OPINIÓN

La resiliencia del cine venezolano

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve
Margot Benacerraf

Margot Benacerraf / Foto Ricardo Jiménez

El cine nacional avanza un año, para retroceder en el otro. Es parte de nuestra problemática, de nuestro cangrejo.

En 2023 se reportaron buenos números de recaudación para cintas como Simón y La chica del alquiler.

De igual modo, el ámbito alternativo refrendó la impronta de una generación de relevo, desde el esfuerzo creativo y de producción en la diáspora.

Verbigracia, destacamos los éxitos de Yo y las bestias, así como de títulos como Upon Entry, Mama Cruz y Mientras seas tú en diversos festivales internacionales.

De hecho, el ciclo cierra con el récord criollo de las nominaciones en el Goya, cinco en total, sumando el premio de Claudia Pinto Emperador en la academia española por su sentido documental de creación, dedicado a la actriz Carmen Elías y su digna lucha contra el alzhéimer.

De tal modo, las mujeres vuelven a resonar en el extranjero, como en su momento lo hicieron Mariana Rondón por Pelo malo y Anabel Rodríguez por Érase una vez en Venezuela, siguiendo la tradición de Margot Benacerraf, quien se despidió por todo lo alto en mayo, junto con Toco Gómez y César Bolívar, pilares de la edad dorada y de la marca vernácula.

Por tanto, un año de sentimientos encontrados el de 2024. De clausuras y generaciones de relevo, de “persistencia de la memoria” que llamaba Ambretta Marrosu, a pesar de los vaivenes del contexto adverso.

Un tiempo oscuro y difícil para el ejercicio de las libertades en democracia. Un primer semestre paradójico, donde experimentamos el subidón del triunfo en la madre patria, mientras las leyendas como la directora de Araya nos conmueven con sus adioses en el terreno físico.

Así que el cine venezolano vive una temporada de duelo, de reencuentro con el pasado, de balance y de reivindicación de su historia, para comprender su presente y mirar al futuro.

En tal sentido, Gil Molina ha propuesto una de las publicaciones del año y del milenio con su libro Hitos del cine venezolano, cuyas páginas resumen la identidad y la huella de las películas elaboradas en casa, pasando de la revisión del pretérito hasta el análisis de las producciones capitales del siglo XXI.

Una labor, una empresa de tesoro como diría William Niño Araque, que se salda con un texto de colección y una exposición mejor curada en los espacios de la galería Mercantil de Altamira.

Ahí retumban los ecos del ayer y de la actualidad, evidenciando el desarrollo desigual pero consistente de nuestro acervo audiovisual.

De pronto, como aseveraba Ricardo Tirado, el cine venezolano sufre del síndrome del mal de las alturas.

Alcanza picos como a finales de los setenta y ochenta, para luego pasmarse por una década.

O llega a lo alto de los certámenes y de ciertos fenómenos de la recaudación, para de inmediato ser recibido con tibieza e indiferencia por el mismo público, que aparentemente solo reacciona ante estímulos puntuales de eventos, de llamados a la polémica o de trabajos de calidad.

Un misterio, algunas veces, predecir cómo responderá la audiencia.

Lo cierto es que después de la primera racha de 2023, los espectadores han reducido su número para ver una cinta nacional.

Por eso, las cifras del primer semestre de 2024 no son positivas en el box office.

Las causas y los factores son múltiples: algunas veces se trata del escaso valor de los subproductos, en otras distinguimos los clásicos rollos de una mala distribución y campaña de publicidad, también perfilamos el impacto de la crisis en los bolsillos de los consumidores, sin obviar la competencia del streaming y de la piratería.

Temas todos que urge estudiar con lupa, que se necesitan discutir en público, aprovechando la plataforma del Festival de cine venezolano que se celebrará en Margarita, siendo la ventana principal para la difusión colectiva de nuestras piezas y contenidos.

Se requiere de un debate sobre prácticas de programación, y acerca de las certificaciones que esperan un lote de películas, como Hijos de la Revolución, a las que se les aplica operación tortuga por su tono de crítica.

Se dice, off the récord, que todo se resolverá después de las elecciones.

Pero el reloj avanza y nos indica que ha regresado el fantasma de la censura, cuando lo pensábamos expurgado, habida cuenta del dislate que significó impedir las corridas de Infección y El Inca.

La prohibición no es una opción. Tampoco la interpretación sesgada de las leyes, con fines de amordazamiento.

De modo que sí, un año contradictorio y a paso de cangrejo.

Un rato para atrás, un poco hacia delante a la hora de notar que el exilio y los emprendedores continúan dando batalla, a través de sus largometrajes independientes y de corte de no ficción como Niños de Las Brisas y Dangerous Assignment.

Documentales que reafirman una historia de compromiso y de investigación, de búsqueda de la verdad y de sentido, más allá de las barreras del entorno hostil.

Así es el cine venezolano, una historia de resistencia y de resiliencia que se niega a claudicar.

Somos disidentes, nos declaran muertos, pero aquí estamos: unidos y cohesionados por un objetivo en común, que es el de ser respetados y reconocidos en nuestros derechos humanos.