OPINIÓN

La política digital (I)

por César Pérez Vivas César Pérez Vivas
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Foto: Pixabay

La política de estos tiempos, como todas las actividades humanas, ha sido impactada de forma definitiva por el auge y desarrollo de las redes sociales, la inteligencia artificial y las modernas tecnologías de la comunicación. Si bien la política como ciencia y arte conductor de la sociedad necesita comunicar, debatir y acordar las ideas, valores y programas, conforme a los cuales va a ordenarse la vida del hombre en la sociedad, también es cierto que toda la construcción de esa direccionalidad requiere de organizaciones con conocimientos y destrezas en diversos aspectos de la vida humana, así como de una afinidad cultural y espiritual que hagan posible la elevación integral de la persona humana y de la sociedad en la que actúa.

Las ideas y las organizaciones requieren de un liderazgo que les dé forma y las comunique adecuadamente para que la respectiva comunidad las asuma suyas, coopere en su implementación y permita su desarrollo y permanencia. La historia de la humanidad nos ha enseñado el complejo proceso de constitución de las sociedades. Desde el hombre nómada hasta el establecimiento de los asentamientos humanos, estos fueron evolucionando a ciudades y a niveles de dominación territorial y humana más allá de su propio espacio natural. Surgen los reinos, imperios, países y otras entidades, hasta que toma cuerpo el estado en sus diversas formas, para evolucionar y llegar al moderno concepto del Estado de derecho reconocido en la comunidad internacional.

Cuando en este siglo XXI hablamos de democracia, de Estado social de derecho, de respeto y vigencia de los derechos fundamentales de la persona humana, estamos trabajando y defendiendo conceptos construidos por el hombre a lo largo de la historia. Pero fundamentalmente estamos hablando de la vida del hombre en la sociedad contemporánea.

La conducción, entonces, de las sociedades modernas tiene su base en una historia y en una ingeniería social forjada a lo largo de los siglos. Conocer esa historia, conocer las ciencias forjadas en su transcurso y poderlas aplicar para elevar la calidad y dignidad de la vida humana, constituye una permanente demanda del ser humano en cada sociedad y en cada etapa histórica.

Hoy día la democracia como sistema de vida y de gobierno es un valor de la cultura occidental.  Democracia en términos de conducción del estado moderno y de valores aplicados a la vida social, más allá de la dirección del poder público. Todo lo cual busca el establecimiento de una convivencia civilizada entre los seres humanos. Esa convivencia supone, además, una capacidad de las sociedades de generar las condiciones para que todas las personas puedan acceder a los bienes materiales y espirituales con los cuales tener una vida digna.

Cuando las sociedades por diversas circunstancias no están en capacidad de ofrecer esas oportunidades se altera esa convivencia y surgen los conflictos. La capacidad de canalizar y resolver esos conflictos es parte de la tarea de la política y sus ciencias auxiliares.

Podríamos decir que la convivencia civilizada es el resultado de la paz, o que ésta sólo se garantiza cuando hay dicha convivencia. La paz es además fruto de la justicia. Como bien lo señaló en su tiempo el papa Pablo VI: “La justicia es el nuevo nombre de la paz”.

Todas esas circunstancias hacen que la conducción de las sociedades contemporáneas constituya un desafío permanente, máxime en estos tiempos en que la información y la comunicación se está produciendo en tiempo real, gracias a los avances de las tecnologías y su democratización.

En el siglo XX para ejercer la política, es decir para ofrecer conducción a las sociedades, se consolidaron herramientas fundamentales como los partidos políticos. Estos evolucionaron a ser instituciones normadas, con liderazgos marcadores, direcciones colectivas, que, a partir de una doctrina o ideología, moldearon y forjaron las sociedades democráticas modernas. Los partidos eran, entonces, verdaderas comunidades integradas, con afinidades culturales y con apego a los liderazgos que encarnaban esas ideas y proyectos de sociedad. Llegaron a ser escuelas formadoras de ciudadanía y de conductores sociales.

El ejercicio del poder convirtió aquellas instituciones en meros aparatos para la toma y ejercicio del poder, los antivalores tomaron cuerpo en sus cuadros, y la incapacidad de las sociedades y de las mismas organizaciones para atender la creciente demanda social fueron creando las condiciones para su deterioro y deslegitimación.

Estos procesos de insatisfacción social se han podido potenciar más, gracias al surgimiento de las modernas tecnologías de la comunicación. Hoy en día toda persona está en capacidad de comunicar sus sentimientos, propuestas, críticas y posiciones en forma abierta a través de las redes sociales. Allí se hacen más evidentes los valores y antivalores de los seres humanos. El amor, el odio, la verdad, la mentira, el respeto y la agresión se ponen de manifiesto de forma permanente. En el campo de la política el impacto de esos valores y de los diversos comportamientos humanos se hace más evidente, pues nos impacta a todos.

La formación de un comportamiento social y político es más expedito y lineal, gracias a la capacidad de expansión de las ideas, posturas e informaciones. que en estos tiempos ofrecen las redes sociales. Por otra parte, nuestras sociedades contemporáneas son más inmediatistas y exigentes. Frente a los diversos problemas existentes buscan respuestas y soluciones inmediatas. Y esas, en muchos casos, no son posibles de ofrecer en los tiempos que los diversos grupos sociales anhelan. Todo este complejo proceso está generando inestabilidades y fenómenos sociopolíticos que impactan profundamente la política.

Cuando hablamos de política digital estamos, entonces, hablando de la capacidad de impactar el comportamiento político de los pueblos desde las redes sociales. De las formas de organización surgidas con su existencia. De las diversas comunidades virtuales existentes en el mundo contemporáneo. Pero fundamentalmente hablamos del surgimiento de un proceso de acción política sostenido sobre la base de la comunicación impulsada en dichas redes, con la especial característica de la simplificación, la elaboración de contenidos reduccionistas, previamente planificados para atraer la atención de ciudadanos, que, en la mayoría de los casos, carecen de suficiente información y formación para clasificar y calificar de forma objetiva y cierta los mensajes que recibe.

Las sociedades contemporáneas caracterizadas por su complejidad, por la necesidad de dedicar más horas al trabajo para atender las necesidades humanas, y, además, abrumadas por el volumen de información y actores sociales que las redes ofrecen, convierten a las personas en consumidores de mensajes simplificados, capaces de atraer su atención por pocos segundos, y poco dispuestos a dedicar tiempo a la lectura y reflexión de temas complejos. Estamos frente a un creciente conjunto de personas que buscan consumir una idea o un tema de forma sucinta, concreta e impactante. De hecho, la existencia de redes (X o Instagram) que limitan el tamaño de los mensajes escritos a un determinado número de caracteres ya obliga a un esfuerzo superior de síntesis, pero sobre todo a transmitir mensajes breves o simplemente a comunicar consignas, o expresiones destinadas a impactar la sensibilidad de las personas. Para nada se aprecia un discurso denso y apropiado a la compleja tarea de conducir la vida social.

Vivimos tiempos en los cuales la lectura y la reflexión no constituyen la prioridad de las mayorías, y por supuesto que ello incluye a los actores políticos, más interesados en atraer la atención ciudadana en el marco de esta política digital, que ciertamente interesados en profundizar en el estudio de la ciencia política, y de sus ciencias auxiliares, como la filosofía, la historia, la sociología, el derecho o la economía. La política digital ha derrumbado los mecanismos de la política democrática, básicamente la de la democracia representativa.