Desde los tiempos caraqueños del gobernador Álvarez Bajares y la absurda prohibición del Último tango en París, de Bertolucci, no se ha vuelto a condenar abiertamente el sexo y la pornografía porque ambos desertaron de las salas de cine y se refugiaron en los personales espacios de las computadoras y porque el socialismo de pervertida izquierda ha censurado hasta las apetencias más íntimas. Cuando terminó la filmación del Último tango, Marlon Brando, el protagonista, preguntó a los involucrados en el rodaje: “¿Alguien puede decirme de qué trata esta película?”. La crítica consideró que se trataba de un film anti erótico, frío y confuso. Pero las autoridades copeyanas más atentas en cuidar la salud moral de los venezolanos (¡de la salud política se ocupa Acción Democrática!) se apresuraron a condenarla y prohibirla. Se dijo que por solicitud de Arístides Calvani, que la vio estando en Europa. Fueron muchos los que volaron a Curazao para verla. Finalmente, después de tanto acoso, la hostilidad cesó y el sexo se liberó de los recelos morales y de las acusaciones que lo atormentaban.
Tampoco ha vuelto a repetirse la monstruosidad del Decreto Guinand Baldó (octubre de 1971) según el cual toda película que resultare pornográfica y no estuviese registrada en la Inspectoría de Espectáculos sería decomisada junto con los instrumentos que sirven para su proyección que serán “incinerados y destruidos”. Resultó un decreto tan descabellado que, a pesar de estar publicado en Gaceta Oficial, nunca pudo implementarse.
Son otros los elementos que bajo el socialismo de estúpida izquierda perturban a los venezolanos: la peste roja y el coronavirus, el tsunami de la corrupción, el derrumbe institucional, el fracaso democrático, la pavorosa inseguridad personal y jurídica; no el hambre sino la Hambre, el crimen ecológico, la Guardia Nacional, el exterminio de las comunidades indígenas, el aplastamiento de las utopías.
En una Venezuela que a lo largo de cuarenta años de imperfecta democracia comenzaba a transitar hacia una forma de moderno desarrollo capitalista era normal que los antiguos miedos, tabúes, frenos religiosos y recelos sociales dieran paso a una conducta más participativa en la producción económica y en la vida social y cultural no solo por parte del hombre sino de la mujer lo que permitía liberarnos de un cúmulo de prejuicios y aceptar, por ejemplo, que la literatura y las imágenes explícitamente sexuales en modo alguno son causa de crímenes y fomento de delincuencia juvenil o de actos dirigidos contra la sociedad, o trastornos de conducta o desviaciones sexuales. Nada de esto parece activarse en la actual vida venezolana sometida a trastornos desalentadores como el ruido de las botas militares resonando en todo el país o la presencia del usurpador con la permanente banda tricolor que le cruza el pecho para reafirmar una autoridad que cree tener cuando en verdad nunca la ha tenido.
El militar deshonesto, el civil claudicante, el político de oposición que se arrastra buscando alguna dádiva de manos del sátrapa en lugar de ocupar el puesto que le concede la historia se hunden ellos mismos en un destino ruin y miserable. Sé que no tengo capacidad política para batallar contra la adversidad cívico militar que nos abruma. Como arma, solo tengo mi palabra y por eso trato de agilizarla cada vez más, hacerla más fiel y apegada a los principios que se gestaron en una mente que siempre he mantenido abierta. Antes de ser una voz atronadora y un índice reprobatorio y moralizante he preferido ser la piedra en el camino. Nadie la ve por considerarse insignificante o por el hecho natural de ser el camino su anónima y perfecta ubicación, pero ella ve todo lo que pasa y se enriquece a sí misma. Al igual que la piedra, he visto pasar a lo largo de mi propia vida hechos, personajes y situaciones. He visto desde el silencio de mi anónimo camino las desvergüenzas y alegrías de muchos funcionarios, pero también las de muy altas magistraturas. Cuando han ocurrido en el tiempo en el que yo no era todavía piedra en el camino, los historiadores me rinden cuenta de lo sucedido, lo que me permite constatar que han sido muchos los caudillos civiles o militares y muchos también los adulantes: (¿Qué hora es? ¡La que usted quiera, mi general!), que han navegado por el mismo río: era gente tanto o más mediocre que los que muestran sus equivocaciones bajo el cinismo y la crueldad del chavismo.
¡Pero también sé que en compañía de muchos opositores, como sucedió en Barinas, puedo agarrar la piedra del camino y lanzarla con furia al paso de la satrapía como hicimos el 23 de enero!