OPINIÓN

La quinta temporada de The Crown muestra las fisuras de la corona británica de cara al tiempo

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

La temporada cinco de The Crown resume el Annus horribilis de la monarquía inglesa. Pero lo hace, sin llegar del todo amarillismo o retorcer la historia real en favor del espectáculo. En su lugar, la historia de la familia real británica es más cercana y sensible que nunca.

En la quinta temporada de The Crown, la reina Isabel II comete errores. Exige presupuesto para reparar uno de sus yates en plena recesión mundial. Trata de ocultar el comportamiento desordenado y con frecuencia, vergonzoso de su hijo mayor. Se queja en privado de sentirse marginada políticamente, sin comprender los cambios políticos a su alrededor.

La nueva entrega de la serie deja claro de inmediato que la reina es falible. Interpretada por Imelda Staunton, la monarca está más cerca de una figura terrenal que la incorruptible y simbólica que fue hasta hora. El nuevo rostro de la reina es más humano. Al menos, más cercano al cansancio, el desaliento y la extenuación.

También, a la rabia. La sensación que, a pesar de sus esfuerzos, su labor de décadas frente a la casa real puede verse amenazada. Tal vez por ese motivo, una de las primeras frases de la nueva entrega de la serie, es un símbolo del peso del deber sobre sus hombros. De la demanda de la historia y la percepción de su sitio emblemático el mapa del poder de su país. “No quiero romper ninguna regla” confiesa con desaliento.

Está a punto de recorrer lo que la verdadera y recién fallecida Isabel II llamó su Annus horribilis. De enfrentar una crisis personal y constitucional considerable. Para la Isabel de la ficción, el futuro no es promisorio. Pero como otras tantas situaciones, lo enfrentará con la convicción que ella es, antes que cualquier otra cosa, el sostén moral de Inglaterra.

Nuevos rostros para una nueva historia 

La quinta temporada de The Crown se enfrenta, de una forma u otra, a las mismas presiones que su personaje central. Criticada por llevar a la historia reciente de la monarquía a un terreno amarillista, la serie causó polémica antes de su estreno. Pero la entrega está más interesada en la política detrás del poder que en el morbo de los detalles incómodos.

En especial, en la forma como la corona debió comprender la convulsa década de los noventa. Con el cuento de hadas de Diana y Carlos, convertido en una pesadilla de medios y un escándalo sin precedentes, La Casa Real debe lidiar con la vergüenza. Al mismo tiempo, con el escrutinio público obsesionado por cada elemento de dolor que la fisura en la impoluta imagen de los Windsor podía mostrar.

Sin embargo, los nuevos capítulos están especialmenteenfocados en escudriñar la vida de la Isabel II de Stauton. La cabeza visible de la monarquía inglesa está en medio de una transición dolorosa. No solamente entre el poder que representa y sus fisuras. También, como el rostro de una institución atacada, vilipendiada y menospreciada por las corrientes de las nuevas décadas. Por supuesto, la reina cometerá errores. Incurrirá en todo tipo de equivocaciones al intentar lidiar con el equilibrio entre la vida pública y la privilegiada. Un punto que el argumento The Crown explorará con gentileza y cierto sarcasmo.

Una familia en medio de una sacudida histórica

The Crown siempre ha jugado con la ventaja de la distancia histórica. Lo que hace a su retrato sobre la monarquía tendencioso y en ocasiones, casi tramposo. El efecto es más evidente que nunca en la temporada cinco, en que la erosión de la corona como emblema inglés comienza a ser visible.

En especial, en pequeños puntos incómodos que ahora mismo se debaten. Isabel II debe enfrentar que la corona es un peso muerto sobre las finanzas de Inglaterra. A la vez, que el comportamiento de sus miembros, ya no es un secreto o goza de la protección de la opinión pública. Lo que hace a la serie más dura por la mera noción de responder a inquietudes del futuro, a través de la revisión histórica.

Una circunstancia notoria en la visión sobre el primer ministro John Mayor interpretado Johnny Lee Miller. El argumento muestra a la cabeza política de Inglaterra preocupado, en un intento de lidiar con una reina Isabel II cada vez más lejana al devenir de la historia.

Le aconseja, trata de hacerle comprender su ahora reducido papel en las grandes decisiones. Hay algo de hijo preocupado en este político de hablar lento y pausado, que parece tener una visión casi profética del futuro. Un truco que sostiene el resto del giro argumental que medita acerca del tiempo que transcurre de manera implacable.

La caída de la paz doméstica y política 

Todo ha cambiado en Buckingham Palace. No solamente los rostros de los protagonistas — el elenco de la producción fue renovado por completo— sino también el sentido del poder. El guion lo sabe y construye un punto de vista de este recorrido hacia la irrelevancia, uno de los puntos más duros que tocará durante la temporada. El showrunner Peter Morgan de nuevo explora la humanidad detrás del poder, pero esta vez desde cierta sombra de la decadencia.

“Ver caer el mundo que conociste es una experiencia que nadie te enseña”, se lamenta la reina, agotada. A su lado, Felipe de Edimburgo (Jonathan Pryce) es una presencia reconfortante pero gélida. La pareja atraviesa la vejez desde la confusión de un mundo nuevo. “¿Esperabas que esto pudiera ocurrir?”, pregunta más de una vez el príncipe, sorprendido. La reina, con las manos cruzadas sobre el regazo, parece cada vez más abrumada, empequeñecida, herida.

