OPINIÓN

La política antipática

por Ángel Oropeza Ángel Oropeza

Nadie, aunque ingenuamente lo crea, puede escapar de la política. De hecho, todos resultamos de alguna forma beneficiados por las buenas decisiones políticas de los gobiernos, así como todos sufrimos las consecuencias de las malas. Eso hace que todos tengamos el derecho de hablar de política, porque convivimos a diario con ella y con sus efectos. Sin embargo, ni todos tenemos la misma conceptualización de política ni la entendemos de la misma manera. Y esto es definitivamente importante, porque el concepto que tengamos de política determina tanto nuestro compromiso con ella como nuestra conducta pública.

La política es un “arte de lo posible” y por tanto tiene que medírselas siempre con las posibilidades. No es gritar consignas desde un micrófono o de un teclado prometiendo el cielo para nunca. La política es hacer lo que hay que hacer con las herramientas que se tiene, y manejarlas de la mejor manera posible para alcanzar el objetivo trazado.

El problema con lo anterior es que en algunas personas suele haber –incluso de muy buena fe– un componente de idealismo y purismo que les inclina a ver en el juego del posibilismo político una claudicación permanente de los principios morales.

En su muy conocida y densa obra Politikals Beruf (La política como vocación), Max Weber postula la existencia de dos consideraciones éticas al actuar en política, ambas válidas pero necesariamente complementarias: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La primera se guía por principios y valores absolutos, mientras la segunda impone decidir en política tomando en cuenta las consecuencias prácticas de las medidas que se tomen, y las posibilidades concretas de realización de tales acciones.

A menudo, algunas personas temiendo caer en un supuesto cinismo oportunista de decidir en función de las consecuencias y posibilidades reales de la coyuntura, se refugian en los principios absolutos. Su idealismo les hace ser sensibles hacia los planteamientos principistas e insensibles a las condiciones y consecuencias –muchas veces indeseadas o ambiguas– de las decisiones políticas.

Pero lo cierto es que sin considerar la viabilidad real de las decisiones, la política se reviste de una ingenuidad que la convierte en un ejercicio inútil, o al menos sin ninguna eficacia práctica, aunque el anuncio de ciertas decisiones o sugerencias sean consideradas “populares” por algunos.

Esto es aplicable a todos los sistemas políticos. Pero se hace mucho más crucial y trascendente cuando se refiere a los sistemas autoritarios de dominación. De hecho, en la lucha contra las dictaduras, muchas de las cosas que hay que hacer para enfrentarlas no suelen ser  muy “populares”, y con frecuencia son hasta incomprendidas.

La oposición democrática venezolana tiene el reto inmenso y la responsabilidad de organizar a la población y dirigir junto con ella la lucha por la liberación de Venezuela. Ese es el objetivo superior: la superación de la dictadura y la liberación del país.

Ahora bien, el objetivo es uno. Pero los caminos para alcanzarlo son varios. Y esto, aunque algunos lo critiquen (por no entender su complejidad en unos casos, en otros por intereses particulares y en algunos porque solo defienden la opción en la que creen o militan) es lo que se esconde tras la afirmación de que para alcanzar el objetivo, todas las opciones deben ser tomadas en cuenta.

En un artículo anterior, afirmamos que cuando la oposición democrática venezolana habla responsablemente de que en la estrategia de liberar a Venezuela todas las opciones están sobre la mesa, se refiere a la necesidad de enfrentar a la dictadura con todas las armas de la lucha cívica: la presión de calle, la articulación social, la protesta legítima, la organización popular, el trabajo político de socavamiento de las bases de apoyo del régimen, la presión y la acción internacionales, la docencia social, el acompañamiento a las luchas ciudadanas, y la exploración sobre la viabilidad de mecanismos de negociación con el enemigo, por citar solo algunas. Todos estos elementos deben ser inteligentemente combinados, porque todos son complementarios, incluyentes y mutuamente necesarios. No se trata de que alguien prefiera o predique una “única” opción de salida. Aquí la modalidad que al final resulte exitosa, en términos de superar la dictadura, lo será si y solo si va acompañada por la activación y adecuada articulación con las demás.

El objetivo hoy no es ganar un concurso de popularidad. El objetivo es hacer lo que hay que hacer para evitar que los venezolanos sigamos sufriendo. Las competencias por las preferencias personales o partidistas, o la pugna por los liderazgos personales o de grupo, quedan para cuando se logre construir la Venezuela democrática y civil. Pero ello puede no ocurrir nunca si no anteponemos a los cálculos particulares y a las lecturas del propio ombligo, la obligatoria consecución del objetivo superior, aunque para ello haya que asumir decisiones responsables y eficaces pero antipáticas.