Para la inmensa mayoría de los venezolanos el nombre de Teresa Carreño aflora en la mente como el linajudo y maravilloso centro cultural que engalana a la Caracas señorial, aquella urbe que perdida entre esfuerzos y ebria de modernidad, supuso la ilusión de un luminoso futuro. Para otros, su evocación se conecta con páginas de magistral registro como la más brillante intérprete del piano y compositora, una mujer que recorrió parte del Mundo cosechando la admiración del público de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX. María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García nace en Caracas el 22 de diciembre de 1853, formada desde sus primeros años con una rigurosa preparación frente al piano. Por diferentes motivos su familia se ve obligada a marchar de Venezuela con rumbo a los Estados Unidos, donde debuta profesionalmente antes de cumplir los 9 años de edad en un concierto realizado en el Irving Hall, en New York, el 25 de noviembre de 1862. Posteriormente, emprende viaje a Cuba y luego retorna a los Estados Unidos para realizar exitosas presentaciones -incluida una para el presidente de ese entonces Abraham Lincoln- antes de trasladarse a Europa para establecerse allí desde 1866. Es para ese entonces donde la joven pianista abre otra senda en el arte. Esta rutilante estrella de las 88 teclas figuró con particular importancia en otra disciplina artística, el canto lírico; sí, Teresa Carreño fue una destacada cantante de ópera y empresaria artística de este género musical.
Desde pequeña el canto para ella es un refugio y una expresión de su sentir, es por ello que al entrar en contacto con artistas operáticos, su natural inclinación cobra dimensión. Destaca que en sus inicios el maestro que influiría y por el que acabara abrazando el canto fuera Giaochino Rossini (1792-1868), autor inmortal de El barbero de Sevilla, Semirámide y Guillermo Tell, quien meses antes de su muerte, le dio lecciones de canto, enseñándole técnicas vocales y nutriéndola con su experiencia. Estando contratada como pianista en una ópera producida por el Coronel Mapleson, surge la oportunidad de sustituir a la cantante anunciada en el cartel y el 12 de marzo de 1872, a los 19 años de edad, Teresa Carreño debuta en la ópera Los hugonotes de Giacomo Meyerbeer. De septiembre de 1872 a mayo del siguiente año, se embarca en una extensa gira por los Estados Unidos con la empresa Patti & Strakosch del tenor Mario Patti y del compositor Maurice Strakosch. Es en esta compañía que conoce a quien será su esposo, el violinista Emile Sauret.
En 1876 se divorcia y regresa a vivir a los Estados Unidos, se establece en Boston, ahí trabaja como pianista acompañante de la reconocida soprano y maestra de canto, Madame Hermine Küchenmeister-Rudersdorf (1822-1882). Es en ese entonces que, de la mano de la Rudersdorf -quien la acoge como alumna, mejorando significativamente su técnica-, cuando se puede dedicar a su segunda pasión, la ópera. Maurice Strakosch – de la compañía con la que Carreño hizo su primera gira por Estados Unidos por-, al saber que la venezolana vivía en Boston le ofrece contrato para una nueva gira como ejecutante y cantante. En esa época Teresa canta junto a la figura principal de la agrupación, el joven barítono italiano, Giovanni Tagliapietra con quien posteriormente se casa en segundas nupcias.
El matrimonio se convierte en una notoria pareja escénica, como lo demostraron en la temporada en Nueva York cuando actúan en Don Giovanni de W. A. Mozart, donde la caraqueña interpreta el rol de Zerlina. El Daily Tribune de esa ciudad publicó al respecto: La debutante de la noche, Mme. Carreño, en el papel de Zerlina, fue calurosamente ovacionada por el auditorio y produjo una agradable impresión. Su voz revela un cuidadoso estudio y método excelente. En el segundo acto parecía más segura, y cantó el solo de manera exitosa. Carreño seguiría cantando esporádicamente a la par de su deslumbrante carrera al teclado. Su profundo amor por el canto la lleva con su esposo Giovanni Tagliapietra, a producir repertorio operático para hacer temporadas y giras. A finales del año 1881, funda la Carreño-Donaldi Operatic Gem Company junto a la prima donna italiana Emma Donaldi.
