Moneda única, no puede ni debe ser lo primero
En la VII cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, realizada el pasado 24 de enero, en Buenos Aires, Argentina, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, formuló la propuesta de crear una moneda única para Suramérica, “sur”, ubicando su objetivo en reducir la dependencia de la divisa dólar y potenciar el comercio intrarregional. En un primer momento, tal sugerencia es bien recibida en un continente que tiene varias décadas anunciando, en la voz de sus políticos, estudiosos e instituciones como la Cepal, la integración económica y financiera como una necesidad vital a su posible desarrollo.
En estricto rigor técnico-económico, la moneda única, o unión monetaria de América Latina y del Caribe, no tiene ninguna posibilidad de concretarse en el corto y mediano plazo; en el largo plazo dependerá de procesos previos en el plano macroeconómico, productivo y financiero para observar alguna viabilidad. Por ahora, está en el plano de una buena retórica.
La fundamentación de la moneda “sur ”está desprovista de tres factores que son determinantes para justificar un proceso de unión monetaria. De una parte, cualificar la importancia demográfica y económica referente al espacio de esa moneda común, su propensión futura y la capacidad de relacionarse con la economía global. De otra, para mí lo central, la evaluación del grado de desarrollo y nivel de actividad de los mercados e instituciones financieras de América Latina y el Caribe. Es preguntarse por su grado de integración, el volumen y la diversidad, también sobre la dimensión financiera. Y la otra, es tener precisión sobre la confianza que infundirá la nueva moneda y las instituciones que surjan, fundamentalmente un Banco Central Latinoamericano encargado de sostener la estabilidad de la moneda, la trasparencia y la rendición de cuentas.
Una mirada crítica a América Latina y el Caribe nos permite observar un continente caracterizado estructuralmente por mercados nacionales estrechos, exceptuando a Brasil y México, con insuficiencia en la capacidad de obtener divisas que estabilicen las balanzas de pago y mantengan estable los tipos de cambio, así como de capitales que financien la inversión productiva, altos compromisos de pago de deuda externa, presencia de asimetrías intrarregionales en todas la dimensiones económicas y sociales, ciclos económicos disímiles, agudización de la reprimarización en su sector comercial externo y en las desigualdades humanas.
Esta muralla a derrumbar se olvidó en la presentación del “sur”. De igual forma, que en el tiempo pospandemia del covid, América Latina y el Caribe vive una coyuntura delicada en lo macroeconómico, con alta inflación, costosos precios de la energía y del petróleo, crecimiento de la deuda externa e interna y un aumento de la población en situación de pobreza, llegando al 32,1% que equivale a 201 millones de latinoamericanos en 2022, según cifras de la Cepal. Una moneda única en este contexto no es posible, no es creíble. Esta deberá ser consecuencia o derivación de procesos de integración económica y financiera previos que reduzcan las asimetrías y alivien la desintegración estructural. No es, ni puede ser lo primero.
A una hipotética integración de los mercados monetarios de América Latina y el Caribe le sería obligante una política monetaria común que transfiera la conducción de la competencia monetaria y cambiaria de cada nación, a un sistema regional de bancos centrales, así como a un régimen único de refinanciación a los bancos e instituciones financieras de los países. La máxima coordinación económica y financiera entre los países de una unión monetaria es un dato vital. Nuestro continente no está preparado en este tiempo para tan complejo proceso. Falta un largo camino de maduración. Lo primero es la integración, complementación y armonización económica, luego la posibilidad de moneda única. Lo contrario no es riguroso.
Asimetrías o heterogeneidad regional
Cuando analizamos el contexto de grandes asimetrías, disparidades o heterogeneidades regionales de nuestro continente, podemos observar los grandes desafíos que tiene la integración económica para lograr la cohesión social y económica que nos permita una mayor competitividad en la globalización y avanzar al desarrollo, entendido como el mayor grado de bienestar y calidad de vida de los habitantes de América Latina y el Caribe.
Veamos algunos casos concretos. Con relación al tamaño de la economía de la región, la producción de bienes y servicios, el PIB-2022, se concentra en 59% en 2 países, Brasil y México. La sumatoria de las economías de Argentina, Colombia, Chile y Perú representa 85% de la de Brasil. Las 6 economías de referencia concentran 86% de toda la producción de América Latina y el Caribe.
La dimensión del mercado de valores del continente muestra una baja capitalización bursátil en comparación al mundo industrializado, aproximadamente 4%, pero importa resaltar la tremenda asimetría intrarregional, en la cual la Bolsa de Sao Paulo, Brasil, representa aproximadamente 51% de la capitalización del mercado regional. De nuevo, al sumarle la Bolsa mexicana de valores, ambas representan aproximadamente un abrumador 78% del total latinoamericano.
