Ante el fracaso estrepitoso de Maduro por “vender” su triunfo electoral –la verdad mayoritariamente establecida y aceptada es que el presidente electo el 28J es Edmundo González Urrutia–, el último clavo que le queda del cual aferrarse es la ansiada solidaridad o comprensión de sectores de izquierda. Para ello se proyecta como un gobernante “revolucionario”, asediado por una conspiración “fascista”. Pasaría a un segundo plano su negativa a mostrar las actas. Un breve repaso de nociones de comunismo y fascismo conviene para desarmar tal impostura, intento de Maduro por salir del hueco en que se metió.
El comunismo
Se podría argumentar que el comunismo nunca ha existido, salvo, quizás, en comunidades primitivas de tiempos bíblicos. Aunque tal afirmación pudiera encontrar sustento, incluso, en inferencias propias de Marx, no aporta a la discusión sobre la relación entre comunismo y fascismo. Para fines prácticos, lo que la gente asume como comunismo se asocia con regímenes de fuerte impronta estalinista. A pesar de sus semejanzas con las experiencias nazi y fascista, destacan dos grandes diferencias: 1) su alegato de fundamentarse en una “verdad” científica sobre el devenir de la historia, el marxismo-leninismo, que legitima una teleología de salvación para la humanidad como guía de su accionar político; y 2), la construcción de un formidable instrumento revolucionario, el partido leninista, formado por profesionales militantes en esa “verdad” y dispuestos a acelerar, como fuese, el cumplimiento de este inexorable destino. Al ver en los juicios de Moscú (1937) a viejos bolcheviques como Kámenev y Zinoviev, “confesar” –a pesar de ser inocentes– crímenes fabricados en su contra por Stalin para no contrariar al partido, instrumento clave del movimiento revolucionario mundial, se revela la fuerza de semejantes construcciones. Imbuidos de tal fe, pasto de una férrea disciplina partidista, sus militantes justificaron las acciones represivas más oprobiosas, por encima de toda consideración moral y de respeto por el otro. Y, con esa patente de corso, los partidos comunistas impusieron largas dictaduras bajo las cuales el individuo se vio despojado de todo derecho que se interpusiera a tan glorioso fin de la humanidad.
Esta convicción de obrar en función de una indiscutible verdad (por “científica”) alimentó una sensación de supremacía moral absoluta, refractaria a todo cuestionamiento, con base en la cual los comunistas justificaron prácticas totalitarias que absolvían sus atropellos a derechos básicos de quienes se le oponían. Si la burguesía o los kulaks iban a ser invariablemente liquidados por la Marcha Triunfal de la Historia, ello indicaba que, como clase, eran prescindibles. Contribuir con su extinción por medios represivos eficaces adelantaría la aurora de una futura utopía de libertad y justicia.
El fascismo
Como señala Umberto Eco, el fascismo no produjo ninguna doctrina que ocupase esa función central, de ordenación teleológica, que proporcionó el marxismo-leninismo. No obstante, donde surgieron movimientos de esta naturaleza, se construían idearios revolucionarios con base en las particularidades del país, invocando mitos fundacionales del pueblo en cuestión, las más de las veces referidos a epopeyas que forjaron, en combate contra poderosos enemigos, supuestos valores y virtudes que nutrirían un comprometido movimiento. Era excitado a luchar por la gloria que la providencia les tenía deparada por un líder carismático quien, por antonomasia, representaba los intereses del Pueblo: él (siempre masculino) era el Pueblo. Una contraposición maniquea de un “nosotros”, patriota, contra “otros”, enemigos del Pueblo, ocupaba el lugar de la noción de “lucha de clases” entre los comunistas.