Después de veintitrés años de ausencia, por fin la insigne Teresa Carreño regresa a su natal Venezuela en octubre de 1885, siendo recibida por una multitud como una celebridad y despertando con pasional inspiración a la concurrencia que, pletórica, disfrutaba la llegada de la reina del piano. Se leyeron proclamas, poemas, se dieron discursos ante lo que, emocionada por aquella rotunda muestra de admiración y cariño, dijo con voz quebrada: “estas lágrimas que brotan del corazón hablan por mi, no merezco tanto”. Luego de su primera presentación en Puerto Cabello le sigue otra en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal de Caracas) al que asistió el presidente Joaquín Crespo (1841-1898). Prosiguieron conciertos y recitales en el interior del país y presentaciones en Curazao y Trinidad y Tobago. Nuevamente en Caracas (1886) da un concierto de despedida y canta con su esposo el dúo Udiste? mira di acerbe lagrime de El Trovador de Giuseppe Verdi y que la prensa reseñó como “raudales de aplausos prodigados por nuestro público a Teresita en el dúo de El Trovador.” Para ese entonces, el general Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) había sido elegido nuevamente presidente de la nación y este le encarga la organización de una temporada de ópera para el año siguiente.
La temporada organizada por Teresa recibió un aporte económico del Congreso Nacional. Se trajo personal técnico del exterior, vestuario de Europa y decorados y utilería de los Estados Unidos. Ella organizó una programación con 48 artistas contratados en Nueva York y Milán. Las figuras principales de la compañía eran: Madame Adela Aimery (soprano), Madame Linda Brambille (soprano ligera), Prompolini (contralto), Giovanni Tagliapietra y Noto (barítonos), Guardente, Passetti y Guarra (tenores), Ricci y Bologna (bajos) y la primera bailarina María Bonafante. El 5 de marzo de 1887 se sube el telón con Un baile de máscaras de Verdi, resultando apoteósico éxito, pero, no todo estaba escrito.
Venezuela vivía en esos días una gran tensión política, que no se relajaba con los programas modernizadores de Guzmán. La oposición era fuerte y encontró en la agrupación de ópera una buena excusa para atacar al gobierno. Adicionalmente a esto, la figura de Carreño se posicionó como objetivo de ciertos círculos sociales que enfilaron despiadados ataques por ser una bella mujer, que además de divorciada y vuelta a casar, trabajaba y era artista. En carta que la propia Teresa Carreño dirige el 29 de marzo de 1887 al presidente Guzmán Blanco, se evidencia su pena: “Yo me he encontrado aquí con una enemistad en varias personas, tan grande como incomprensible, que a pesar del mérito incontestable de la compañía (mérito que el público que ha asistido a las óperas, como también los periódicos serios y aficionados, han reconocido unánimemente), están trabajando día y noche para hacer romper la compañía y quedar mal ante el público y los artistas que he traído. Yo no sé a qué atribuir esta guerra que se me hace pues no sé en qué manera merezca esto, como también los insultos personales que se me hacen por la prensa a cada paso”.
Toda esto produjo en Teresa angustia y abatimiento, al punto de poner en duda, según sus propias palabras, su único capital, que era su nombre, su prestigio, el cual “se han propuesto arruinar acá en Caracas”. Cartas anónimas amenazantes dirigidas al barítono Tagliapietra y al director, Fernando Rachelle, que entonces se reportó enfermo a fin de no presentarse en el teatro. La propia Teresa dirigió a los músicos en las óperas La Favorita de Donizetti y La sonámbula de Bellini, convirtiéndose en la primera mujer en dirigir una orquesta en el país. Finalmente, las vicisitudes ocasionadas por la oprobiosa élite caraqueña dieron al traste con la virtuosa iniciativa.
Teresa Carreño partió rumbo a Nueva York, para nunca más regresar, el 23 de agosto de 1887. El prestigio y el favor de los espectadores fueron una constante por el resto de su fructífera carrera. Fallece en New York el 12 de junio de 1917, lejos de Venezuela pero teniendo a su patria siempre enraizada en su vida. Desde 1977 sus restos reposan en el Panteón Nacional, máximo honor para aquellos que han signado la historia y cuyas obras se agigantan en el tiempo. Ella merece una nueva lectura; hoy, cuando surgen discursos de reivindicación femenina, las venezolanas tienen en su ejemplo una imagen a seguir, una artista de talla universal cuya condición de mujer no le impidió alcanzar sus metas y que supo construir una obra que aún sobrevive. Paradójicamente, solo en su suelo natal se vio hostigada y desacreditada. Teresa Carreño seguirá siendo una fulgurante estrella de nuestro país, una que ni la envidia, la hipocresía y la mala interpretación de la moralidad pudieron opacar. De su alma surgieron las creaciones más hermosas, aquellas que superaron el tiempo y que no necesitaron redención.
Twitter: @EduardoViloria