Lo contó el diario El País de Madrid. Mario Vargas Llosa opinó, públicamente, que Fidel Castro acaso no se hubiera radicalizado si la CIA, en contubernio con la United Fruit, no hubieran derrocado al coronel Jacobo Árbenz mediante un golpe de Estado en 1954.
Fidel Castro, nos recuerda Vargas Llosa, suscribía entonces un programa socialdemócrata. Esto sucedió en la rueda de prensa en la que nuestro Nobel de Literatura presentaba su última novela, Tiempos recios, en la que cuenta la historia de aquel coup de´État, a juicio suyo punto de partida de la rebelión de muchos jóvenes e intelectuales contra Estados Unidos.
Supongo que, en general, es cierta la apreciación de Vargas Llosa, pero no estoy seguro de que el antiyanquismo latinoamericano se origine en este episodio. El Kremlin empleaba enormes recursos en estimular esta conducta por medio de los «Congresos por la Paz», a lo que se agregaba la atmósfera de la guerra fría. Árbenz fue derrocado como consecuencia de este episodio.
No entro en el tema de la novela porque todavía no la he leído. Calculo que será espléndida, como las otras 18 que ha publicado el autor de Conversación en la catedral, unas más y otras menos, pero todas buenas. El hecho de que tenga 83 años de edad no le resta méritos al libro. Es al revés. Con el tiempo la prosa mejora (menos en el caso de Carlos Fuentes, que se fue haciendo ilegible año tras año).
En lo que discrepamos es en el momento en que Fidel Castro se radicalizó, algo que tiene cierta importancia lateral. No fue en junio de 1954, mes en el que Árbenz renunció a la presidencia tras los bombardeos aéreos secretamente organizados por la CIA. Sucedió algo antes, a finales de los años cuarenta, cuando Fidel estudiaba Derecho en la Universidad de La Habana.
Eso, al menos, es lo que dijera José Ignacio Rasco (Fidel lo llamaba “Rasquito”), su condiscípulo desde el bachillerato en el Colegio Belén, y luego en la universidad. Para José Ignacio, y me lo contó personalmente, no había la menor duda: “Fue seducido por las tesis leninistas; recitaba de memoria páginas enteras de ¿Qué hacer?, el ensayo en el que el ruso describe la toma del poder”. Incluso, el propio Fidel, tras estar seguro de que el gobierno no podía escaparse de sus manos, llegó a decir que “era marxista-leninista y lo sería siempre”.
Pero hay otros testigos directos. El abogado Rolando Amador, compañero, amigo de Fidel Castro y primer expediente de su curso, solía relatarlo con lujo de detalles tras abandonar Cuba a principios de la revolución.
En 1950 Fidel, para poder graduarse, le pidió que le repasara algunas asignaturas que llevaba por libre. Fidel era inteligente y tenía una gran memoria, pero había descuidado los estudios. De manera que ambos se recluyeron en un hotel para esos fines. Mientras estudiaban, llegó una delegación del Partido Socialista Popular (PSP), el grupo de los comunistas, formada por Flavio Bravo y Luis Mas Martín. Venían a informarle a Fidel que había sido aceptado en el partido.
Había tres formas de militar en el partido. La “abierta”, la del “acompañante” que generalmente “entraba” en otra formación política o institución del Estado para informar e influir, y la que recibía adiestramiento y órdenes directamente de los servicios de inteligencia soviéticos. Flavio Bravo y Mas Martín estaban en esa tercera categoría que dirigía en la sombra Osvaldo Sánchez. No puede olvidarse que la función de los Partidos Comunistas de todo el mundo era proteger y ayudar a la URSS. Por eso el Kremlin los financiaba.
Fidel era un “acompañante”. Su función era “entrar” en el Partido Ortodoxo, del que llegó a ser candidato a congresista, una formación socialdemócrata (y anticomunista), como sucedió con Eduardo Corona o Martha Frayde, y radicalizarlo desde dentro. La idea de que Fidel era demasiado “fidelista” para someterse a una disciplina partidista olvida la circunstancia de que Stalin era, ante todo, “estalinista”, y Mao “maoísta”, líderes destacados que al principio parecían dóciles, hasta que pudieron manifestarse tal cual eran y mostrar su verdadero caudillismo.
Fidel no se hizo antiyanqui por la mala conducta de Estados Unidos en Guatemala. Se lo contó en una carta a su amante y amiga Celia Sánchez escrita en la Sierra Maestra en 1958: pelear con sus vecinos gringos era su destino. Como en el cuento del alacrán: “era su carácter”. No podía evitarlo.
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El autor publica muy próximamente Sin ir más lejos, sus memorias personales. Editorial Debate, un sello de Penguin-Random House.