No es menor el peso que el Estado ha tenido siempre en la vida de los venezolanos. Desde aplicar controles restrictivos a la economía nacional, hasta involucrarse en expresiones culturales y cooptar para sí las áreas de la vida pública. Es de larga data ese talante por dictaminar la vida de los ciudadanos, y es algo que perdura hasta hoy, aún con su crítica y lamentable situación actual.
La planificación centralizada es un concepto con el que tal vez están poco familiarizados los venezolanos, pero es algo que sin duda ha marcado la vida del país durante los últimos 60 años. No son pocos los hechos que dan cuenta de esto. ¿Por qué los gobiernos de Acción Democrática impulsaron el proteccionismo económico en los sesenta y setenta? ¿Por qué un gobierno copeyano decidió invertir en recintos culturales como el Teatro Teresa Carreño? ¿Por qué el gobierno socialista de Hugo Chávez se transformó en una constructora de viviendas públicas?
Esos rasgos dan cuenta de una pretensión estatal por controlar la vida nacional, y ello responde innegablemente a criterios ideológicos. La planificación centralizada fue algo característico en regímenes comunistas, como la Unión Soviética o la Cuba castrista, siempre con los mismos resultados de miseria. En China fue norma igualmente, y lo sigue siendo hasta hoy, con la diferencia de algunas concesiones otorgadas en el plano netamente económico.
Un denominador común en todos esos casos es que el Estado tuvo siempre un tamaño desproporcionado, al igual que ocurrió en la Venezuela de la era democrática-sin por ello tener su origen en esos años-. Este carácter patrimonialista fue lo que le permitió ejercer un poder aplastante sobre diversas áreas; esa arrogancia de la que hablaba Friedrich Hayek, otrora premio Nobel de Economía, según la cual los burócratas pretendían saber lo que convenía más a la gente.
Es cierto que los ciudadanos muchas veces han consentido ese tamaño y su expansión, sobre todo por el caudal del gasto que permitían los ingresos petroleros, pero hoy ese hecho no es más que una ficción del pasado. El Estado no tiene la misma capacidad administrativa que hace 10 años, y difícilmente la vuelva a tener de nuevo. Ante eso, no queda más que liberarlo de tensiones y cargas.
El capital privado puede perfectamente encargarse de desarrollar todas las áreas que en el pasado se le han visto cooptadas. Desde la educación, como hemos mencionado en artículos precedentes, hasta el mismo sistema de salud, la industria petrolera, la explotación turística, la creación artística y cultural, entre otras. Solo hacen falta los incentivos correctos, tanto jurídicos como fiscales.
No es necesario ningún plan preconcebido desde las oficinas de un ministerio para saber, por ejemplo, cuántas posadas construir en las playas del litoral este (estado Falcón). Son áreas que los propios inversores pueden manejar de forma más eficiente, asumiendo pérdidas en caso de errores o ganancias en caso de aciertos.
Cabe referir un hecho que nos sirve para ilustrar el punto aludido: en estos últimos 20 años fueron norma los controles sobre los precios y sobre las divisas extranjeras. Ambas fueron medidas devastadoras de la economía, del tejido empresarial y de la calidad de vida de los consumidores, que fueron quienes finalmente acabaron perjudicados. Pero al menos desde hace un par de años eso se ha flexibilizado, y los resultados permitieron un respiro a la ciudadanía y al propio gobierno.
La liberación de esos controles permitió que mercados populares como los de Catia o Coche se vieran abarrotados de nuevo, a diferencia de años anteriores. Es algo que se debe tener presente, incluso para confrontar a la clase política del futuro: los más beneficiados de esta apertura fueron precisamente los sectores más afectados y desfavorecidos.
Es verdad que son medidas paliativas y que no representan un progreso del país, pero cuando menos otorgan una mejoría frente a la miseria precedente.Para que esto tenga peso real en los indicadores económicos, claro está, sería necesario un cambio económico profundo, impulsado por un nuevo régimen político, y eso luce inalcanzable al menos en el corto plazo.
Mientras tanto, podemos tener conciencia de que la planificación centralizada no es aconsejable, porque ningún gobierno tiene poderes superiores para saber lo que más conviene a su gente. No se debe ignorar que el ejercicio libre de la acción humana es lo que ha permitido la creación de riqueza, que al fin y al cabo es lo que ha impulsado el progreso de las sociedades occidentales.
@anderson2_0
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