El cine de Zack Snyder se ha memeficado o momificado, siendo una caricatura de sí mismo.

El proceso puede que haya comenzado con el falso culto a su versión extendida de “Liga de la justicia”, un filme hueco y pretencioso que creía subsanar los problemas del original, ensanchando su metraje y rescatando descartes, como si la longitud marcara un sello de distinción autoral en la industria, será como reminiscencia de los últimos delirios del New Hollywood, cuando el manierismo coppolliano empezó a naufragar en taquilla y luego hizo crisis en el reventón de Cimino con La Puerta del Cielo.

En los ochenta, aquel gesto épico manifestaba el definitivo ocaso de un movimiento, despidiéndose con una seguidilla de mastodontes hermosos, como Apocalipsis Now y Sourcerer, pero que ya refrendaban el declive de una vanguardia ante su público y su crítica.

Por eso no fueron películas de consenso, sino de grieta entre unos realizadores que querían morir en su ley, antes que resignarse a adaptar los códigos materiales que instalarían los productores de la generación de relevo, que los defenestrarán en la cúpula del poder de los estudios.

De igual modo, el crack creativo de Zack Snyder y su grupo en DC expresa el obvio fin de una época, para los boomers que dominaron la meca con sus fantasías de superhéroes, por dos décadas.

El director será cesanteado de la compañía de Batman versus Superman, tras algunos fiascos que vehicula desde la silla de productor ejecutivo. Lo suplanta su némesis, James Gunn.

La oportunidad de volver, un poco prematuramente, le viene con Netflix y su ansiedad por ganarse un prestigio, al patrocinar firmas y marcas registradas con cheques en blanco, dándoles rienda suelta para expandir sus límites.

Se establece así un modelo de mecenazgo privado, auspiciado e inflado por los números en alza del primer streaming, antes de su estallido en estanflación, la pérdida de suscriptores y la huelga de actores.

Nace un post-Miramax, si cabe el concepto, en el que los algoritmos mandan y empoderan a las audiencias, llevándoles a su casa una dieta de “art house”, lista para servir en la temporada de premios, bajo auspicio de Scorsese, Cuarón, Fincher, Del Toro, Baumbach y otros íconos del cine indie.

De modo que el artesano de Snyder se recupera con una de zombies, Army of Dead, algo pedestre y olvidable, de unos exagerados 148 minutos, nada estelar en comparación con el flamante debut del demiurgo en Amanecer de los muertos, de 100 minutos de una síntesis que no regresará por lo pronto y por los vientos que soplan en el autoindulgente ecosistema de las franquicias que compiten con las series y viceversa.

La orden es que con el mismo presupuesto de otrora, con los mismos guiones, llenen mayor espacio en el contenedor, acaparando minutos de atención que logre capitalizar la inteligencia artificial del reino del streaming.

Por eso Snyder naufraga y patina de lo lindo en Rebel Moon 1, cuya desproporción narrativa la encadena con un innecesario segundo volumen, que no es el de un Tarantino en Kill Bill.

Quentin, a diferencia de su alumno, sabe exprimir cada gota de su celebración del pop y el trash, desde el parlamento hasta las set pieces.

En cambio, Zack parece tan extraviado, desperdiciado y malogrado como un Lynch en Dune, un mamotreto de space opera que ya quisiera emular Snyder con su calco de New Hope con técnicas de AI.

En la cinta se acumulan los tropos, los estereotipos visuales, las citas de un camp sci fi que el cineasta propone replantear, a modo de homenaje nostálgico, actualizándolo con los imperativos del wokismo inclusivo.

El tema es que la fórmula se descompone al instante de subrayarla y anunciarla con una fanfarria pirotécnica que dejó de enganchar, de resultar atractiva desde Watchmen, la cima del realizador.

Se cree que ralentizando escenas y tomas, el arte se eleva a una cumbre de solemnidad estética.

Pero no se pasa de la finta de un spot comercial de un fashion filme, contaminado de guiños.

Con una misma duración, “Trenque Lauquen” edifica un multiverso “Pampero”, que sorprende por la libertad de hilvanar sus microrrelatos de un naturalismo borgeano, surreal. Una chica rebelde escapa del control y se fractura en el abismo.

La Juana de Arco de Rebel Moon se encapsula en una trama copiada de 300 en el retrofuturo, desarrollando un arco inútil en una primera parte, que es un intro hinchadísimo de una película de origen, pensando que vamos a acompañar por años, décadas y entregas la aventura de la salvadora que enfrenta a los neonazis de la galaxia.

Otra guardiana, con sus vigilantes extraordinarios, de una Marvel fake.

Así piensan en nosotros, como fanáticos que debemos permanecer pacientes, cual esclavos de la caverna de Platón, hasta que llegue el siguiente episodio de la novela.

Yo tuve suficiente con el prólogo sobredimensionado por los villanos de costumbre.


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