OPINIÓN

La revolución fracasó y prescribió

por Daniel García Daniel García

El reclamo crece exponencialmente ante el estado de indefensión absoluta de los venezolanos.

Deja un legado de destrucción, división, corrupción, ruina, devastación, desmotivación,  desfalco, tristeza, depresión, engaño, confrontación, pobreza, fraude a los venezolanos y de entrega de la soberanía de la nación.

Ante tan perverso proyecto y su desempeño ilusorio y utópico surge la obligatoria respuesta de un pueblo oprimido y humillado.

El sector del magisterio ha propulsado el reclamo salarial y de beneficios confiscados arbitrariamente por el Estado a la totalidad de la masa laboral del país. Estas acciones desnudan la otra realidad, que es el deterioro general de la infraestructura y la desaparición de los programas de alimentación y dotación de las instituciones, además de la deserción del personal calificado.

El régimen está frente a la grave crisis generada por ellos mismos y que pretenden endosarle a las sanciones y la guerra económica.

Todos los venezolanos están convencidos de que el modelo socialista y las políticas impulsadas no han dado ningún resultado satisfactorio.

El régimen se ve imposibilitado de dar respuestas concretas a los problemas del país y divaga en discursos estériles y anuncios vacíos de líneas de acción inaplicables, repetitivas y fantasiosas.

Solo un sector, el educativo, ha logrado aflorar el descontento del país.

Los sectores de la administración pública en todos los niveles -nacionales, regionales, municipales- sufren el mismo atropello del Estado. Si a esto le sumamos los sectores productivos del campo, transporte, las industrias del petróleo, turismo, construcción, alimentos, automotriz, pesquera, metalmecánica, etc., totalmente desprotegidas y la mayoría cesanteadas por la ingobernabilidad, la inseguridad jurídica y el desinterés del Estado en su sustentabilidad, desarrollo y crecimiento, podemos observar y vaticinar que no hay posibilidad alguna de que quienes ostentan el poder puedan dar un viraje y recomponerse para enfrentar la evidente destrucción y desmantelamiento institucional que perdió su operatividad y capacidad de respuesta. Solo asfixian, someten y perturban a la sociedad venezolana.

Lo único verdadero y cierto es que existen los mecanismos para lograr la recuperación del país, pero es casi imposible activarlos porque quienes han manejado la cosa pública en las últimas 2 décadas no tienen una referencia de buenos administradores. Muchos de sus representantes más destacados -en ejercicio o no- de la administración pública, sus familiares y allegados, son acusados de escandalosos actos de corrupción, lavado de dinero y otros serios señalamientos que entran en el terreno de la criminalidad e ilegalidad; muchos hoy investigados, otros procesados, la mayoría solicitados y condenados por los sistemas de justicia.

Ante esta realidad, ¿qué programa de índole financiero pudiera aplicarse en este país de manera efectiva y responsable? La respuesta es clara: ninguno.

Cualquier política que se pueda desarrollar mientras se logra un proceso electoral con condiciones aceptables serán limitadas y tuteladas por quienes tengan buenas intenciones ante la crisis humanitaria que vivimos en nuestro país.

El régimen amoral, sin ser ningún referente y ejemplo a seguir, cuestionado en todas sus ambiguas, difusas y  controversiales actuaciones, controla desmedidamente, chantajea, condiciona, vocifera, engaña, exige, dilapida, manipula y para asombro del mundo se victimiza.

Las tareas que nos quedan a los venezolanos por ahora son: en primer lugar, la lucha por un restablecimiento de los derechos laborales que ya está en proceso y debe mantenerse.

Consolidar la unidad ciudadana que obligue a los partidos políticos a subordinarse a la voluntad de las mayorías.

Cambiar la cultura político-electoral que nos han inducido de lealtad a un partido, dirigente o ideología. Entender que la lealtad es con nuestro país, con su  democracia, nuestra familia, su bienestar y progreso.

Interiorizar en lo más profundo de nuestro pensamiento y con profunda esperanza que estamos ya en el camino del cambio y transformación del país.

Con mucha fuerza y fe en Dios, que la divina providencia hará decantar o minimizar favorablemente la sobreoferta electoral existente en una sola fuerza moralizante, revitalizadora y ganadora que depondrá el sistema imperante.

Tener siempre presente que nuestra esperanza de cambio irá acompañada del advenimiento de la justicia que reinvindicará a los caídos, los presos y ex presos políticos, desterrados y migrantes. Veremos las respuestas  a los atropellos reiterados y robo descarado de sus prestaciones y beneficios  de la masa laboral en los últimos 10 años y también a los ciudadanos víctimas de expropiaciones y confiscaciones.

Veremos procesados a quienes arruinaron y saquearon al país y el restablecimiento de todos los derechos ciudadanos. Observaremos cómo se derogarán todas las leyes inconstitucionales que corrompieron, pervirtieron y depravaron todos los poderes públicos.

Nuestra lucha traerá consigo grandes satisfacciones y recompensas.

Tengamos claro, mientras trabajamos con empeño y llega el día, que el régimen no es una víctima, es un cruel y vil victimario.

La revolución, el socialismo y Maduro, con sus efímeros e ilusorios logros, solo existen en su asqueante y burda plataforma comunicacional y sus mermados seguidores. Su extinto benefactor,  el eterno comandante de la destrucción, es solo un mal recuerdo que solo vive en los decadentes cuarteles bajo consignas obligadas que rinden culto a quienes, junto con ellos, han hecho difícil y  traumático el cambio necesario que requiere Venezuela.

El poder está en la mayor unidad posible de todos los venezolanos y nuestra tarea es cooperar diariamente en lograrla.

La fantasía y la ficción del régimen, que se vende diariamente, no es creíble, menos tangible, ni cercana a la realidad que vive cada uno de los venezolanos.