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La revolución roja después de 25 años

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La revolución roja por estos días está cumpliendo 25 años de haber comenzado.

El triunfo electoral de Hugo Chávez fue en las elecciones del 6 de diciembre de 1998 y la toma de posesión el 2 de febrero de 1999. El comandante quería que la asunción fuese el 4 de febrero, para que coincidiese con la fecha del golpe de Estado del 92. El Congreso le negó la solicitud. El 4F no era un día de grato recordatorio para los demócratas, sino de duelo nacional. De todos modos, ese día Chávez organizó un desfile militar con el mismo Ejército que lo había derrotado siete años antes. A partir de ese momento, el nuevo presidente convirtió el 4F en una fecha patria, comenzando así la distorsión de la historia nacional.

América Latina ha tenido regímenes que destruyeron las instituciones democráticas, colonizaron el Poder Judicial, acabaron con los medios de comunicación independientes y las organizaciones sociales, como los partidos políticos y los sindicatos autónomos. Sin embargo, algunos de ellos propiciaron el crecimiento económico porque creyeron en el libre mercado, respetaron la propiedad privada y las inversiones extranjeras, y establecieron alianzas con empresarios particulares tanto nacionales como extranjeros, o formaron su propia burguesía, por supuesto, siempre leales al autócrata. Fueron sistemas autoritarios, incluso dictaduras crueles. En este campo se encuentran las tiranías de Augusto Pinochet, en Chile, y de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana. Menos ominosa, pero que podría incluirse en este esquema, fue la “dictadura perfecta” –tal como la llamó Mario Vargas Llosa– implantada en México por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante 70 años.

También se encuentran los modelos que destruyen la economía, pero preservan las instituciones y normas democráticas. Convocan elecciones competitivas aceptadas por la población y la comunidad internacional. Son capaces de convivir con medios de comunicación que los critican. Acatan las decisiones del Poder Judicial cuando les son adversas, aunque, desde luego, los presionan para hacerlo doblegar. Y obedecen el mandato popular al perder una consulta electoral. El mejor ejemplo lo constituye el peronismo, tendencia dominante en Argentina desde que Juan Domingo Perón insurgió en el escenario nacional y mundial en 1945. El peronismo ha hecho que un país con la inmensa riqueza natural y con todas las condiciones para convertirse en potencia económica mundial, viva en medio de una crisis financiera permanente. El gobierno de Alberto Fernández, cuya vicepresidenta era Cristina Fernández de Kirchner, le transmitió el poder a Javier Milei, anarcocapitalista ubicado en las antípodas teóricas e ideológicas del populismo peronista. ¿Puede pedirse más?

En la tercera esfera de esta sencilla clasificación ubico los sistemas que destruyen la economía y la democracia al mismo tiempo. Los ejemplos más notables son Cuba y Venezuela. Podría incluirse a la Nicaragua de Daniel Ortega, aunque el significado internacional de este último país es mucho menor.

De Cuba no voy a hablar porque ha sido un tema ampliamente tratado a lo largo de décadas. Sólo destaco que era la isla más desarrollada del Caribe en enero de 1959, cuando Fidel Castro entró en La Habana. Hoy es de los países más pobres del continente. Castro acabó hasta con la industria azucarera, su principal fuente de ingresos, a la vanguardia en ese ramo en todo el planeta.

Venezuela bajo el dominio de Chávez, primero, y luego de Maduro, ha declinado en todos los indicadores económicos e institucionales que miden el nivel de desarrollo económico y el grado de fortaleza institucional de una nación. La destrucción de Pdvsa representa la síntesis de lo sucedido en la nación durante este cuarto de siglo. Lo mismo podría decirse de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), cuyas 16 empresas se encuentran quebradas o con balances financieros precarios. Empresas públicas, como la Cantv y Movilnet, que en el pasado generaban ganancias, hoy son subsidiadas con fondos públicos y operan de forma muy ineficiente. La inmensa mayoría de las empresas privadas estatizadas a través de expropiaciones o simples confiscaciones, se encuentran en bancarrota. RCTV es un caso emblemático. Lo mismo sucede con los bancos públicos. El bolívar –que durante décadas había sido una moneda estable- sufrió una devaluación nunca antes registrada. La hiperinflación, desconocida en Venezuela, se instaló durante varios años. El colapso de los servicios públicos es generalizado. El chavismo y el madurismo solo han producido miseria. Esta ruina es la causa fundamental de que más de 7 millones de venezolanos hayan emigrado de un país que durante décadas fue receptor de migrantes.

En el plano institucional, la democracia se ha ido extinguiendo, hasta quedar sólo retazos. El régimen acabó con las elecciones libres, inclusivas y competitivas. Las dudas sobre las posibilidades de que en 2024 haya comicios transparentes están muy bien fundadas. El Estado alineó todos sus organismos para mantener en el poder a la casta dominante. Formó una tenaza concebida para ignorar y  aplastar al pueblo.

El legado de la revolución roja después de un cuarto de siglo: un país sin democracia y con una economía en despojos. Con esa hoja de servicio, Maduro pretende seguir gobernando a Venezuela.

@trinomarquezc

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