El peor de los momentos escogió el presidente de Colombia, Gustavo Petro, para acoger en su país una conferencia internacional encaminada a sacarle las castañas del fuego a Nicolás Maduro.

Si todo sigue como va, el mandatario cordobés logrará reunir a una serie de naciones para intentar darle la vuelta a la paralización de las conversaciones entre el régimen venezolano encabezado por Maduro y la oposición venezolana, que se encuentran paralizadas y sin muchas posibilidades de avance. Al final, Petro decidió darle una mano al colega y ganar para sí algo de reconocimiento internacional -que buena falta le hace- al colocarse al frente de una gesta buena en esencia, porque a lo que aspira es a fraguar un compromiso de las dos partes de avanzar hacia elecciones que limpiarían el horizonte político venezolano.

Al asociarse con Maduro, Petro pretende recoger para sí parte de los resultados de las tratativas, si estas llegan a encaminarse a un buen puerto. Pero lo que el presidente de Colombia aún no parece ver con claridad es que a través de este gesto de hermandad interesada se está asociando con la administración más abyecta que haya tenido país alguno y en el momento en que ha saltado a la luz pública y es la comidilla de todos los gobiernos la trama de corrupción más vergonzosa y descarada de que se tenga conocimiento en el continente.

Ocurre que en este tipo de reuniones multilaterales son muchos más los temas que se comentan en los pasillos que los que se dirimen en las plenarias. Es tan monumental, alambicado y protuberante el conjunto de crímenes y robos perpetrados contra los venezolanos que se está ventilando en los tribunales y cortes de unos cuantos países del mundo, son tan cuantiosos y groseros los montos involucrados, que será inevitable que el episodio de la corrupción venezolana se convierta en el lomito de las conversaciones, aunque la agenda de la reunión, puertas adentro, sea la electoral. Es tan numeroso el conjunto de personeros del partido de gobierno y de su administración que son señalados como protagonistas de estos crímenes y tan estrecha su relación con Nicolás Maduro y su entorno, que no es posible mirar para otro lado y pretender que es posible apuntar a una solución para los diálogos detenidos, como si nada estuviera ocurriendo en el escenario de lo ético y de lo moral en Venezuela.

Dos de los grandes artífices de algunos de estos episodios vergonzosos de corrupción resultan ser ciudadanos colombianos de cuestionada trayectoria en el país vecino. El historial de vida de cada uno de ellos es lo suficientemente atrabiliario y torcido como para que el tema no se torne en el eje jugoso de las conversaciones entre los asistentes. Una parte sustantiva de los negociados en los que este par y los venezolanos señalados de corrupción se encuentran vinculados son temas vergonzosos y sensibles. Por ejemplo, las operaciones de distribución de comida a los pobres de Venezuela a través de sus programas sociales.

Materia hay para que se pregunten los asistentes a tan magno evento cómo es que el gobierno de Maduro exige la liberación y devolución de su impoluto “embajador” Alex Saab a Venezuela, al propio tiempo que captura, presenta en tribunales y encarcela a quien parece ser su más estrecho socio -Álvaro Pulido Vargas- en tan asquerosos y reprobables crímenes. ¿No será más bien que lo que están es protegiendo a Pulido? Una acusación de la justicia norteamericana los hace a ambos responsables del lavado de 350 millones de dólares de toda una red de corrupción montada con funcionarios en suelo venezolano.

Resulta cuesta arriba pretender que todo este escenario de oprobio en el que está envuelto el régimen venezolano, en este preciso instante, pase inadvertido a los convocados a la Conferencia de Bogotá aunque el eje de la reunión sea otro.

Gustavo Petro se ha metido en camisa de once varas al tratar de lavarle la cara a un gobierno inmerso en tan espantoso cuadro de corrupción. ¿Que una cosa no tiene nada que ver con la otra? ¿Que las tratativas de México que se intentan revivir y el escándalo de corrupción en plena efervescencia no tienen relación entre ellos?

De estar yo en los zapatos del presidente de Colombia, me cuidaría mucho de que tal podredumbre no me salpique.

 


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