Los elementos definitorios de esta construcción ideológica pueden resumirse en:
- El populismo. Como ahora, ensalza las supuestas virtudes de un pueblo noble y virtuoso que ha sido relegado y oprimido por élites privilegiadas que escamotearon su futuro;
- Éstas son parte de un sistema mundial de dominación, conformando al poderoso enemigo que debe ser vencido para asegurar el triunfo del Pueblo;
- Se expresa en la supremacía de la nación por sobre los enemigos, internos y externos;
- El Estado encarna a la nación, como a los intereses colectivos que la identifican;
- Obliga a la subordinación de intereses individuales y derechos particulares, propios del ejercicio ciudadano liberal, a los designios de quienes controlan al Estado;
- Los individuos desaparecen disueltos en una masa informe para constituir un Pueblo-masa, identificado por su asociación, desde el poder, con una retórica plena de simbolismos patrios;
- La lucha política se concibe como un juego suma-cero que asume, necesariamente, la forma de una guerra para acabar con el(los) enemigo(s) del Pueblo;
- Lo militares se constituyen en agentes centrales a la gesta fascista, que se empina a la conquista;
- Lleva a regimentar a la sociedad, y a su organización y comportamiento según pautas castrenses;
- Los contrarios no son, por tanto, adversarios políticos, sino enemigos. Deben ser aniquilados;
- Una contraposición maniquea deslinda el “nosotros”, los buenos, de los “otros”, los malos;
- Se vive para la lucha, por lo que los líderes fascistas procuran alimentar la tensión contra quienes son definidos como enemigos, a través de un lenguaje de odios que denigra del contrario;
- Lo anterior permite privarlo de derechos, es decir, formaliza su discriminación desde el Estado. Frecuentemente involucraba prácticas abiertamente racistas;
- El ejercicio de la violencia ocupa un papel central como elemento ineludible de la lucha política con el “enemigo”. Justifica acciones de terrorismo de Estado en su contra;
- Promueve la organización de fuerzas de choque paramilitares para intimidar al disconforme y doblegar sus protestas. Suelen uniformarse con camisas de un color particular;
- Su accionar se potencia con el culto a la muerte, el ensalzamiento de héroes patrios y la imposición de un ideario claramente machista;
- Los ejemplos históricos del fascismo indican que se lucha por el todo o nada. Prefirieron inmolarse en una conflagración final, decisiva, que conformarse solo con avances parciales.
La confluencia entre comunismo y fascismo
El fracaso de la experiencia comunista y las críticas en su contra a través del tiempo, enterraron toda noción de “científico” del marxismo leninismo. Ello socavó la legitimación del Partido Comunista como vanguardia de la sociedad. Sus categorías discursivas pasaron a constituir ladrillos de una construcción ideológica particular que distorsionaba, como lo hacen todas, la realidad. Hacia el final del experimento soviético y de sus satélites de Europa oriental, era patente la manipulación ideológica para “legitimar” una estructura de poder que se había construido con base en la promesa (frustrada) de que superaría a la sociedad capitalista. Carecía de credibilidad, ahora, alegar que el comunismo representaba lo racional frente a lo irracional del fascismo. Pasaba a ser una narrativa adicional para legitimar a regímenes autocráticos en los que se cobijaban muchas tretas fascistas.
Así lo entendió Madeleine Albright, secretaria de Estado en Estados Unidos cuando la presidencia de Clinton, al titular su libro (crítico) sobre la experiencia de los países del este europeo como, Fascismo. Una advertencia. En esta onda, no es abusivo argumentar que las características definitorias del fascismo descritas arriba –populismo patriotero, subordinación al Estado, siembra de odios, discriminación, militarismo, violencia– pueden construirse, también, con las categorías discursivas del mito comunista: se pueden defender prácticas propiamente fascistas desde una retórica de izquierda. Es, obviamente, lo que se desprende del chavo-madurismo.
No obstante, la noción primitiva, todavía compartida por ciertos sectores de izquierda, de que comunismo y fascismo constituyen polos opuestos, le abre espacios a la oligarquía militar y civil agrupada en torno a Maduro, arrinconada como está, nacional e internacionalmente, por el golpe de Estado cometido y por las críticas a la brutal represión desatada contra la protesta. Ahondaré en eso en un siguiente artículo.