El fin de la Segunda Guerra Mundial fue de seguida interpretado como una victoria de la democracia, versus las potencias totalitarias como Alemania, Italia y el enigmático Japón. En España el gobierno franquista fue tratado como una dictadura apestosa mientras que a la triunfante URSS bajo Stalin se la miraba con respeto, aunque era una tiranía que dominaba gran parte del mundo. Ni siquiera Gengis Khan tuvo tanto poder en la Tierra. Pero en fin, la democracia tenía un gran prestigio.
En la actualidad este prestigio ha venido erosionándose por el populismo y los malos resultados de muchas democracias, como la griega, la argentina y otras.
Según Friedrich von Hayek, en una entrevista dada a Guy Sorman (véase, Los verdaderos pensadores del siglo XX) el malestar existente en la o las democracias se debe a la perversión del sentido del lenguaje. En sus orígenes, en las democracias auténticas, los poderes del Estado estaban limitados al contrario de lo que sucedía en una monarquía absolutista. Pero, paulatinamente, los gobiernos se han deslizado progresivamente hacia una democracia ilimitada; en la actualidad los gobiernos hacen todo bajo la excusa de que es mayoritario. Esto es, la mayoría ha sustituido a la ley; por lo tanto la ley misma ha perdido su sentido y pleno significado. Por lo tanto, de un principio de valor universal se ha transformado por arte de “birlibirloque” en una regla tornadiza y mutante destinada a servir intereses particulares en nombre de una abstracta e imaginaria “justicia social”. Y en efecto, gracias a la vaguedad del término, cada grupo de la sociedad se siente con el pleno derecho de exigir ventajas especiales o particulares al gobierno, como subsidios, pensiones, ingresos mínimos universales, etc. De esta forma los gobiernos se han convertido en unas simples beneficencias electorales que experimentan una especie de chantaje de los grupos de presión, llámense estos sindicatos, empresas o simplemente indigentes. Los costos del proteccionismo, el cual beneficia a ciertos sectores de la sociedad norteamericana, se diluyen en los consumidores que no tienen un “lobby” ante el todopoderoso Congreso de Estados Unidos. También los costos de las exageradas pensiones se diluyen en las masas pagadoras de impuestos como sucede en muchos países.
Los dirigentes de los partidos políticos aprueban con alegría esas dádivas del moderno Estado “benefactor” para comprar la lealtad de sus electores. Ya en Venezuela hemos visto a milicianos desfilar con las llamadas cajas de comida CLAP. En Argentina esta puja sobre el Estado “benefactor” ha logrado que los beneficios de las pensiones sean también otorgados a las amas de casa. Esto revela que también en la Argentina supuestamente de “centro derecha” funcionan los favores políticos a las masas electorales.
Ahora bien, el politólogo Jason Brennan, de Georgetown, en su libro Against Democracy, plantea cómo no funciona la democracia. En este aspecto, según nuestro analista, la idea de que existiría un ciudadano racional que vota de acuerdo con la información conseguida en el debate público es completamente falsa. Así, expresa el autor, la inmensa mayoría de las personas se dividen en lo que él llama hobbits y hooligans.
A los hobbits les faltan los conocimientos más básicos o sencillos que son necesarios para votar con cierto sentido y prudencia. Esto es así, dado que la democracia suele incentivar la ignorancia al ser un sistema donde el voto individual de por sí es irrelevante desde el punto de vista del resultado electoral final.
Mientras que los hooligans, en cambio, son personas altamente politizadas, poseedores de una mayor información, pero que usualmente se comportan como bárbaros en guerras tribales. Llenos de sesgos cognitivos, no les interesa en lo más mínimo la verdad, sino la crisis y el debate que es esencial al ejercicio de la política. Las estadísticas exhiben que la mayoría de los votantes regulares, los activistas y los políticos, pertenece a esta segunda categoría.
También existen los vulcans, una ínfima minoría de ciudadanos informados dispuestos a cambiar de opinión cuando la evidencia que enfrentan así lo indica. En suma, es simplemente falso que la esencia de la democracia sea un proceso deliberativo y racional del estilo imaginado por Habermas, en virtud del cual los votantes avanzan sus preferencias. Por lo mismo, tampoco sería cierta la creencia de que la participación política es buena y necesaria en una sociedad.
«La participación política hace a la gente más estúpida y corrupta. Nos convierte en enemigos cívicos y nos da razones para odiarnos los unos a los otros», advierte tenebrosamente Brenan. La idea de que la política corrompe ha sido históricamente una observación del liberalismo clásico y la razón por la que ha buscado dejar al Estado limitado a pocas funciones.
La democracia en América Latina como tal, como se le concibe en el mundo occidental, ha dejado de existir en Cuba, Nicaragua, Venezuela, y muchos desdicen que Bolivia sea una democracia por los intentos de reelección que abriga Evo Morales, al punto de que algunos dicen que su “reelección” es un derecho humano.
En Europa el llamado brexit, en el que un demagogo al mejor estilo del hooligan mediante un referéndum logra retirar al Reino Unido de un buen pacto comercial y pone a temblar la economía, es una señal de que también en Inglaterra la democracia está en decadencia. También España coquetea con la crisis económica al prometer todos los políticos el mejor de los mundos posibles aumentando las pensiones sin causar desempleo, teniendo una de las poblaciones más envejecidas del mundo.
Nos despedimos en este escrito citando una idea de Jason Brennan:
En los mercados reales los agentes hacen malas elecciones, son lo suficientemente ignorantes, mal informados e irracionales. Todavía los mercados tienden a castigarlos por hacer malas elecciones y tienden a aprender de sus errores. Por ejemplo, si usted se equivoca en pagar sus cuentas, su récord de crédito baja y usted pasa malos tiempos para conseguir préstamos. Si usted falla en investigar y compra un vehículo en mal estado, usted sufrirá los gastos de reparación. Al contrario, en el proceso político casi nunca se castiga. Los estudios muestran cómo los votantes son terribles y en el voto en retrospectiva no saben a quién culpar por un mal gobierno, y por lo tanto los políticos no son castigados por hacer malas elecciones.
Con el triunfo de la fórmula Alberto Fernández y Cristina Kirchner en Argentina se demuestra plenamente que el votante argentino no castigó nunca a los años de malísimo gobierno de la pareja Néstor y Cristina Kirchner.