“Presta a todos tu oído pero a pocos tu voz; oye las censuras de los demás, pero reserva tu juicio”. William Shakespeare.
Hace ahora apenas unos años que, como un explorador, con su salacot y su machete, decidí aventurarme en esta selva de Twitter. Yo, el hombre analógico, entré en el mundo virtual como quien ha vivido en una isla salvaje y, repentinamente, pisa la ciudad. Y así fueron mis primeros pasos, como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, intentando aprender de mis múltiples errores y dudando, sobre manera, de que la red social pudiera serme útil, en modo alguno.
Es curioso. Yo soy ingeniero informático; precisamente por eso, siempre he desconfiado enormemente de los ordenadores y sus derivados, pero es verdad que, cuando pisas la ciudad, ya no puedes ir descalzo. El mío no es un caso único, ni siquiera raro. Yo tenía un tío, bueno, lo sigo teniendo porque aunque murió sigue conmigo, que se dedicó toda su vida laboral a la venta de accesorios y repuestos para automóvil y nunca se sacó el carnet de conducir. Supongo que, en la misma medida que yo de los ordenadores, mi tío desconfiaba de los coches, porque los conocía bien. Entiendo que aplicaba la máxima de “ten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos”. Siempre fue un hombre sensato, mi tío Vicente.
Volviendo a Twitter, indudablemente, yo lo usaba mal. Era como esa aspirante a Master Chef a la que, el otro día, le dieron un solomillo para hacer un steak tartar y lo pasó por la plancha. Creo que hacer eso debería estar penado con reclusión, al menos domiciliaria. Si no sabes torear ¿para qué te metes, Manolete?
Pues de la misma manera, yo empecé en Twitter como activista. Desgraciadamente de causas equivocadas, esto es, principalmente políticas. No sé si conocen el chiste: “¿Cómo voy a tener psoriasis si yo nunca he estado en Soria?”. Pues igual. ¿Cómo voy a ser yo activista político si no confío en los políticos?. En fin, yo, como el músico, era un pingüino en un ascensor.
Esto, créanme, me trajo no pocos disgustos. Por aquel entonces, yo intenté seguir a gente que, de un modo u otro, podía interesarme. Y conseguí, aunque contados, algunos éxitos apoteósicos, como que me siguiera uno de mis escritores favoritos, Juan Tallón, cuando no me seguía ni el Tato. Cual no sería mi disgusto el día que constaté que me había dejado de seguir. Tanto era mi desconocimiento del funcionamiento de la red que, dado que tenía su e-mail, le pregunté, perplejo, porqué lo había hecho. Amablemente, me vino a contestar que era un coñazo con tanta política.
He de decir que ahora me sigue de nuevo. Algo estaré haciendo mejor.
No ha sido el único que, por una u otra circunstancia, ha abandonado mi barco. Algunos no solo me han dejado de seguir, sino que, además, me han bloqueado. Especialmente frustrante fue cuando Julia Otero, de la cual he sido oyente incondicional hasta comprender su activismo y sectarismo, me bloqueó por una discusión, acalorada, es cierto, el día que pusieron una estelada en el Twitter de su programa y yo le respondí con una bandera de España con el águila imperial, haciéndole notar que ambas eran igual de inconstitucionales. Esto, una disparidad de criterios a cerca de lo que, aunque inconstitucional, es respetable y lo que no lo es, derivó en un bloqueo que dura ya varios años. Bueno, disparidad y que yo le dije que la estelada era muy bonita, y por tal motivo yo me limpiaba el culo con ella.
He de reconocer que me puede el carácter. Me pasa como a Marty Mcfly cuando le llaman gallina, así que, como el escorpión en el lomo de la rana, no tuve otro remedio que picarla, aunque sabía que, virtualmente hablando, significaba mi muerte.
Otro caso, muy traumático, fue el bloqueo de otro escritor, Arturo Pérez-Reverte, al que he leído más que a ningún otro autor. Como Borjes sostenía, hay que matar a tus héroes si quieres avanzar. Yo siempre he tenido tendencia a exasperar a aquellos a los que se supone que admiro; soy un poco mosca cojonera, la verdad. Si no, pregúntenle a David Summers, que es un santo.
La verdad es que esta vez no fue premeditado, pero me exaspera que un hombre como Pérez-Reverte, con una capacidad intelectual por encima de la media y con el don de la palabra, se pase la vida virtual retuiteando tuits de perritos perdidos, de gatitos abandonados y periquitos en fuga. Cuéntame algo interesante, hombre.
Así que, una vez que Arturo se puso trascendente, le dije que se fuera a adoptar algún perrito. El bloqueo fue inmediato. Y fulminante. Yo pensaba que un hombre acostumbrado a que le explotasen misiles tomahawk a dos metros no tendría la piel tan fina, tendría más templanza, pero Arturo, al parecer, la templanza se la dejó en los Balcanes.
Pues, a pesar de todo ello, ahora, sin embargo, ya no concibo mi día a día sin Twitter. Es una afirmación arriesgada, pero es así. Y tengo que decir que me ha dado mucho. Me ha dado oportunidades que, de otro modo, hubieran sido inalcanzables. La red es una herramienta potente, y como tal, tiene sus riesgos; también te puedes cortar los dedos con una radial, pero no por ello no es una herramienta útil. Bien utilizado, Twitter es maravilloso. A mí me ha dado, entre otros beneficios muy valiosos, la oportunidad de trascender lo virtual y conocer, en el mundo real, a gente valiosa, que ha aportado, aporta y aportará un valor tangible a mi existencia.
Por lo tanto, sea quien sea su propietario, o quien mueva los hilos, allí estaré, mientras no me cierren la cuenta, que también me ha pasado un par de veces.
Así que, si quieren saber de mí, síganme en Twitter.
@julioml1970