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La preocupación de Habermas

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Durante las últimas semanas y meses, Jürgen Habermas ha manifestado a través de varios artículos y entrevistas su honda preocupación por la escalada bélica desatada por la confrontación ruso-ucraniana, llevando a su país, Alemania, y a otros países europeos, a aumentar sus presupuestos de defensa y a proveer de armamentos cada vez más letales y sofisticados a la nación presidida por Volodimir Zelenski.

Para él la decisión del gobierno de Olaf Scholz, en febrero de este año, de entregar a Ucrania casi 200 tanques Leopard (política reafirmada en las últimas semanas con la entrega de 200 aviones no tripulados de reconocimiento, sistemas antiaéreos Iris-T, y más de 200 vehículos blindados de combate y logísticos, entre otros armamentos) puede generar al clima que lleve sin advertirlo a la tercera guerra mundial. Se lamenta el teórico de la acción comunicativa de cómo el ímpetu belicista ha dejado en un segundo plano el camino de la negociación, y de que ambas partes han elevado cada vez más sus metas y apuestas iniciales.

Es más que evidente que la guerra, en apenas un año y pocos meses, lejos de distenderse, ha ganado en intensidad y polarización, y que, de una Europa cautelosa y tímida en su apoyo a Ucrania, estamos viendo a una Europa cada vez más comprometida y agresiva, que ya no solo busca contener a Rusia, sino también derrotarla y arrinconarla sin contemplaciones. Muchos factores han coadyuvado a que eso sea así, pero entrevemos al menos dos que nos parecen notorios: por una parte, cierto complejo de culpa europeo por la pasividad frente a Putin después de la toma de Crimea en 20214, y la casi simultánea proclamación de las repúblicas de Lugansk y de Donetsk por fuerzas prorusas en el este Ucrania.

Junto a ello, hay que mencionar la creciente identidad nacionalista que fue tomando cuerpo en Ucrania desde la disgregación de la Unión Soviética, impulsada particularmente por las mencionadas agresiones, y que han hecho que se fortalezca su identidad occidental, en detrimento de su identidad eslavo-ortodoxa, lo cual se expresó con el Euromaidán y con la gradual consolidación de un sistema de gobierno de rasgos liberales, con separación de poderes, democracia y economía mercado. También cuenta en todo esto su traumática memoria histórica: Ucrania fue la región que más sufrió los rigores y las inclemencias de la revolución bolchevique y del régimen estalinista, sobre todo con el trágico Holodomor, que tuvo lugar entre 1932 y 1933, como consecuencia de la resistencia a las políticas de colectivización agrícola del autócrata comunista. No en balde, en 2015 el parlamento aprobó una ley que equipara el comunismo con el nazismo, prohibiendo todos los símbolos soviéticos, como la hoz y el martillo, y eliminando todos los nombres de las calles y localidades con motivos soviéticos.

Este cuadro de eventos históricos le da a la resistencia ucraniana contra la agresión de la Rusia de Putin un carácter existencial como pocos casos en lo que va del siglo XXI, logrando arrastrar tras de sí a todo el continente europeo, dando forma a una situación parecida, según el señalamiento de Habermas, a la existente en 1914. A esto ha contribuido de manera decisiva la aparición de un líder inspirador como Zelenski, que tiene además, dentro de sus dotes, una gran capacidad de persuasión y un excelente manejo de la propaganda y la comunicación política. Con su pasión nacionalista y antirusa, Zelenski ha tenido el mérito -junto al decidido apoyo de Estados Unidos y de Europa, naturalmente- de revertir lo que parecía al principio una derrota segura y rápida; pero al mismo tiempo ha propiciado una escalada que no parece detenerse, y que por momentos hace asomar la tenebrosa cara de una nueva confrontación mundial.

Valga acotar que el filósofo alemán ha sido objeto de duras críticas por su postura pacifista, sobre todo por parte de quienes ven en la invasión rusa una amenaza seria al orden y la integridad europea, así como a la democracia y el sistema de valores occidental. Su postura es, para algunos analistas, blandengue, y favorece los objetivos estratégicos de Putin y sus aliados, como el caso de China, en la pretensión de producir un remezón en el ordenamiento mundial.

No obstante, puede decirse que Habermas no está solo en su visión de condenar la guerra y colocar como prioridad la búsqueda de un entendimiento a través de la negociación. Muchos otros intelectuales y académicos destacados, ONG, grupos de derechos humanos, y destacados líderes, comparten su preocupación, así como importantes Estados que se han colocado en el lado de la neutralidad. Y si bien en las discusiones que se han realizado en la ONU -la última, en febrero de este año- sobre la invasión, la condena ha sido abrumadoramente mayoritaria, con 140 votos promedio, los países que se han abstenido son importantes potencias.

Todos los países de la BRICS, por ejemplo, (Brasil, India, China, y Suráfrica, además de Rusia) se abstuvieron y han mantenido una militante posición de neutralidad. Llama poderosamente la atención el caso de Brasil, pues tanto el derechista Jair Bolsonaro como el izquierdista Lula Da Silva se han pronunciado en favor de la paz, y este último ha sugerido, incluso, que Zelenski es tan responsable como Putin por la guerra y su intensificación (evitó, inclusive, reunirse con él en la reciente cumbre del G7).

En el fondo, esta polémica entre pacifistas y “duros”, remite a otra polémica de mayor alcance y múltiples aristas analíticas: la percepción que se tiene acerca del inevitable reordenamiento del orden político mundial, dada la influencia que viene ganando China en prácticamente todos los recovecos del planeta. En general, los que contemporizan y apuestan a una negociación donde se tomen en cuenta los intereses estratégicos de Rusia, piensan que esta solución puede ser el comienzo de un reordenamiento pacífico y progresivo.

Mientras que los que apuestan por dejar a Ucrania impoluta y hacer morder sin atenuantes el polvo al oso ruso, se identifican en su mayor parte con la idea del mantenimiento y prolongación -hasta donde sea posible- del actual sistema internacional -el sistema ONU- hecho a imagen y semejanza de Occidente, pasando por encima de los crecientes desafíos de remodelación. He ahí el dilema que, seguramente, tendrá atrapado al mundo en los meses y años por venir, al son de este y otros conflictos que con seguridad perturbarán al vacilante orden mundial de hoy en día.

@fidelcanelon

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