“Para muchos la política hoy es una mala palabra”, recordó el papa Francisco el pasado 14 de junio frente a los jefes de Estado del Grupo de los Siete: Giorgia Meloni de Italia como anfitriona, Justin Trudeau de Canadá, Emmanuel Macron de Francia, Olaf Scholz de Alemania, Fumio Kishida de Japón, Rishi Sunak del Reino Unido, Joe Biden de Estados Unidos y Úrsula von der Leyen y Charles Michel de la Unión Europea.
Además, estaban como invitados los jefes de gobierno de Argentina, Javier Milei; de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; Ucrania, Volodímir Zelenski; de Turquía, Tayyip Erdoğan; de la India, Narendra Modi; de Jordania, Abdalá II, de los Emiratos Árabes Unidos, Mohamed bin Zayed Al Nahayan; de Mauritania Mohamed, Ould Ghazouani; de Argelia, Abdelmadjid Tebboune; de Túnez, Kaïs Saied y de Kenia, William Ruto.
Estaban también el presidente de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres; la directora general del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva; el presidente del Grupo Banco Mundial, Ajay Banga; el presidente del Banco Africano de Desarrollo, Akinwumi Adesina; el presidente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Mathias Cormann y muchos otros políticos de alto nivel.
De manera que no podía ser mejor el auditorio para llamar al ejercicio de una sana política dirigida al bien común. En esta oportunidad habló en torno a la inteligencia artificial, sus ventajas y sus enormes peligros. Y afirmó: “¿Puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?” citando a su carta encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social, del 3 de octubre de 2020.
Pero se constata que la propia inteligencia artificial está más movida por la codicia que por los bienes que puede aportar a la humanidad. Así como la guerra, mucho más rentable para el crecimiento económico que la paz. Por eso la política y los políticos tienen mala fama, al tener más en cuenta los intereses de los poderosos que los de la inmensa mayoría de la gente. Si no, no se puede explicar el avance del armamentismo, de las energías contaminantes de los hidrocarburos, de la producción de alimentos ultraprocesados, de la producción de agroquímicos que contaminan a la gente y al ambiente.
Esos escenarios globales son parecidos a los que existen en nuestros países y lugares, donde la política suele ser también una mala palabra, generalmente vinculada a los interesas de las ideologías, a la mentira, la manipulación, la falta de coherencia, al oportunismo, la ineficiencia y a la corrupción.
Para que la política deje de ser una mala palabra tiene necesariamente que estar articulada a la ética. Lo recuerda la prestigiosa filósofa española Adela Cortina: “Una política que prescinda de la ética es, sencillamente, mala política. Ni siquiera inmoral: es mala”. Y las claves aquí son los medios, que tienen que respetar la dignidad de las personas; y los fines, que no son otros que el bien común y el desarrollo integral y sostenible.
La política tiene que llegar a ser una palabra prestigiosa, pues son muchos los que se entregan a su ejercicio movidos por razones altruistas. Como lo sintetiza de forma admirable Hannah Arendt: “La política, se dice, es una necesidad ineludible para la vida humana, tanto individual como social. Puesto que el hombre no es autárquico, sino que depende en su existencia de otros, el cuidado de ésta debe concernir a todos, sin lo cual la convivencia sería imposible…”
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