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La historia de los pueblos contiene enconados misterios y callejones por doquier y si es en el caso de Irán mucho más. Resulta que a finales de la década de los setenta del siglo XX el reinado de Mohammad Reza Pahlavi daba signos de agotamiento, tras haber sometido con mano de hierro al pueblo persa desde la década de los cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial.

El Sha modernizó el país al permitir la convivencia con la cultura occidental y relegar al islamismo como doctrina religiosa; pero paralelamente, con su tenebrosa policía política la Savak, implantó un régimen de tortura y persecución a la disidencia, en el que toda crítica contra la familia real estaba prohibida, no había libertad de prensa, ni de expresión, convirtiendo a Irán en un señorío de la muerte.

Había modernidad pero no había democracia, eso fue el caldo de cultivo para que la jerarquía islámica chiita fuera reconocida como el relevo por las movilizaciones populares y así acabar con la monarquía absoluta del Sha. Surgió entonces un clérigo, el ayatolá Jomeini, quien, desde su exilio en las afueras de París, en un pueblecito llamado Neauphle-le-Chateau, proclamó sus ulemas bajo el llamado de “Ala ak Bar” (Dios es grande) y derrocó la tiranía de la dinastía Pahlevi

A este no le valió tener uno de los ejércitos más poderosos de esa región, ni la policía más tenebrosa, la Savak, ni la Guardia imperial élite para proteger al entorno real, simplemente la oleada popular arrasó con una dictadura en nombre de lo que se llamó la “Revolución islámica”.

No tardó mucho tiempo para que la jerarquía de los ayatolás instalara su régimen, esta vez otra versión del pensamiento único, la sharía; la imposición del velo hiyab, que cubre la cabeza y el pecho de las mujeres musulmanas; y toda la sarta de prohibiciones a la mujer, condenándolas a la esclavitud y a valer la mitad de un hombre.

Hoy tras 43 años de yugo islámico, cuando se pensaba que tenían todo atado y bien atado, el atropello contra Mahsa Amini cometido por la policía de la moral por llevar mal puesto el hiyab, y luego la muerte de otra mujer, la joven Nika Shahkarami, por sumarse a las protestas ha desatado la desobediencia más radical contra la atroz dictadura.

Si ayer la consigna de “Alak ak Bar” condujo a la caída del monarca persa, hoy quitarse el hiyab, cortarse el pelo, amenaza como jamás al régimen del terror implantado por los mentores de la república islámica de Irán, cuyos presidentes están supeditados al dictado de los ayatolás, ayer Jomeini y hoy Al Jameini.

En esta cruenta protesta popular las mujeres y los estudiantes van a la vanguardia, a la cual se han sumado los trabajadores de las refinerías petroleras, comerciantes y sectores de la sociedad civil, quienes ven la oportunidad de conquistar un sistema de libertades sin dogmas.

La brutal represión de la Guardia Revolucionaria se ha manifestado con el asesinato de más de 200 personas, quienes no toleran a los estudiantes que rechazan la separación de hombres y mujeres en cafeterías y restaurantes, signo de la opresión de un Estado cuya estrategia además de imponer el pensamiento único es la opresión brutal de la mujer.

En resumidas cuentas, el pueblo iraní brinda una lección histórica de cómo enfrentar a un régimen que impone un sistema medieval en pleno siglo XXI, y al mismo tiempo denuncia ante el mundo a todos aquellos países cómplices en el caso de Rusia, Siria, Venezuela, quienes avalan las masacres perpetradas contra la decisión de estos pueblos de vivir en libertad. Manifestando como único argumento su cantinela de que la protesta popular iraní es auspiciada por Estados Unidos y la Unión Europea, cuando se ha originado como reacción legitima de un pueblo hastiado de la opresión del Estado islámico.

La valentía demostrada en las protestas indica que todas estas tiranías no están blindadas, sus tropelías pronto serán sancionadas por cualquier chispa que incendie la pradera, en procura de lograr un sistema político y económico de bienestar y ese objetivo solo se logra en democracia.


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