La campaña electoral de Estados Unidos entra en la recta final. Como es de esperarse, la guerra de las encuestas genera todo tipo de análisis, pero algo está claro: Biden continúa a la cabeza, con un margen cómodo en los promedios nacionales (+7% según las reconocida encuesta de la Universidad de Monmouth) y más amplios margenes que los que tuvo Hillary Clinton en 2016 en cada uno de los estados claves como Florida, Pensilvania, Michigan, Wisconsin y Arizona. Y se da el caso de pelea cerrada en estados como Ohio o Carolina del Norte, e increíble, en bastiones republicanos como Georgia o Texas.
Otro hecho claro es que los rangos de aprobación de Trump son históricamente bajos, comparados con cualquier presidente en ejercicio en la historia durante sus campañas para la reelección con 56% de sólido rechazo a su gestión, según la prestigiosa encuestadora Gallup. Y todo esto ocurre en el contexto de la crisis de salud pública del COVID-19, que se agrava por falta de respuestas gubernamentales y una recesión económica que golpea a la clase media y trabajadora, a los pequeños negocios y, con especial rudeza, a la comunidad latina y afroamericana, menores en número, pero proporcionalmente mayores tanto en contagio y muertes por el virus como en afectados por la recesión. A esto debe agregarse una altísima volatilidad de los mercados bursátiles, que se traduce en jugosas oportunidades de especulación para quienes tienen más recursos, liquidez y crédito para operar en ese espacio privilegiado de la economía.
En la línea de datos nítidos emanados de las encuestas, tenemos que, a mayor participación electoral, más amplia la ventaja de Joe Biden. Un ejemplo de ello es el voto latino. A nivel nacional, Biden lidera el voto de los hipanos, con niveles que promedian cerca de 60%. En Nevada, un sondeo reciente de Equis Research coloca a Biden en 66%. La competitividad de la campaña de Biden en Arizona, donde lidera con ventaja de 4 a 6 puntos (nunca antes vista para un demócrata), así como su competitividad en Texas, tiene que ver con el respaldo de los hispanos.
En Florida, Trump ha logrado optimizar en el respaldo del electorado cubano-americano en Miami, por encima del apoyo que alcanzaron Obama o Clinton entre 2008 y 2016… pero el electorado hispano en Florida es mucho más que el voto cubano o el de los venezolanos, este último todavía muy minoritario, pero ambos muy apetecibles en una contienda de márgenes estrechos como las que suelen darse en Florida. Pero la realidad en todo el estado, según Equis Research y Latino Decisions, es que Biden tiene el apoyo de 53% de los latinos en Florida, con 7% de electores indecisos, y Trump se encuentra en 37%, entre los seguros de ir a votar. A la conquista de esos indecisos y para aumentar la participación, el propio Joe Biden enfocó su campaña esta semana en el corredor de la autopista I4 (Tampa-Orlando-Kissimmee), donde se concentra la nueva gran fuerza electoral latina de Florida, el voto boricua. Biden fue certero en su mensaje, con propuestas para la recuperación social y económica de la isla, al decir algo que además de justo, según las encuestas, esperaban escuchar más de 80% de los puertorriqueños de más reciente migración a Florida (y otros estados, como Pensilvania o Texas): «Mi preferencia personal es que Puerto Rico sea un estado. Corresponde a los puertorriqueños decidirlo soberanamente y nosotros debemos corresponder esa decisión de forma vinculante a nivel federal». En pocas palabras, la administración Biden-Harris está comprometida con la ruta a la estadidad de Puerto Rico.
La cuestión de la estadidad de Puerto Rico (igual que la de Washington DC) es un buen puente para conectar con un asunto crucial: las elecciones parlamentarias y del Senado. La admisión de un nuevo estado a la Unión Federal exige de un acto legislativo del Congreso, según la llamada Cláusula de Admisión del Artículo IV de la Constitución. La Cámara de Representantes del Congreso pareciera, según todos los sondeos, que se mantendrá bajo el control del Partido Demócrata, a pesar del complejo entramado de “gerrymandering”, que ofrece mayor rentabilidad electoral a los republicanos. Los promedios de las encuestas señalan que el apoyo genérico al Partido Demócrata se encuentra en 48%, con una ventaja de 5,7% sobre el republicano (ubicado en 42%). Los modelos sugieren una proyección según la cual la fracción demócrata sumaría 214 escaños, contra 190 representantes republicanos.
La batalla por el Senado es un asunto diferente porque solo están en juego 35 de los 100 escaños, en un grupo de estados en esta elección. En esta oportunidad, los demócratas defienden 12 escaños y los republicanos 23 (lo contrario ocurrió en 2018). La correlación actual de fuerzas en la Cámara Alta es de 53 senadores republicanos, 45 demócratas y 2 independientes (Bernie Sanders y Angus King, aunque ambos incorporados a la fracción demócrata). Los demócratas tendrían que ganar 4 escaños para controlar el Senado; y como suele ocurrir, hay estados donde la elección o reelección de un demócrata o un republicano se da por descontada, quedando la lucha por el Senado circunscrita a un grupo de 13 estados, donde en este momento destacan 4 en los cuales el opositor demócrata mantiene sólida ventaja frente al republicano que aspira a la reelección: Carolina del Norte, Maine, Arizona y Colorado. Solo se ve una posible baja demócrata en Alabama. Y posibles nuevas conquistas demócratas (en pelea tan cerrada como inusual) en alguno de los siguientes estados: Iowa, Montana, Carolina del Sur y uno de los dos escaños de Georgia. Un detalle interesante: en Arizona por supuesto el voto latino es de gran magnitud, pero en los demás estados en disputa, aunque todavía el contingente latino es minoritario, oscilando entre 3% y 7% de la población electoral, las diferencias son tan cerradas que una alta participación latina favorecería a Biden y podría determinar el triunfo demócrata en toda la boleta electoral. Los modelos (tomando en cuenta el efecto de la elección presidencial concurrente y la impopularidad de Trump) permiten proyectar un Senado 50/50 o 51 a 49 a favor de los demócratas. De acuerdo con la Constitución, el vicepresidente de Estados Unidos preside el Senado y solo tiene derecho a voto en caso de empate en alguna decisión de la Cámara Alta. Es decir, en el polarizado ambiente político de Estados Unidos, la hoy senadora de California Kamala Harris, de ser electa vicepresidenta, sería una figura histórica para la toma de decisiones en el próximo período constitucional.
Se avecinan batallas fuertes en el Senado. Desde la admisión de Puerto Rico o DC como estados de la Unión Federal, la expansión de Obamacare, las políticas y presupuesto de transición energética para la sustentabilidad medioambiental, la reforma migratoria con camino a la ciudadanía, la introducción de regulaciones federales razonables a la tenencia de armas o rifles de repetición para prevenir la violencia, la reforma del sistema judicial para resolver el flagelo del racismo sistémico o la aprobación de presupuestos que permitan una adecuada inversión en infraestructuras o calidad del sistema educativo, así como acceso a la educación superior. Sin entrar a especular sobre los altamente probables nuevos nombramientos de magistrados en la Corte Suprema o las Cortes Federales.
Como puede apreciarse, están en el tapete muchas cuestiones fundamentales. Todas de especial relevancia para los latinos. Y dado el papel que tiene en todo esto el Senado, e incluso la posibilidad de que sea la vicepresidencia de Estados Unidos la que aporte el voto que decida todos estos asuntos en la Cámara Alta. Los ciudadanos estadounidenses de origen latino que creemos en el cambio y la democracia, tenemos muy claro las razones de peso para salir a votar.