El Oscar venía hundiéndose peligrosamente, como un Parque Jurásico al final de su era. Pero la gala de 2024 consiguió el milagro de rescatarlo y convertirlo en una de las mejores ceremonias en la historia del milenio. Varios factores lo permitieron.
Primero, el reconocimiento a un cine popular y a la vez celebrado por la crítica, amén de los triunfos de Oppenheimer, Barbie y Pobres criaturas.
Por igual la victoria de pequeños ante grandes, como Godzilla Minus One frente a tanques de alto presupuesto, El Niño y la Garza de cara al agotamiento de la animación digital y La zona de interés imponiéndose en postulaciones donde Oppenheimer y Netflix (La sociedad de la nieve) amenazaron con arrasar.
Segundo, la fortuna de contar con la presencia de actores de carne y hueso, en un momento de mucha ansiedad por el futuro de la AI, un tema secreto ventilado por voz del conductor y host de la velada.
Por ello, la gente celebró cuestiones tan simples, pero eficientes del espectáculo de Hollywood, como el perro de Anatomía de una caída y la magnífica interpretación de Ryan Gosling, cuya impronta será recordada por siempre. Un Oscar del público, un momento dorado de aquellos que extrañamos.
Hubo producción y creatividad, una mezcla de buenas ideas, para gestar instantes emocionantes por doquier, empezando por la presentación de los Bocelli, concluyendo en los discursos más comprometidos del siglo contra las plagas del fascismo, la cultura del odio, el regreso de la banalidad del mal y el escenario complejo de una especie de tercera guerra mundial, no declarada.
De ahí los testimonios contundentes de 20 días en Mariupol, La zona del interés, War is Over y Oppenheimer.
Por supuesto, hubo pelones y deslices demagógicos, incoherencias y arbitrariedades. La gente cuestionó la presentación de Bad Bunny, le bajó los pulgares al performance de Becky G, ambos colados de un pasaje de los Grammys Latinos.
Pero fueron detalles menores.
El balance es positivo por volver a la majestuosidad de los premios, sin perder el toque de la academia a la hora de repartir las preseas, en una distribución predecible, aunque justa y merecida.
Todos comentamos en vivo por redes sociales, pudimos generar una comunidad que se concentró más en las ideas afines que en los temas polarizantes.
El Oscar entendió que el clickbait de la corrección política no es suficiente para sobrevivir en estos tiempos. Mejor dedicarse a ofrecer un entretenimiento digno y a la altura de las expectativas de las nuevas audiencias.
También fue acertado el hecho de recortar la alfombra roja, para darle más aire al desarrollo de la ceremonia, en un horario que no nos deja a todos agotados y extenuados.
El adelanto de dos horas en la gala, se mantendrá el próximo año, producto de su buena acogida en 2024.
No faltaron las ausencias y las idas de vacío, que llaman.
Wes Anderson y Miyazaki protagonizaron los plantones del año, al estilo de Marlon Brando y Woody Allen, con lo cual se percibe un malestar y una resistencia a participar de un show que se antoja decadente o sencillamente inane.
En propiedad, el Oscar 2024 se estudiará y analizará con lupa, se auditará en el mañana, para comprender cómo la academia hizo un esfuerzo por rectificar y reconciliarse con el rating perdido.
Ha sido un verdadero gusto cubrirlo para ustedes.
Nos vemos en el 2025, con energías renovadas.
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