Un tema estratégico para la integración económica, financiera y monetaria es el comportamiento del comercio exterior de América Latina y el Caribe. En él vamos a observar dos rasgos totalmente negativos que le dominan estructuralmente. El primero se refiere al bajo grado de intercambio comercial de bienes entre los países. Según estudios de la Cepal-2021 el comercio intrarregional, exportaciones e importaciones, representa apenas 13%. Estados Unidos con 43%, China con 14% y la Unión Europea con 10%, dominan el destino de nuestras exportaciones totales. Igual comportamiento tienen las importaciones que realizamos, generando una gran vulnerabilidad en sectores como el farmacéutico, 87% lo compramos en el mercado mundial.
La experiencia de espacios de integración económica planetaria va en otra dirección. La Unión Europea tiene un comercio intrarregional de 59%, El TLCAN (Estados Unidos, Canadá y México) 50% y El ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) 49,8%, según la Cepal.
El segundo, describe uno de los rasgos de subdesarrollo y atraso prevaleciente en la estructura del comercio internacional de América Latina y el Caribe. Nuestra región ha sido condenada por décadas a ser suplidor seguro de materias primas, alimentos, minerales y petróleo, al mundo industrializado, primero a Estados Unidos y Europa en el siglo pasado, ahora se agrega en el siglo XXI, China, en menor grado India. En promedio, según la Cepal, hasta 2021 las exportaciones primarias representan el 42% del total del continente.
Sorprende escuchar a dirigentes políticos celebrar este número de la reprimarización que no es otra cosa que una gran brecha científica tecnológica en materia industrial con los países desarrollados, y una gran volatilidad de nuestras exportaciones en volumen y precio. Como latinoamericano lamento que, en la declaración de Buenos Aires de la Celac, expresaran a nivel de celebración, en el punto 13: “principal región exportadora neta de alimentos” como si esto fuera una fortaleza y no uno de nuestros atrasos globales.
En definitiva, las diversas desigualdades en el tamaño y tasa de crecimiento de las economías, distinta dotación de factores (recursos naturales y energéticos), diferentes grados de desarrollo industrial, infraestructura, tecnología y productividad, desiguales tasas de inflación y empleo, bajo grado de intercambio comercial regional, reprimarización del comercio exterior, ciclos económicos disímiles, baja conectividad a internet en hogares pobres, entre otros, limitan y condicionan cualquier esfuerzo o acuerdo de integración y colocan en terreno utópico la unión monetaria.
Integración posible con voluntad política
El desafío histórico de América Latina y el Caribe es lograr su integración política, económica y financiera. Con la integración será posible el salto al desarrollo. En el libro La nueva arquitectura económica-financiera de América Latina y el Caribe sugerimos unas líneas de acción viables, posibles, que le permitan al continente tener un Banco de Desarrollo, impulsar el Mercado de Valores Latinoamericano y del Caribe, constituir el Fondo de Reserva y Estabilización Macroeconómica Regional, instalar un Centro Regional de Solución de Controversias Relativas a Inversiones y una Calificadora Regional de Riesgo, y promover los Sistemas Multilaterales de Pagos en Moneda y Unidades de Cuenta Común Regional.
Esto último puede recoger las experiencias del Sistema de Pagos en Moneda Local, SML, implementado por Argentina y Brasil en 2008 y el Sistema de Compensación Regional, Sucre, efectuado por los países del ALBA en 2009.
La integración política y económica del continente latinoamericano y caribeño saldrá de su estancamiento y de los discursos de ocasión en las cumbres, si el liderazgo político y social se compromete con ella con sentido de la trascendencia histórica.
La voluntad política es central, vital, decisiva. Me tocó vivir su ausencia cuando siendo ministro de Finanzas de mi país, en 2007, coordiné la elaboración del acta fundacional del Banco del Sur. La Cancillería de Brasil se oponía férreamente a su creación, el BNDES tenía en ellos a sus representantes, hasta que por gestiones diplomáticas asumió el ministro de Finanzas, Guido Mantenga, la representación de ese país; igual ocurrió con prominentes funcionarios del Uruguay y Colombia.
Finalmente se firmó el acta fundacional del Banco del Sur el 9 de diciembre de 2007, en Buenos Aires, con 7 presidentes. Hasta el día de hoy, 15 años después, ha sido imposible crearlo, siendo viable. La puesta en escena con sus micrófonos, cámaras de TV, redes sociales, han banalizado la integración. Apáguenlos por un tiempo.