OPINIÓN

La recurrente irritabilidad del poder

por César Pérez Vivas César Pérez Vivas

Estos días de febrero han evidenciado, una vez más, la soberbia característica de la cúpula establecida en las instituciones del poder público venezolano. Muestran una recurrente irritabilidad, una intolerancia sostenida. Los señores del poder revolucionario se sienten infalibles, dueños de la verdad absoluta colocados en un Olimpo donde no se le permite a los mortales ciudadanos dudar, cuestionar, criticar, mucho menos protestar u osar desafiar su permanencia en el poder.

La intolerancia se ha tornado consuetudinaria. Su malestar con la crítica ocurre siempre. Si se trata de un ciudadano normal que expresa sus ideas, de inmediato se le ordena una cacería humana para él y su familia. Si algún desprevenido lector tiene alguna duda, lo invito a evaluar el caso del ciudadano Nelson Piñero, quien por expresar su opinión crítica  en la red social X fue de inmediato detenido y judicializado bajo los cargos de instigación al odio.

Si se trata de un dignatario de otro país, que hace observaciones o cuestiona comportamientos del poder revolucionario, de inmediato recibe una andanada de insultos y descalificaciones, aún tratándose de dignatarios con los que Maduro ha mostrado simpatías en algún momento. El presidente Petro les ha pedido (a Maduro y su entorno) que regresen al Sistema Interamericano de los Derechos Humanos, y cada día toman medidas para hacerle saber que no les interesan sus recomendaciones.

Recientemente el presidente de Uruguay, Luis Alberto Lacalle Pou, expresó una crítica normal en el debate democrático. De inmediato, la señora Delcy Rodríguez saltó al ruedo para insultarlo y denigrarlo en los siguientes términos: “Tiene cara de lacayo, se dobla y mueve la cola cuando sus amos del norte le dan órdenes. Que alguien me niegue qué es Lacalle Pou”. La respuesta no se hizo esperar. Se la ofreció, nada más y nada menos que el expresidente uruguayo don Pepe Mujica, quien precisamente no es del partido del actual gobernante de su país. Como todos sabemos, don Pepe viene de la izquierda radical, de ser guerrillero a líder democrático. Los de aquí vienen de forjarse como personas en una democracia, pero han devenido en una camarilla de autócratas. Pepe Mujica lo ha dicho claro: «El de Venezuela es un gobierno autoritario, se le puede llamar dictador… Llámenlo como quieran«.

Con el lenguaje ofensivo de la señora vicepresidenta, y de toda la cúpula roja, Venezuela profundiza su aislamiento y su enemistad con todos los gobiernos del continente. Pero si algo ha evidenciado, con mayor nitidez, la sensible epidermis de la camarilla madurista ha sido la arremetida contra conocidos periodistas y defensores de los derechos humanos, para quienes  se ha solicitado y acordado orden de aprehensión. Me refiero a los casos de las periodistas Sebastiana Barráez, Carla Angola y Norbey Marín. Los defensores de derechos humanos Tamara Sujú y Rocío San Miguel con su familia. También la irritabilidad está presente en los asociados al poder, tanto así, que el ingeniero Carlos Salazar Lárez, un ex funcionario jubilado de PDVSA, fue arrestado por agentes del SEBIN,  luego de hacer viral un video del comerciante colombiano Alex Saab Morán paseándose por  la isla de Margarita. Si, el mismo personaje recientemente liberado de una prisión en los Estados Unidos. Regresó a nuestro país y se ha molestado tanto con ese video, que dada su pública influencia en Miraflores, logra ordenar la desaparición de un ciudadano que se le ocurrió grabarlo en su disfrute de nuestra Isla caribeña.

La cúpula no admite cuestionamientos. Quieren que todos callemos, buscan sembrar miedo en la sociedad, y ciertamente logran sembrarlo. Así lo ha conocido la conocida  periodista, ex ministra de Chávez, Mary Pilin Hernández, quien su red social X expresó: “Tengo 40 años trabajando en los medios de comunicación y nunca antes había tenido temor de expresarme.  Pero que quede claro: el silencio es por miedo, no por falta de indignación o de vergüenza ante los hechos.”

Cuando una dama, que los conoce bien, como Mary Pilin  dice lo que dice es porque ciertamente estamos frente a una caterva de peligrosos, intolerantes y soberbios gobernantes. La historia de la humanidad está llena de este tipo de personajes. Citar a Hitler, Stalin, Sadan Hussein, Erich Honecker, Slobodan Milošević, puede darnos una idea de lo que son capaces los hombres que en el ejercicio del poder se consideran  infalibles y por ende no  admiten crítica alguna.  Persiguen, encarcelan y hasta asesinan a sus críticos y adversarios. Pero llega la hora en que toda esa soberbia los castiga y los envía al basurero de la historia. Los señores del poder revolucionario y bolivariano deberían verse en ese espejo y dejar a un lado tanta vanidad, tanta arrogancia, tanta presunción.

Somos todos seres contingentes, de modo que para nada sirve tanto orgullo, tanta soberbia en  la pretensión de perpetuarse en el poder. Lo sensato es entender nuestra vulnerabilidad como seres humanos y asumir, por lo tanto, un comportamiento digno de un ser humano, consciente de sus limitaciones temporales. Es bueno recordarles el pasaje del evangelio de San Lucas 14:11 que dice: «Todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido».

La irritabilidad de la cúpula roja constituye una huida hacia adelante, representa un esfuerzo desesperado por frenar la incontenible voluntad de cambio que se ha sembrado en el alma de la nación. Buscan llenar las cárceles de líderes sociales y políticos para sembrar el miedo al que se refirió Mari Pili. De esa forma creen ellos, van a frenar la determinación de cambio de los ciudadanos. En esta campaña electoral seguirán con su agenda de violencia institucional y física, pero no vamos a caer en su propósito de llevarnos a su terreno.

Nuestra decisión es impulsar la participación electoral para lograr que los venezolanos se expresen. A Maduro solo le quedan dos caminos, el primero, el sensato: admitir su derrota y entregar el poder. El segundo: la locura, “robarse la pelota” para impedir el juego. Es decir, cambiar los resultados y desconocer la decisión de los ciudadanos. Las consecuencias serían lamentables para todos nosotros, incluidos los soberbios personajes de la cúpula roja. Vamos con firmeza a continuar animando el cambio.