Son las leyes de la historia, también las de la naturaleza; son las leyes de la inexorabilidad. Todo lo que vive en la naturaleza y en la sociedad lo hace en virtud de su nacimiento, crecimiento, desarrollo, reproducción, multiplicación y finalmente su inevitable extinción para dar paso a un nuevo ciclo vital. Todo proceso -y el social e histórico no lo es menos- tiende naturalmente a agotarse al llegar a su fin. Ello es exactamente lo que ocurre a eso que unos y otros dieron en llamar “revolución bolivariana” o “chavista”, aunque en estricto rigor socio-histórico una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra.
Ya no cabe tan solo un ápice de dudas; lo que que sus propios conmilitones y feligresía laica (léase militancia política partidista) llaman “revolución” experimenta un ostentoso y estentóreo proceso de biodegradabilidad política. La “revolución” tiene el sol en la espalda y la nomenclatura tecno-burocrática del partido único lo sabe bien. La “nueva clase” roja filotiránica vislumbra el fin de una era que ya no puede sostenerse sensatamente por los medios tradicionalmente jurídico-políticos contemplados en el juego democrático de la alternabilidad periódica, tal como reza el texto magno o la carta fundamental de la nación. Las “revoluciones” también mueren y la venezolana no es y tampoco será la excepción. A poco que usted voltee la mirada no tardará en ver lo que cada día se torna más evidente: la dádiva clientelar del infame neopopulismo estatocrático ya no logra despertar entusiasmos entre las legiones de famélicos espectros que deambulan por calles y avenidas de ciudades grandes, pequeñas y medianas, caseríos y comunidades del campo sometidas al implacable rigor de la hambruna generalizada que azota sin tregua a quienes por razones obvias no pudieron emigrar de este destartalado carro escachapado que por nación va quedando de la destrucción revolucionaria. Todo, sin excepción, ha sido tocado por los efectos deletéreos del proceso de desmontaje del modo de producción capitalista y la consecuente demolición del andamiaje jurídico-político institucional de la formación económico-social correspondiente a dicho modo de producción. Previo a la inminente debacle de la moral revolucionaria y a la descomposición axiológica del bloque histórico socialista dominante, la estatocracia chavista se ha comportado como la figura mitológica antigua de Saturno devorando a sus hijos; la máquina tanatocrática del Moloch bolivariano va en su delirio trepidante de implantación del comunismo obsidional sembrando su vía dolorosa de cadáveres insepultos. Obviamente, sería ocioso nombrar a los malogrados cofrades que ha triturado y engullido el ogro filotiránico en su afán inútil de implantar el Estado comunal.