«Yo no tengo puntos de vista, tengo ojos».
Rafael Cadenas
A la terca manía de cambiar el nombre a disímiles lugares, desde parques y plazas, hasta avenidas, autopistas, urbanizaciones, y aun más, de centros de salud donde, en teoría, se presta el servicio de protección a la salud como contenido esencial del derecho a la vida, se ha sumado la peregrina idea de modificar al antojo los símbolos patrios.
A Caracas, cuyo escudo se ha dispuesto trastocar –así parece-, según la simple mayoría de los concejales rojos rojitos de su cámara municipal. Defenestrar al león y poner en su lugar el par de ojitos del teniente coronel y su boina. ¡Qué boina!
Siendo hoy la pandemia causada por el covid-19 un problema de dimensiones incalculables, en un país donde la corrupción ha corroído, chupado y parasitado el erario, por no decir acabado total y fatalmente con las arcas del Estado, esa cosa aposentada en Miraflores se dedica a cambiar nombres a lugares, monumentos e instituciones. Aun más, a ciudades y estados del país; además, a aprobar en primera discusión con su asamblea nacional un dizque proyecto de ley de “parlamento comunal” y a viajar por el mundo en busca del reconocimiento que no tienen, pues, como se sabe, llevan en el ala el plomo de la ilegitimidad.
Esa terquedad ha trocado en un terrible afán, suerte de competencia, a ver quién cambia más o cuánto más asombro o escándalo causa cambiarle el nombre a alguno de estos sitios, y al propio tiempo, quién recibe más loas del jefe. O como en el caso presente, quién alcanza las cotas más altas de la desfachatez o del más ramplón y ridículo fanatismo.
Le cambiaron el de Rómulo Betancourt al Parque del Este, el de Fernando de Peñalver al de Valencia por Negra Matea, a la urbanización Doña Menca de Leoni, en Guarenas, pretendían trocarlo por el de 27-F, y así.
En tiempos en que se intenta borrar la historia derribando estatuas; en que se dañan murales y se descuidan tantas obras de reconocidos artistas, ante la mirada impávida de los encargados de su preservación, es bueno alertar sobre estos despropósitos.
Hoy cuando se ignoran los méritos de muchos artistas, cuyas muertes pasan por debajo de la mesa, a otros se les impide venir al país; se aprueban leyes para un mayor control social; se amenaza a periodistas y a medios de comunicación; cuando pensar distinto parece delito; cuando se le inflige un castigo innecesario a la memoria de tantos héroes y buenos ciudadanos de indiscutibles méritos, hoy vale la pena decir algo.
De un gobernador poeta nos llamó la atención en su momento que a centros de salud les asignara solo nombres de guerrilleros: Noel Rodríguez, Chema Saher, Che Guevara, entre otros.
Me hizo recordar a una poetisa boliviana cuyo nombre no precisamos, que allá por los años sesenta del pasado siglo deliraba, como el poeta, por los alzados del monte. «Quiero nadar en la mar / del semen de un guerrillero».
Habiendo tantos médicos eminentes, tantos ciudadanos esclarecidos, que un funcionario escoja los nombres de guerrilleros para lugares de dar vida, cuando ellos andaban en procura de la muerte, es un garrafal desacierto. Profesionales de la medicina que, junto a todo el meritorio equipo que los acompaña, hoy están en riesgo de contagio por la llamada covid-19 o virus chino, mientras se muestran más lejanas las posibilidades de que llegue al país las vacunas que protejan o ayuden a disminuir los estragos causados por la pandemia.
Con estas medidas debe tenerse mucho cuidado, sindéresis, tino político y sobre todo, respeto por la historia, por la memoria colectiva, el sentido de arraigo y reconocimiento de las comunidades y su entorno, incluso, por el derecho que tenemos a ser recordados
Aracataca, lugar colombiano donde nació Gabriel García Márquez, se negó a dejarse cambiar el nombre, referéndum mediante, para pasar a llamarse Macondo. Fíjense, amables lectores, hasta para lo que sirve la consulta popular. Y Guarenas, aquí mismo, ya ha asomado su descontento por la intención de arrebatarle el nombre a una de sus más populosas urbanizaciones.
Por cierto, aquel cuyos ojos quieren imponer en el escudo caraqueño fue el mismo que dijo que iba a proteger a la infancia y que si continuaban niños de la calle en un lapso determinado él se quitaría o cambiaría el nombre… Bueno, la espera continúa.
Tratar alegremente el tema, olvidando que las personas pasan y las instituciones quedan, es a todas luces un acto de cicatería.
¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos. Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido en Venezuela.
Mantengamos los ojos bien abiertos, miremos a todos lados, oteemos el horizonte, aspiremos los olores de la república con nariz sensible, para que veamos al país, cuesta abajo en su rodada y ayudemos en su recuperación, más allá de unos ojitos en el escudo de Caracas.
No es cambiando el nombre a las cosas, por así decirlo, ni haciendo viajes por el mundo buscando infructuosamente el reconocimiento que no tienen y tampoco creando “parlamentos comunales” ni ninguna otra figura no prevista en la tan violada carta magna, que saldremos de esta crisis política, y mucho menos superaremos la gravísima situación de salud que padecemos.
Despertar no es solo abrir los ojos.
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