Morgan, que antes construyó una visión sobre la solidez de la corona británica, esta vez trabaja desde el desencanto y el cinismo. La historia, que en la serie comenzó en 1940, alcanza la última década del siglo desde la desesperanza.

La Inglaterra de finales de los noventa es terreno de la desilusión y una sucesión de duros inconvenientes pragmáticos. Atraviesa una recesión económica, batallas políticas y la reina, el asombro de ver a su familia en medio vergonzoso conflicto público. Durante sus tres primeros capítulos de la temporada cinco la serie avanza hacia la erosión de los símbolos del poder.

Lo logra, además, trayendo al presente lo que parece una serie de hechos históricos cercanos que contextualizan el relato con solidez. El guion se aleja con elegancia del amarillismo gracias a la solidez de su guion. Pero muestra a la familia real británica derrumbarse a pedazos. Desde la aparente obsesión de Carlos (Dominic West) por el poder hasta el errático comportamiento de Diana (Elizabeth Debicki).

Incluso, la forma en que la reina perdió su capacidad para comprender la política externa. La serie utiliza símbolos de su lenta decadencia, como al mostrar una incómoda conversación con Boris Yeltsin (Anatoly Kotenev). The Crown es consciente de que el relato que analiza es actual y al mismo tiempo es parte de la memoria colectiva de una generación. Lo que le permite jugar con la sensación de recuerdo reconstruido desde una ficción sofisticada.

Un cuento de hadas roto 

Pero, sin duda, el centro de la temporada es la progresiva destrucción del matrimonio entre Carlos y Diana. La serie evita juicios y, también, analizar desde la moral los tormentosos momentos entre la pareja real. Pero no por ese motivo deja de mostrar la separación en una serie de símbolos dolorosos.

El personaje de Diana, perdida la ideal versión del amor, es un espectro de sí misma. No obstante, el desamor la impulsa en direcciones nuevas sobre su importancia como figura de masas. Algo que la serie analiza a través de la distancia histórica. Carlos, obsesionado con cumplir el papel que le asignó la historia, se aferra a su investidura y al amor por Camila Parker Bowles. Entre ambas cosas, los personajes se alejan en una batalla silenciosa, observada con una atención inmisericorde por la prensa y el creciente reproche público. Morgan brinda una versión sobre esta historia rota a través de lo emblemático del pulso de poder entre los príncipes.

Diana se hace más radiante, importante y relevante en el área pública, mientras Carlos se queja en voz alta de que su madre jamás abdicará a su favor. La quinta temporada de The Crown está profundamente interesada en los contrastes y a través de ellos define a los príncipes de Gales. La serie avanza en la percepción de lo agridulce de la derrota moral de la corona británica frente al paso del tiempo.

A la vez contextualiza el peso histórico de la ruptura del matrimonio real en pequeños anuncios de la tragedia. Diana mira a la cámara y suspira, derrotada pero a la vez complaciente. Carlos se aterroriza cuando una conversación privada sale a la luz pública. Cada vez más lejanos, destruidos y heridos, la serie logra contar, a través de la grieta entre ambos, la pérdida de la inocencia de Inglaterra. La forma en que el país descubrió que sus figuras más respetadas eran, en realidad, solamente seres humanos profundamente infelices.

Al final, todas las heridas visibles 

Para su último episodio, la reina se mira al espejo. Al que cuelga de la pared y le recuerda los años transcurridos. El de la historia, que la hace consciente que buena parte de su pueblo la considera innecesaria y anacrónica. Pero también, el de su largo recorrido público como figura simbólica. “Solo estoy cansada”, dice varias veces la Isabel II de Stauton. “Como si el viaje fuera demasiado largo”.

El de The Crown ciertamente lo es y está a punto de culminar. La temporada acaba con la sensación de que el argumento llegó a un punto de inflexión en el que necesita una conclusión. ¿Qué es la corona británica en un mundo contemporáneo más consciente del carácter simbólico de la monarquía? Para bien o para mal, la quinta temporada de la serie plantea que lo que se avecina es un gran cuestionamiento. ¿La monarquía sobrevivirá varias décadas más? La conversación casi casual que la serie incluye entre el presidente de la BBC y el director general es más que evidente en sus intenciones. “Lo queramos o no, la monarquía es parte del carácter británico”, dice el primero con cierta resignación. «¿Te has preguntado quiénes seríamos sin ella?”, responde el segundo. “Seguramente, una nueva Gran Bretaña, una Gran Bretaña diferente”, añade.

¿Qué se prepara a contar la sexta y final temporada de The Crown? Nada está muy claro, pero algo sí es evidente. La serie comprende el peso histórico de su final. También, el contexto que probablemente lo rodeará. Si esta vez cargó con la muerte de la reina como peso añadido a la polémica, la próxima lo hará con un nuevo rey. ¿Eso modulará la gran conclusión a esta saga sobre un fragmento esencial de la historia británica? Solo el tiempo lo dirá.