Dos o tres noticias recientes bien ilustran la complejidad que tiene el oficio de la política cuando se le toma en serio, porque se puede ser un extraordinario activista, sensibilizador y movilizador de masas, o ahora un gran comunicador en la redes, contando con el carisma necesario que, por cierto, los enemigos de Carlos Andrés Pérez le negaron hasta último momento al ser el triunfador en las elecciones en 1973, o ser un organizador nato, estructurador de partidos que obliga al dirigente a ser un viajero y contertulio insigne, además de contar con innumerables ahijados que los sociólogos de la política criolla todavía no estudian. El aspecto al que quiero hacer referencia es al político como estudioso de los más variados problemas. Demasiado obvio, esta faceta del político, digámosle intelectual y preparada para dejar sentada su posición, es más notable cuando existe un mínimo de libertades públicas, incluyendo las de la prensa. Por ejemplo, antes no se podía ir a un programa de radio o de televisión para hablar sandeces o tirar flechas por el desconocimiento de los temas, con el riesgo de la auto descalificación. Por citar un caso, ir a Buenos días con Carlos Rangel y Sofía Ímber, exigía manejo de información y mucha, pero hoy no hay equivalente alguno y esto no es nada casual.
Refería a dos o tres noticias, como la situación de indefensión en la que se encuentran muchos venezolanos en el exterior, el monto de la deuda pública externa venezolana, o el alzamiento y el control de un ejército de mercenarios contra Putin en Rusia. Anteriormente, no se entendía un dirigente político nacional que no dijese algo sobre estas materias, así nos parezca normalito ahora que no opine cuando le preguntan sobre el caballo blanco de Bolívar, sobre todo si es oficialista, y la única entrevista que le permiten es la de VTV para despotricar sobre los otros. El dirigente no necesita ser un demógrafo o un jurista para entender el oleaje masivo de la emigración y la violación de los derechos más universales al encontrarse nuestros coterráneos allende las fronteras. Ni un experto estratega militar para intuir la curiosa insurrección de Yevgeny Prigozhin, cabeza de un ejército de mercenarios también compuesto de presidiarios que él ha reclutado en las cárceles a cambio de la absolución penal; tampoco es necesario ser economista para saber de los 190.000 millones de dólares de la deuda pública externa y de sus consecuencias que José Toro Hardy denunció en la Cátedra Libre Edgard Sanabria.
Entendámonos un poco: el líder político está forzado a poseer cierta cultura general y cierta preparación académica. Esto no implica la acumulación de pergaminos académicos, porque a Rómulo Betancourt no le dio tiempo (así, literalmente: no le dio tiempo) de completar sus estudios de Derecho, y miren ustedes el altísimo nivel de conocimientos que poseía, más aún en la vital materia petrolera. A un dirigente político solo se le pide un poco de preocupación, interés y estudio para que no se deje engatusar. E igual ocurre a nivel municipal para no ir más lejos: ¿debe ser especialista en derecho público y cronista, al mismo tiempo que ingeniero vial y sanitarista? ¡No lo creemos! Sin embargo, debe tener una apreciación suficiente de la complejidad de los problemas de los asuntos para toda consulta vecinal que se le haga, entrevista de prensa que se permita, o discusión que se tenga en la cámara municipal. Valga acotar, tampoco casualidad, antes de la llegada de Hugo Chávez al poder, cámara en la que participaban los vecinos, y quedaba constancia de las sesudas intervenciones de los concejales y demás autoridades municipales, de una altura y comprensión de los planteamientos que tampoco tiene equivalentes hoy.
No se trata, en última instancia, de que el político sea un experto o un especialista consumado en distintos ámbitos, aunque –lo dijimos– Betancourt lo fue comprobadamente en petróleo desde la perspectiva de la economía política. Lo que mejor se aprecia en el líder político es que posea el debido conocimiento en áreas donde puede convocar a los académicos. Este es el punto. Y lo digo por experiencia propia. Por ejemplo, cuando desempeñé la diputación a la Asamblea Nacional, por supuesto, tenía el conocimiento necesario para abordar y contraponerme, como lo hicimos, al Proyecto de Ley de Comercio Electrónico que me llevó también a asistir al directorio de uno de los dos más importantes gremios empresariales en el rubro y derrotar la pretensión oficialista de aprobar esa ley en la cámara, por mucha mayoría que por entonces tenían, hacia 2015. O entenderme con especialistas en fronteras y, concretamente, en el Esequibo para proponer y adelantar leyes como la de estadidad del territorio, entre otros trabajos.
Debemos tener presente que el político de hoy, en un mundo globalizado como el que estamos viviendo con el acceso a la información de manera casi inmediata, no puede y no debe ir por debajo de la expectativa del conciudadano al cual prende dirigir, se debe preparar y formar día a día para poder tomar las riendas y ejecutar, de manera satisfactoria, cualquier cargo que desempeñe, y no solo ser un gran comunicador o una estrella de las redes sociales porque de eso vemos a diario cómo surgen y abundan en las nuevas generaciones, pero lo hacen bajo un libreto o alguna información que le faciliten, sin realizar el mayor esfuerzo por estudiar el tema. Desde este espacio he insistido, resistido y persistido en mi posición de la necesidad de mejorar a los dirigentes políticos, puesto que es esencial entender que el oficio de la política posee muchas aristas que debemos considerar para aprender a manejarlas y, de esta manera, prepararnos mejor para el cambio significativo que necesita nuestro país.
@freddyamarcano
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