OPINIÓN

La resistencia de la integridad

por Eduardo Viloria y Díaz Eduardo Viloria y Díaz

El daño por una agresión no puede ser reparado con la barbarie, la redención se alcanza con la paz

Desde niño el reverendo Martin Luhter King (1929-1968) sintió una atracción por el lejano oriente. Gracias a los cuentos que leyó en su infancia, se despertó en él una fascinación por aquello: magníficos palacios, poderosos tigres que acechaban en la espesura de la selva, los imponentes elefantes y místicos personajes coloreaban su imaginación. Cuando en 1959 emprendió un viaje a la India, a la revitalizada ilusión por conocer esas tierras se sumó el deseo de ver con mayor detalle la obra del líder de la independencia de ese país, Mohandas Gandhi (1869-1948) y constatar personalmente el impacto de la lucha de este enorme personaje de la historia que, armado con integridad, había propuesto un cambio radical pero sin violencia. King constató que, si bien el legado de Gandhi estaba presente en el espíritu de la gente, no era menos cierto que la desazón ante la ausencia de un guía producía cierta frustración entre sus partidarios. MLK narra con pesar en el reportaje Mi viaje a la tierra de Gandhi de la revista Ebony las acentuadas desigualdades económicas de esa nación y sentencia que “la burguesía blanca, negra o morena, se comporta de la misma manera en todo el mundo” y exhortó a Occidente a que colaborase con ese país “en un sentido de hermandad internacional, no de egoísmo nacional”.

Este periplo influyó positivamente en el doctor King, gracias a una serie de encuentros con los familiares de Gandhi, la visita a lugares emblemáticos en el proceso de liberación y la aproximación a la forma de vida de los indios, pudo comprobar que estos estaban indeleblemente marcados por la figura de ese gran hombre. Esta experiencia le sirvió para afianzar la convicción de que resistir sin violencia era la mejor alternativa para los oprimidos. El daño por una agresión no puede ser reparado con la barbarie, la redención se alcanza con la paz.

MLK, su esposa Coretta Scott King y Lawrence Reddick junto a un grupo de amistades indias rinden tributo en Raj Ghat a la memoria del gran líder de la India, Mahatma Gandhi

El pensador estadounidense del siglo XIX Henry David Thoreau (1817-1862) escribió en 1849 el ensayo Desobediencia civil, importante texto que llamaba a la reflexión e invitaba a sus conciudadanos a repudiar la guerra contra México, que finalmente acabaría por casi desintegrar al otrora virreinato español al serle arrebatado la mitad de su territorio. El repudio a las prácticas colonialistas y al bochornoso sistema esclavista que sustentaba en gran medida el creciente desarrollo de Estados Unidos animaron a H. D. Thoreau a fijar postura y exponer una visión que se enfrentara al oprobio inmoral que contrastaba con los postulados de libertad que sustentaron a la independencia de esa nación. Estos antecedentes nos invitan a pensar en la idea de que resistir al abuso del poder es también confrontar a los prejuicios que se entretejen en el seno del colectivo y que distorsionan nuestra esencia como humanos.

Cuando el destino de una nación se encuentra comprometido y el Estado no proporciona los correctivos, es inevitable que surjan confrontaciones entre distintos sectores, ocasionando que la pugna por los derechos y los cambios acabe erosionando el tejido social, produciendo más injusticias y mayores descalabros. Si algo ha sido evidente en la larga línea del tiempo es que la resolución de los conflictos que atentan contra el hombre por la vía violenta no resguarda al ser humano de las verdaderas amenazas. Nuestra especie pareciera imposibilitada para construir un sistema fundamentado en la justicia y el respeto a todos los individuos.

Todo aquel que aspire a ser el dirigente de un cambio estructural en un país, proponiendo una nueva configuración del Estado o la reorganización de la sociedad en función de una evolución colectiva, debe estar facultado principalmente con un sentido de protección de aquellos a los que precisamente espera guiar. Todo verdadero estadista comprende lo que es el esfuerzo de la masa, el costo histórico y el sacrificio. La responsabilidad y la moral nunca deben estar supeditados a objetivos difusos y coyunturales. Lo que hacemos es la muestra de lo que somos y nos define, bien si priva en nuestro proceder la ética y el respeto, como si elegimos nuestros intereses por encima del de los demás sin importar las consecuencias.

Henry David Thoreau escribió Desobediencia civil como respuesta a una guerra que consideraba indigna. Gandhi consiguió liderar el movimiento de libertad de su país haciendo uso de un arma poderosa, la paz

En concreto, el pensamiento de la resistencia pasiva es ya en sí mismo la más adecuada estrategia contra la opresión, siendo de mayor eficacia que la salida armada cuando la intención es la real transformación social. La distorsión de esta corriente política puede enfrentar negativamente al colectivo con la estructura gubernamental; la desobediencia civil no tiene como fin último cambiar el sistema sino los actos injustos de este, persigue una rectificación y, desde el seno de un consenso, mejorar las condiciones de los ciudadanos.

La desobediencia cívica y la no violencia son poderosas fuerzas para enfrentar al poder despótico que solo tiene al miedo como herramienta de control. Quienes oprimen jamás esperan ser desafiados, la explotación de las condiciones socioeconómicas que los mantienen en la posición hegemónica les basta para un funcionamiento en el que el colectivo esté inmerso en palear sus carencias y temores, y en el deseo de supervivencia. Resistir debe ser un compromiso a largo plazo y que esté proyectado de manera viable hasta conseguir un propósito que rompa con el yugo y cree una interrelación armoniosa y humanística.

En una escena del filme La sociedad de los poetas muertos (1989), dirigido por Peter Weir  e inspirado en el libro homónimo de Nancy H. Kleinbaum, se hace referencia a un entrañable poema de Thoreau, versos en los que emerge como una luz el pensamiento de este autor: “Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuese vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”. Estas líneas sintetizan un poderoso mensaje sobre cómo nuestra racionalidad nos debe guiar por caminos en los que el entendimiento y el respeto a todas las formas de vida supere nuestras diferencias y que no olvidemos una importante pregunta: ¿qué es ser libres e iguales y no vivirlo?

@EduardoViloria