Disfrazada con un traje de generoso desprendimiento, se ha producido la renuncia de Henrique Capriles a su candidatura en la Primaria. Incursionando en las redes y medios sociales a fin de valorar la diversidad de opiniones con relación a esa renuncia, es posible detectar una distinguible polarización entre opositores. Están los que le critican agriamente, algunos con un lenguaje muy duro, y por otro lado una significativa corriente de opiniones que se ampara bajo el siguiente relato: “Ya renunció. Déjenlo tranquilo y enfoquémonos en la tarea que tenemos por delante”. Mi percepción es que a este relato le anima todo ese flujo de emociones positivas que pudo haber despertado Capriles en su mejor momento de lucha contra la tiranía chavista. Hay algo de nostalgia y sentimentalismo que yo respeto profundamente, pero que he decidido en modo muy racional no compartir. A continuación les explicaré por qué.
Por más de un lustro he concentrado mi mirada sobre la política venezolana en las ejecutorias de esa oposición calificada por muchos como “institucional”, o para que no quede duda: la ejercida por el antes G4 y ahora G3. Mucha agua ha corrido debajo del puente, desde aquella oposición a la que en sus primeros tiempos le animaron las mejores intenciones –no albergo motivos para ponerlo en duda– hasta la de estos días. Ha fracasado en la inmensa mayoría de sus estrategias. Y cuando ha tenido éxito, lo ha malbaratado –ejemplo emblemático el de las elecciones legislativas de 2015–. A esta imagen de fracaso se le une la de la infiltración. Ya nos resulta muy difícil discriminar qué actor de allí dentro puede estar infiltrado y cuál no. Son palabras muy duras, lo sé, pero sentidas y pensadas. Y no debo ser el único que lo piensa de esta manera: los reducidos porcentajes de apoyo que alcanzan sus principales figuras en las encuestas evidencian la muy drástica pérdida de la confianza ciudadana en ellos. Este es el dato incontrovertible que me respalda y que a ellos debería causarles inmensa pena. En cualquier democracia medianamente normal, los líderes que sufren una reducción del apoyo ciudadano, como la que los ha flagelado a ellos, anuncian su retiro de la política por un tema de dignidad –Albert Rivera, por señalar un ejemplo reciente–.
En este contexto, Capriles disponía de varias alternativas para plantear como motivo de renuncia. Las reduciré a tres relatos. El primero: “No he logrado incrementar mis índices de confianza ciudadana, pero me alegro que otra candidatura que ha concurrido con nosotros en este largo periplo de lucha contra la dictadura sí lo esté logrando. Aun con mis diferencias de criterios con ella, creo que es mi deber dar un paso atrás con la visión de apuntalar la construcción de una opción ganadora”. Esta narrativa le habría impreso a su renuncia un tono de hidalguía y generosidad cónsono con las complejas circunstancias. Esta opción no conlleva el mensaje de intentar forzar un consenso previo a la primaria, ya que ella se constituirá en el mecanismo refrendario por excelencia de todo el aliento libertario que palpita en el ambiente.
Mi segundo relato es una variante del primero. No tan hidalgo y caballeroso, pero reteniendo un cierto nivel de dignidad. El efecto concreto sería el mismo: la renuncia, adornada con “su deseo de contribuir a la unidad”, pero evitando cualquier manifestación de apoyo disimulado a esa candidatura “innombrable” con respecto a la cual, debería concluirse, se ha acumulado tanto odio en la contienda interna. Y me atrevo a decir que tiene que ser odio, porque con la tanta malicia y el vicio que caracteriza al Régimen, me resulta inconcebible que por diferencias “programáticas o ideológicas” se prefiera arriesgar la continuidad del mismo antes que manifestar el apoyo sereno del sobrio perdedor a quien le ha superado en las preferencias.
Y el tercer relato, el peor, es el que nos ha escenificado Capriles: “…desde el respeto pongo en sus manos la construcción de una opción viable”. Se ha dado cuenta ahora que la suya no lo es, habida cuenta de su condición de inhabilitado, varios meses después de haber inscrito su candidatura y ostentando ya en ese momento la misma condición. Gran cantidad de analistas han argumentado sobre esta inocultable contradicción, pero no me voy a distraer en reiterar sus razonamientos. ¿Cuál es la opción viable? ¿Rosales? Quien lo apoyó antes, quien no ha renunciado a ser candidato y quien cumple con la condición impuesta por el Régimen. Este sería un candidato viable por el cual las grandes mayorías ciudadanas no saldrían a votar. ¿Hasta cuándo tendremos que darnos con la misma tabla en la cabeza porque ustedes se empeñen? Una candidatura viable pero no ganadora –también tendrán que hacerle trampa pero en una escala sensiblemente reducida y que colaría mejor en el contexto de una muy escuálida participación–. Maduro instalado por cinco años más, legitimado y, casi seguro, con sanciones disminuidas si no eliminadas. ¿Con qué cuento nos van a venir entonces?
Ahora entenderán porque no me puedo enrolar en esa corriente de “pobrecito Capriles”. El otro día me llamó un amigo de PJ, con quien compartí tareas en la activación del FAVL Carabobo. Había leído uno de mis artículos; me dijo: no te olvides, el régimen es el enemigo. Recuerdo haberle contestado: después del exhaustivo escrutinio que he hecho de nuestra historia más reciente, he llegado a la firme convicción de que el G3 se ha convertido en parte del problema. ¿Qué quieres decir? –me cuestionó–. Los venezolanos también tendremos que combatirlos a ustedes por obstructores de nuestra ruta hacia la libertad. Ya no se puede decir que el Régimen sea el único responsable de nuestra tragedia.
Lo más grave es que muchos ciudadanos tienden a normalizar el extravío de tal comportamiento político; a calibrar sus decisiones dentro del rango de conductas políticas esperables en una contienda interna de una democracia normal. ¡Por Dios, ese no es nuestro caso! Hay inmoralidad en el comportamiento político de estos nuevos enemigos, porque el régimen lo es y todo lo que le ayude también lo es. Ya no caben sensiblerías en el trato hacia quienes se han abocado a desconocer la voluntad de las mayorías en su inmenso deseo de retomar la lucha hacia la libertad.
Nota final: La dureza de lo expuesto va, principalmente, dirigida a las cúpulas extraviadas del G3. Me consta la existencia de dirigentes de base, con gran capacidad de trabajo y lucha, muy bien intencionados aunque inmaduros en su visión del deber ser de un partido político.
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