocidos planetariamente por sus vínculos con mafias y carteles delictivos y por agentes de una de las mayores corrupciones que en el mundo han sido. E incapaces de armar un discurso ligeramente coherente y decente. Desde los delirios verbales inagotables de la incultura y la audacia militares de Chávez hasta la vergonzosa figura de Maduro y su banda que apenas manejan la sintaxis y la mínima coherencia lógica. Aunque a usted le cueste creerlo hay algunos artistas y escritores chavistas, y chavistas todavía, después de todos los crímenes contra el país, que tienen un reconocimiento cierto. O uno que otro profesor ucevista distinto del detritus que dejó la izquierda armada, ya sin armas ni ideas, cuando emergieron sus formas más democráticas y modernizadas, y que han sido los cuadros de la destrucción. Bueno esos señores no hablan, ni en las horas más dramáticas de su “causa”, durante veinte años, y mira que las ha habido. Seguro que se han alimentado bien y han disfrutado de las prebendas del poder, pero qué carajo pueden decir de esta inconmensurable devastación.

Yo diría que sus colegas populistas, hasta los peores, tienen algo que decir, que reivindicar. El peronismo antes de caer en la corrupción rampante y la ineptitud a lo Cristina, puede hablar de una tradición obrerista y de unos caudillos, Perón y Evita, que algo hicieron por los olvidados «descamisados». Esa mezcla de delincuentes y payasos del sandinismo actual le ganaron, cuando eran otros, una guerra heroica a un tirano sin alma. Evo reivindica una cierta gesta étnica, indígena, que de alguna forma llevó a un momento sin antecedentes. Lula hizo brillar planetariamente al Brasil, aunque no caímos en cuenta que tenía mucho barro en los pies. Etc. Pero esta Venezuela de hoy no merece un elogio, un verso, una película, un mito… Es pura tropa, delincuencia oficializada, desprecio universal.