La vida de Stallone fue dura en Hells Kitchen, barrio bajo de Nueva York. En el documental Sly conocemos el pasado oscuro de personaje al ser criado por un padre violento, competitivo y castrador.
Las películas serán una elaboración dramática de sus traumas, documentales biográficos disfrazados de ficción y viceversa, cuyas historias de acción glorifican el mito del viaje del héroe, para compensar carencias y complejos de inferioridad.
Rocky se escribe de manos del propio actor, porque nadie lo estimaba como intérprete en la industria.
En ella, el autor hilvana una semblanza personal, mezclándola con un relato romántico de superación, una trama de boxeo y una narrativa de un perdedor redimido a punta de golpes en el ring.
Junto a Rambo, ambas películas definirán el tono de un cambio generacional, entre la decadencia del New Hollywood y el ascenso de un cine de rearme moral, adherido a la visión conservadora de Reagan.
Si bien el documental amaga con plantear una autocrítica, elude cualquier atisbo de cuestionamiento serio, prefiriendo mantener el control del storytelling en los términos de la súper estrella, quien es tan autoindulgente como en sus filmes.
De cualquier modo, se arrepiente de un pretérito salvaje en la meca, donde desafiaba a sus oponentes periodísticos, a resolver sus diferencias a puño limpio en un callejón.
El irónico Tarantino reflexiona sobre aquellos deslices, entendiéndolos en el contexto de una cultura tóxica de machos alfa.
Stallone no parecía tener otra opción, en su carrera, viniendo de una familia disfuncional, marcada por el abandono, la falta de afecto y el abuso doméstico normalizado.
Contra ello decidió emprender una cruzada creativa, una pequeña revancha en el mercado audiovisual, capaz de trastocar cimentos y llegar a establecerse como marca hasta nuestros días, alrededor del planeta.
En el medio, sucedieron innumerables fracasos y traspiés, bancarrotas comerciales y fiascos estéticos, como su etapa de comedias ridículas y farsas descafeinadas, como Oscar, hechas con el fin de opacar a su némesis Arny, un Schwarzenegger mejor dotado para reírse de sí mismo, de su imagen de indestructible.
Por tanto, Stallone descubre un proceso de madurez y decantación, al cerrar su obra en una revisión más melancólica y crepuscular de sus alter egos de combate.
Las secuelas noir de Rocky y Rambo consiguen reconciliarlo con sus demonios y fantasmas, haciendo las paces con los miembros de la prensa.
Recordamos la oportunidad de encontrarse con De Niro en Copland, bajo la dirección de un joven James Mangold, soñando los dos con la ocasión de explotar los últimos vestigios de la ola independiente.
Gana peso y capas de lectura, pero la academia nunca le perdona su pragmática visión del negocio, cancelándole la menor oportunidad de pelear por un Oscar, otra vez, como si lo de Rocky hubiese sido el fruto de una extraña casualidad.
La corrección política del milenio va cerrando puertas a los mitos del pretérito, con dedos acusadores.
Sin embargo, Stallone todavía goza de fama mundial y la aprovecha en su invento de Expendables, una franquicia de reunión de los abuelos del rock.
Como Eastwood, el actor juega conscientemente a adaptarse a los nuevos tiempos, sin renunciar a su esencia de salvador y vengador popular.
Uno de los géneros más rentables en el globo, una síntesis del american dream y de su pesadilla.
En Sly lo secundamos en una soledad decadente de “Sunset Boulevard” y “Ciudadano Kane”, ahora rodeado por una riqueza que no llena su vacío, que le tiene indiferente.
El documental logra transmitir una metáfora a través de una mudanza de su colección de esculturas, muñecos, afiches y bustos de cera, cual general en su laberinto.
Un coronel que no tiene nadie quien le escriba en Hollywood. Pero así fue al inicio de todo.
De modo que la existencia vuelve al origen en Stallone.
Lo puedes dar por derrotado u olvidado, por subestimado y menospreciado, pero siempre se las arregla para regresar con un nocaut.
Es la gracia de su arte modesto, de tipo “underdog” y descalificado que no se victimiza, que no procastina y que toma la adversidad como un envión a su favor.
Pareja de la película Nyad en la parrilla de Netflix, Sly brinda alivio y esperanza a una tercera edad, a unos Mavericks, a unos adultos mayores que se niegan a claudicar, a ser invisibilizados por las modas contemporáneas.
Es el valor de los clásicos, de los maestros, de los “Rockys” que entienden que la vida es un ring, del cual se sale ganando con determinación, paciencia y resiliencia.
Stallone fuma un puro y nos regala sus memorias, sus testamentos, totalmente de pie y en primer plano.
Una lección de improvisación, que luce como un documental, pero que es una de sus mejores películas de ficción en años.
Así como First Blood es en realidad no una de acción, sino un capítulo de su novela autobiográfica.
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