OPINIÓN

La renovación partidista

por Robert Gilles Redondo Robert Gilles Redondo

 

La política venezolana tiene un signo característico de su decadencia: la abolición de sus partidos. Las causas de esto son variopintas. Desde el sicariato que se perpetró judicialmente contra los tradicionales, entiéndase AD y Copei, así como aquellos nuevos partidos del último cuarto de siglo que no han tenido la capacidad, no solo de representar algo con seriedad, sino tampoco de estructurar un mínimo de contenido programático que siente bases doctrinarias. La mayoría de los casos son un cuadro abstracto de doctrinas o ideologías.

La historia de los partidos políticos venezolanos habrá de señalar, sin excepciones, la ausencia de escuelas para sus militantes. La formación de los militantes es la enfermedad de la que han adolecido siempre, dejando consigo la huella de cuadros políticos con escasos conocimientos integrales no solo del país y su idiosincrasia, sino también de insuficiente instrucción histórica. Aun cuando la tendencia actual pretenda desechar a la historia como base fundamental para la comprensión del momento en la política y los pocos que la usan en su cotidianidad es para repetir con encono glorias pasadas y épicas bélicas que intentan hacer despertar en los ciudadanos de hoy una valentía de raza para no sé qué conflicto presente o futuro.

Y es que justamente el discurso político en la Venezuela de hoy refleja este intento desesperado de encontrar en las épicas independentistas contra el imperio español lo que como ciudadanos no hemos sido capaces de encontrar o reencontrar acaso. No dejamos de escudarnos en Bolívar y en la victoria de la atroz guerra de independencia para consolarnos del presente y deliberadamente escondemos los desmanes de la cruenta guerra federal que sacó lo peor de nosotros mismos como país. Y si bien es cierto que así como en el mundo y en general en la vida, las batallas o las guerras de hoy siguen teniendo el mismo motivo y objetivo, se libran muchas de otra índole que no son necesariamente por control territorial, bajo los estrictos términos de conquista o independencia que la historia aporta, sino que son reflejo del muy amplio desarrollo de la razón, de las formas de organización y política, y de la manera en cómo el inexorable paso del tiempo nos hace a todos más ciudadanos que soldados de nuestros países. Y es aquí donde la política, que todo lo controla, es víctima y victimaria de sí misma. Víctima en cuanto quienes la hacen no tienen mucho para ofrecer, victimaria en cuanto a la renuncia o indiferencia que se hace de ella para intentar poner en la sociedad.

El desafío es enorme específicamente en la Venezuela de hoy. La existencia de un estado fallido es condicionante, como también lo es la existencia de una sociedad fallida que ha renunciado progresivamente a resolver los problemas de fondo y solventar día a día los problemas de forma. La famosa frase del “sino trabajo no como”, como si acaso el problema cívico exige dejar de trabajar y de comer y se limita a acciones de protesta diarias en la calle.

Pero bien ¿y qué hacemos? ¿cómo despertamos del letargo? ¿cómo hacemos despertar a la dirigencia? ¿cómo logramos que los partidos políticos de verdad aporten menos en sus historias y más en la formación de ciudadanos para la anhelada reconstrucción de nuestra nación?

Antes de ser patria somos nación. Es decir, antes de ser patrioteros, debemos ser ciudadanos. Y la ciudadanía en mucho se forma a través de la organización y es allí donde los partidos políticos necesitan ofrecer herramientas reales para motivar y para formar y no solo una formación doctrinaria, sino una formación sobre las actitudes que debemos asumir para exigir el fiel cumplimiento de nuestros derechos luego que hagamos cabal cumplimiento de nuestros deberes.

El país se piensa y se construye oyéndonos entre nosotros mismos, aún cuando quienes usurpan el poder y lo ejercen de forma autócrata y cruel no lo hagan. Esa conditio sine qua non para hacer país y hacernos ciudadanos, la hemos olvidado. Y la olvidan quienes hacen política no para construir sino para derrumbar, como una profesión de moda que alcanza para podcast o simplemente para legalizar siglas que abulten los tarjetones electorales y así demostrar que hay más participación, más democracia, más derechos.

Parte de la enorme tarea de la transición a la democracia es la formación de los partidos, su reinvención para no extinguirse dependerá en el futuro inmediato de la capacidad que tengan de formar ciudadanos no solo para el ejercicio de la política sino para algo más importante aún: para ser ciudadanos, permítaseme la redundancia, realmente cívicos, conscientes de su rol y militantes reales de nuestro propio país.