La Semana Santa llegó a su fin. Siete días que a pesar de repetirse de año en año contienen una valiosa carga de mensajes que nunca pueden olvidarse. La Vida, Pasión y Muerte de Jesús nos obliga a pensar serenamente la situación de Venezuela. El país ha tenido una vida intensa, con aciertos y errores como suele acontecer, pero con vigencia plena del Estado de Derecho y las libertades propias de la democracia. El régimen castrochavistamadurista, en nombre del llamado socialismo del siglo XXI, progresivamente ha destruido lo anterior sometiendo al pueblo a una terrible pasión ya cercana a la muerte. Está en manos de los verdaderos demócratas impedirla y, en caso de no ser posible, con ella o sin ella, impulsar la resurrección con un verdadero propósito libertario.
No tengo dudas al respecto. Sé que es posible. A pesar de que cerca de 8 millones de venezolanos han migrado hacia el exterior, una cuarta parte de la población, dentro del territorio nacional queda un material humano preparado, competente y dispuesto a cumplir con los deberes fundamentales. Podemos decir lo mismo de los migrantes. Son tan venezolanos como nosotros y estoy seguro de que muchos regresarán y, mientras tanto, desde donde se encuentren están dispuestos a contribuir con la resurrección. Pero hay que poner manos a la obra. Hoy más que nunca es necesario poner punto final al régimen existente.
He dicho muchas veces que la verdadera naturaleza del problema no es electoral. Este es un camino, aunque no el único y no siempre el mejor. Debe utilizarse con toda la intensidad y eficacia que el sistema permita, pero sin caer en la estrategia del adversario, hoy a la vista del mundo entero. Dicen y repiten que la oposición democrática no ganará elecciones ni por las buenas ni por las malas. Saben que tienen el rechazo declarado de cerca de 90% de los electores. No hay forma ni manera de que Nicolás Maduro pueda ganarle unas elecciones a María Corina Machado o a Cristina Yoris. Ellos lo saben, están más claros que nosotros mismos. Por eso, de manera inconstitucional, ilegal y arbitraria impiden sus candidaturas. Dificultan al máximo el proceso de inscripción y la administración de las tarjetas de grupos opositores auténticos e impulsan la multiplicidad de candidaturas que nada significan el día de hoy. Creen que la comunidad internacional se agota en la retórica y que puede calificar como democrática una elección con doce, trece o más candidatos. Grave error. Más serios y definitivos no pueden ser los pronunciamientos de muchos países del planeta, incluidos algunos dirigidos por supuestos compañeros de ruta que están marcando distancia de las aberraciones de Maduro, Diosdado y los hermanos Rodríguez.
La resurrección de Venezuela está en marcha. Es indetenible.
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