Desde que James Story partió de la Embajada de Estados Unidos en Venezuela, la política americana perdió un rostro. Aunque Story estuvo en el terreno poco tiempo, desde que fue nombrado encargado de negocios hasta que fue expulsado por el gobierno de Maduro tras la juramentación de Juan Guaidó, todo el mundo, enemigos y aliados de él, reconocen que el tipo entendía ese mundo de brebajes, ouijas y naipes que es la política venezolana.
Venezuela es un país raro y por ende una de sus especies, los políticos, son rarísimos. En Venezuela las cucarachas vuelan, los monos roban celulares en el zoológico y la palabra «arrecho» -que en toda América Latina tiene una sola acepción, erguirse- en Venezuela sirve para decir que estás disgustado, que algo es excelente y que una persona es poderosa. Verbigracia, decir que estoy arrecho porque mi vecino hizo un garaje tan arrecho, por lo tanto, qué arrecho es ese tipo. Y todo el mundo entiende.
Yo diría que hay dos embajadores americanos que han comprendido a Venezuela: Brownfield y Story. Esos hablaron con todo el mundo, con Dios y con el Diablo, como en el pasaje de Florentino y el Diablo.
Cuando Story enviaba un mensaje al gobierno venezolano, no había cabida para la interpretación. La gente sabía qué esperar de los americanos. Y cuando hablaba con la oposición, mandaba mensajes claros. Por eso, si Story estaba contigo, Estados Unidos estaba contigo, y si él estaba en contra, su país también. Porque él era el rostro de una política, buena o mala, pero era clara.
Las cosas cambiaron y ahora no hay un rostro, sino acciones que leer, tras las negociaciones entre Washington y Caracas.
El gobierno de Maduro, al que nadie podrá acusar de tonto, porque un tonto no dura mandando 25 años con todo el mundo en contra, piensa que lleva a los americanos como el que lleva el pan de jamón a la mesa de Navidad, es decir, controlado.
A pesar de que el gobierno piensa que podrá jugar con el tema crucial de quién ganó las primarias, porque sectores de Biden no la quieren, cosa que es verdad, también es cierto que la administración tiene la presión de los republicanos; solo aspira a que el gobierno de Venezuela les entregue algo para restregárselos en la cara a los republicanos, y decirle a los electores de Florida: «¿Vieron?, teníamos razón».
Me da la impresión de que el gobierno de Venezuela entiende que esta parte del trato puede saltársela, porque producto de la guerra en Ucrania y ahora el conflicto de Israel, Estados Unidos necesita petróleo y eso no lo pondrá en riesgo por nadie, por más que haya ganado las primarias.
Y ahí es donde pienso que las cosas se van a complicar y alguien va a decir que no se explicaron bien. Porque soltar a Saab no tiene importancia en Washington, donde nadie sabe quién es ese señor, porque ahí leen el Washington Post, donde Saab no salió en titular el día de su liberación, sino el gringo que estaba en Venezuela acusado de un escándalo de sobornos en el ejército.
Pero en Florida ven Telemundo, Univisión, leen el Miami y el Nuevo Herald, y ahí sí Saab es una estrella, y los electores están esperando a ver qué va a entregar el gobierno de Maduro a Biden a cambio de eso. Entienden que lo que esperan sea la habilitación de quien ganó las primarias.
Yo no tengo claro qué va a pasar y doy por descontado que la administración cree que las habilitaciones políticas vendrán. Pero si no vienen, seguirán de largo. Y las oposiciones tendrán que resolver sus diversos problemas, pero en Washington estarán preparados para ver varios candidatos de oposición en Venezuela, porque -como dice el refrán- dándole a la cabeza se esparraman los seguidores.