Las marchas, concentraciones y reuniones de supuestos licenciados de las Fuerzas Armadas, auspiciadas y organizadas por el gobierno, pretenden crear no solamente una base de respaldo político, sino también una fuerza de choque para intimidar a la oposición y, más adelante, servir como matones y sicarios que aplasten con violencia toda disidencia.
No es ningún invento de Pedro Castillo y sus secuaces. En Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia existen grupos similares.
A los licenciados de las Fuerzas Armadas les están prometiendo cosas absurdas como una pensión vitalicia por haber servido un par de años en las instituciones castrenses, y otros beneficios igualmente disparatados. Pero lo concreto es que los financian para que realicen sus movilizaciones: uniformes, transportes, comida, alojamiento, además de estipendios que, en el caso de los organizadores parece no ser pequeño.
La fuente de ese dinero es desconocida. Según algunas versiones, serían fondos extraídos ilegalmente de la DINI. En otros casos, como la reciente concentración en Pichari (Vraem), sería el narcotráfico.
Hay otros grupos parecidos. El que dirige el asesino de policías Antauro Humala, liberado ilegalmente por el gobierno para añadir una cuota de violencia y desorden a las que ya existen, es otro que también está disponible para ser utilizado cuando le convenga al gobierno.
Recientemente los adeptos al Movadef (Sendero Luminoso, facción de Abimael Guzmán) y afines, instalados en prefecturas y subprefecturas, también se han organizado. Aunque parezca increíble, han realizado un congreso y creado el “Consejo Nacional de Autoridades Políticas” (Conap). El evento se realizó en julio en Ayacucho, financiado con fondos del Ministerio del Interior, del cual dependen. En setiembre realizaron otro congreso en Apurímac. (Perú21, 28/10/22).
Ellos, en el típico estilo senderista, han creado un “gabinete del pueblo”, para “coordinar” con el gabinete ministerial de Aníbal Torres. Es decir, funcionarios pagados por el Mininter, fundan una organización política que actúa con cobertura estatal.
En realidad, esto se veía venir. Como advertí en mayo, los prefectos y subprefectos realizaron un congreso al estilo senderista en Apurímac con el propósito de crear “una organización nacional, enquistada en todos los rincones del país, sobre todo en provincias y el ámbito rural, mediante la cual puedan difundir sus ideas, movilizar a la gente en función de sus objetivos -atacar minas, bloquear carreteras, apoyar al gobierno, agredir a los opositores, etc. (“Congreso senderista”, Lampadia, 22/5/22).
Ahora han seguido avanzando, con toda impunidad, y con la protección del Ministerio del Interior, han establecido ya una organización nacional.
Esto lo hacen a vista y paciencia de todo el mundo. Las instituciones encargadas de defender al Perú de las amenazas externas e internas, observan impasibles cómo el país va siendo tomado, con el apoyo del Estado manejado ahora por una gavilla de corruptos comunistas, por los mismos que hasta hace unos pocos años pretendían destruir ese Estado por la violencia.
Cuando reaccionen –en el improbable caso de que eso ocurra algún día-, los costos serán altos. Cada día que pasa, ellos avanzan, se organizan y se preparan.
El Congreso podría hacer algo para, por lo menos, frenar el avance subversivo, liquidando de una vez las prefecturas. (Ver “Eliminar los prefectos”, El Reporte, 23/10/22). Eso no suprimirá el avance que ya han logrado, pero por lo menos los privará de los fondos del Mininter.
El asunto es, en síntesis, que para los comunistas la política es fuerza y violencia –“el poder nace del fusil”, decía Mao-, y ellos se preparan para eso.
Un siglo de la marcha sobre Roma
Hace cien años, el 30 de octubre de 1922, Benito Mussolini se convirtió en el jefe de gobierno de Italia, luego de la “marcha sobre Roma”, una desordenada movilización de los camisas negras, sobre la capital de Italia.
Los fascistas y nazis, al igual que los comunistas, consideran que la política es fuerza.
La marcha, que duró varios días, movilizó varios miles de fascistas, con unas pocas pistolas y armas caseras, hacia Roma. La debilidad del rey Víctor Manuel III y del premier Luigi Facta, las rivalidades entre los políticos Antonio Salandra, Vittorio Orlando y Giovanni Giolitti, que preferían a Mussolini en el gobierno que a sus rivales y que además pensaban que el fascismo en el poder se moderaría, fueron importantes para permitir que Mussolini se impusiera.
El Ejército los dejó hacer. Dos semanas antes de la marcha, Mussolini les había advertido que podría producirse una “gran matanza” si intervenían. (Richard J. B. Bosworth, “Mussolini”).
Dos años y dos meses después, en enero de 1925, Mussolini abrogó lo que quedaba de democracia e instauró una dictadura fascista. Su megalomanía lo llevó a involucrar a su país en la II Guerra Mundial en junio de 1940. En abril de 1945 terminó colgado de un poste en Milán.
Hay mucho que aprender de la historia. Pero casi nadie lo hace.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú
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