El reclamo crece exponencialmente ante el estado de indefensión absoluta de los venezolanos.
Deja un legado de destrucción, división, corrupción, ruina, devastación, desmotivación, desfalco, tristeza, depresión, engaño, confrontación, pobreza, fraude a los venezolanos y de entrega de la soberanía de la nación.
Ante tan perverso proyecto y su desempeño ilusorio y utópico surge la obligatoria respuesta de un pueblo oprimido y humillado.
El sector del magisterio ha propulsado el reclamo salarial y de beneficios confiscados arbitrariamente por el Estado a la totalidad de la masa laboral del país. Estas acciones desnudan la otra realidad, que es el deterioro general de la infraestructura y la desaparición de los programas de alimentación y dotación de las instituciones, además de la deserción del personal calificado.
El régimen está frente a la grave crisis generada por ellos mismos y que pretenden endosarle a las sanciones y la guerra económica.
Todos los venezolanos están convencidos de que el modelo socialista y las políticas impulsadas no han dado ningún resultado satisfactorio.
El régimen se ve imposibilitado de dar respuestas concretas a los problemas del país y divaga en discursos estériles y anuncios vacíos de líneas de acción inaplicables, repetitivas y fantasiosas.
Solo un sector, el educativo, ha logrado aflorar el descontento del país.
Los sectores de la administración pública en todos los niveles -nacionales, regionales, municipales- sufren el mismo atropello del Estado. Si a esto le sumamos los sectores productivos del campo, transporte, las industrias del petróleo, turismo, construcción, alimentos, automotriz, pesquera, metalmecánica, etc., totalmente desprotegidas y la mayoría cesanteadas por la ingobernabilidad, la inseguridad jurídica y el desinterés del Estado en su sustentabilidad, desarrollo y crecimiento, podemos observar y vaticinar que no hay posibilidad alguna de que quienes ostentan el poder puedan dar un viraje y recomponerse para enfrentar la evidente destrucción y desmantelamiento institucional que perdió su operatividad y capacidad de respuesta. Solo asfixian, someten y perturban a la sociedad venezolana.
Lo único verdadero y cierto es que existen los mecanismos para lograr la recuperación del país, pero es casi imposible activarlos porque quienes han manejado la cosa pública en las últimas 2 décadas no tienen una referencia de buenos administradores. Muchos de sus representantes más destacados -en ejercicio o no- de la administración pública, sus familiares y allegados, son acusados de escandalosos actos de corrupción, lavado de dinero y otros serios señalamientos que entran en el terreno de la criminalidad e ilegalidad; muchos hoy investigados, otros procesados, la mayoría solicitados y condenados por los sistemas de justicia.
Ante esta realidad, ¿qué programa de índole financiero pudiera aplicarse en este país de manera efectiva y responsable? La respuesta es clara: ninguno.
Cualquier política que se pueda desarrollar mientras se logra un proceso electoral con condiciones aceptables serán limitadas y tuteladas por quienes tengan buenas intenciones ante la crisis humanitaria que vivimos en nuestro país.
El régimen amoral, sin ser ningún referente y ejemplo a seguir, cuestionado en todas sus ambiguas, difusas y controversiales actuaciones, controla desmedidamente, chantajea, condiciona, vocifera, engaña, exige, dilapida, manipula y para asombro del mundo se victimiza.
Las tareas que nos quedan a los venezolanos por ahora son: en primer lugar, la lucha por un restablecimiento de los derechos laborales que ya está en proceso y debe mantenerse.
Consolidar la unidad ciudadana que obligue a los partidos políticos a subordinarse a la voluntad de las mayorías.
Cambiar la cultura político-electoral que nos han inducido de lealtad a un partido, dirigente o ideología. Entender que la lealtad es con nuestro país, con su democracia, nuestra familia, su bienestar y progreso.
Interiorizar en lo más profundo de nuestro pensamiento y con profunda esperanza que estamos ya en el camino del cambio y transformación del país.
Con mucha fuerza y fe en Dios, que la divina providencia hará decantar o minimizar favorablemente la sobreoferta electoral existente en una sola fuerza moralizante, revitalizadora y ganadora que depondrá el sistema imperante.
Tener siempre presente que nuestra esperanza de cambio irá acompañada del advenimiento de la justicia que reinvindicará a los caídos, los presos y ex presos políticos, desterrados y migrantes. Veremos las respuestas a los atropellos reiterados y robo descarado de sus prestaciones y beneficios de la masa laboral en los últimos 10 años y también a los ciudadanos víctimas de expropiaciones y confiscaciones.
Veremos procesados a quienes arruinaron y saquearon al país y el restablecimiento de todos los derechos ciudadanos. Observaremos cómo se derogarán todas las leyes inconstitucionales que corrompieron, pervirtieron y depravaron todos los poderes públicos.
Nuestra lucha traerá consigo grandes satisfacciones y recompensas.
Tengamos claro, mientras trabajamos con empeño y llega el día, que el régimen no es una víctima, es un cruel y vil victimario.
La revolución, el socialismo y Maduro, con sus efímeros e ilusorios logros, solo existen en su asqueante y burda plataforma comunicacional y sus mermados seguidores. Su extinto benefactor, el eterno comandante de la destrucción, es solo un mal recuerdo que solo vive en los decadentes cuarteles bajo consignas obligadas que rinden culto a quienes, junto con ellos, han hecho difícil y traumático el cambio necesario que requiere Venezuela.
El poder está en la mayor unidad posible de todos los venezolanos y nuestra tarea es cooperar diariamente en lograrla.
La fantasía y la ficción del régimen, que se vende diariamente, no es creíble, menos tangible, ni cercana a la realidad que vive cada uno de los venezolanos.