El polémico filósofo político Carl Schmitt, una de las mentes más brillantes del pensamiento político del siglo XX, controvertido por su funesta adhesión al nazismo, está resucitando en las esferas intelectuales, curiosamente no por los adherentes de la derecha, sino por teóricos marxistas. Lo más curiosos es que no solamente por teóricos, sino por líderes del neoestalinismo latinoamericano. Esto debe tener una respuesta desde el campo democrático, y sugestivamente esta puede venir también desde el propio pensamiento de Schmitt.
Como muy bien lo señala uno de los principales teóricos políticos latinoamericanos:
“Podemos, desde luego, cuestionar y condenar a Schmitt, tanto en el plano teórico como en el terreno de las decisiones políticas prácticas, pero me parece importante que lo hagamos con base en un adecuado estudio de su obra, y no exclusivamente como consecuencia de su compromiso final con el nazismo” (Romero, Aníbal: “Teoría política e historia.Reflexiones sobre Carl Schmitt” en Estudios de Filosofía Política, Panapo, pp 35-82).
Schmitt se destaca sobre todo por su crítica al liberalismo, la cual, señala Romero, se basa en que “el liberalismo le teme a las decisiones más que a los enemigos, pero las decisiones son inevitables en política, aun en un contexto liberal- democrático” (ibid, p 42).
En el dominio de lo político, la distinción específica “aquella a la que puedan reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo” (Schmitt, C: El concepto de lo político, p 56).
Es esta distinción fundamental en el pensamiento de Carl Schmitt, la que ha resucitado el totalitarismo comunista latinoamericano. Para el Foro de Sao Paulo, ese movimiento que propugna el establecimiento de un neoestalinismo, con el eufemismo de socialismo del siglo XXI, la lucha por el poder es a muerte, él quiere la instauración de un totalitarismo comunista sin digresiones, como inobjetablemente lo demuestran los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
No hay que dejarse engañar, la lucha por el poder en América Latina está centrada en la oposición entre un campo totalitario comunista y otro que defiende la democracia liberal. El totalitarismo comunista adopta la combinación de todas las formas de lucha, incluida el narcoterrorismo. Las FARC, continúan en su empeño de imponer una dictadura totalitaria staliniana, y el narcoterrorismo es uno de sus instrumentos privilegiados en su lucha por el poder. No hay disidencias, estas son el brazo armado de las FARC, al igual que las cortes de los carteles de la toga y la coca, y la justicia especialmente diseñada para brindarles impunidad, son su brazo jurídico del narcoterrorismo. Igual que Chávez disfrazaba en campaña sus convicciones comunistas, los Verdes, Claudia y la Goeterbus, disfrazan su ideología del socialismo del siglo XXI, pero allí está su indeclinable pertenencia al Foro de Sao Paulo, al igual que el Polo y las FARC. Dentro del mismo campo están los compañeros de camino, Liberales, Cambio Radical, parte de la U y hasta algunos conservadores destacados como Leyva.
La respuesta a esta ofensiva del totalitarismo comunista debe ser contundente, pues, como indica muy acertadamente Fernando Londoño, “la izquierda sabe guillotinar y los que se dejan dominar por esta terminan guillotinados”. Esta resurrección del pensamiento político de Carl Schmitt por la teoría y la praxis comunista, debe tener pues una respuesta del mismo nivel tanto en la teoría como en la praxis. La contundencia de esta respuesta está paradójicamente en la misma obra de Schmitt.
Ante la aplicación del axioma amigo-enemigo de Schmitt, la respuesta de la democracia liberal no puede ser timorata. Ante la combinación de todas las formas de lucha no se vale el temor a las decisiones, y estas deben ser radicales y unívocas. Frente a la amenaza terrorista, no se puede contestar con chorros de baba, se debe actuar con toda la fuerza del Estado. Frente a la utilización de las drogas como arma de deterioración de la población, y especialmente de los adolescentes y jóvenes, se deben aplicar todas las formas de luchar contra ese flagelo, incluida la aspersión de glifosfato. Frente a la intimidación por instituciones cooptadas por el narcoterrorismo, se debe actuar con determinación, aplicando las medidas de excepción que el Estado dispone para tales efectos.
Es una lucha por la supervivencia y buscar el diálogo y los acuerdos con el enemigo es insensato. La salvación de la república lo determina imperativamente. Como acertadamente lo señala otro filósofo político, de gran trascendencia en los momentos actuales: “Privilegiar el diálogo y la conversación, el espurio entendimiento de partes ontológicamente enemigas y contrapuestas, antes que luchar con decisión y voluntad para restablecer la soberanía democrática, única capaz de ejercer una hegemonía legal y jurídica aceptada por el todo social”.(Sánchez García, Antonio: “El tiempo que urge Pablo de Tarso y Carl Schmitt”, El Nacional, 19-05-2019) es una tara. Eliminemos esa tara y salvemos a América Latina del comunismo.
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