OPINIÓN

La picazón de la obediencia

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

Resultante de la casual convergencia de un tweet remitido a mi cuenta de WhatsApp,  una información aparecida en el portal de BBC News y  el estreno (y repetición hasta quién sabe cuándo) de una teleserie checa en el canal Europa-Europa, son estas divagaciones de hoy domingo 27 de septiembre, Día Mundial del Turismo —actividad improductiva cuando se está en cuarentena—, del Contador Público y de una legión de santos, santas,  beatos y beatas, tal gusta precisar a los chavistas, confundiendo sexo y género, encabezada por san Vicente de Paúl. El trino, piado desde #MaduroCriminalDeLesaHumanidad (https://t.co/AjCtbok3jv) es lapidario: «Basta comparar la   rendición de Hugo Chávez con la de Oscar Pérez para entender la diferencia entre democracia y dictadura», y lo barrunto asociado al recién difundido, exhaustivo y demoledor informe de la Misión Internacional de Determinación de los hechos sobre Venezuela, establecida en 2019 por el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, cuyas conclusiones pusieron en evidencia la raigambre delictiva y el talante criminal de Nicolás Maduro, Vladimir Padrino, Diosdado Cabello y una abultada lista de altos oficiales de la FANB y funcionarios de enormes agallas y mínimos escrúpulos, y conmocionaron a la opinión pública dentro y fuera del país, al punto de compeler a pesos pesados de la justicia extraterritorial a (re)clamar sean sentados en el banquillo de los acusados de la Corte Penal Internacional los sujetos señalados en ese expediente negro; pero, ¡cuándo no!, la fiscal Fatou Bensouda se hace la fatua y continúa jodiendo y bensuadiendo la paciencia de los justos.

La información colgada en el portal de la cadena británica de noticias, precedida de una pregunta desprovista de signos de interrogación, “Cuánta gente se necesita que salga a protestar para derrocar a un gobierno (según la ciencia)”, da cuenta de las indagaciones de un grupo de científicos sociales sobre lo acaecido al respecto a nivel planetario, desde 1990, a objeto de calcular la cantidad de manifestantes necesaria para forzar el derrumbe de una administración. Ahorraré al lector los detalles de las pesquisas del equipo liderado por las politólogas Erica Chenoweth, profesora de políticas públicas en la Harvard Kennedy School & Radcliffe Institute for Advanced Study, y María Stephan, directora del programa de acción no violenta del U. S. Institute of Peace, pero no así dos de sus inferencias. La primera es muy importante, pese a aparentar una verdad de Perogrullo: la violencia reduce las bases de apoyo a la contestación; por el contrario, mayores adhesiones activas propician las movilizaciones pacíficas. La otra, respuesta en términos cuantitativos al problema examinado, estipula en 3,5 el porcentaje de habitantes requeridos para forzar la salida del mandón repudiado. Un número muy pequeño a primera vista, pero realmente significativo. La población de Bielorrusia es de poco más de 9 millones, y el 3,5% supera las 300.000 almas. Y se estima en decenas de miles, quizás hasta 100.000 (la agencia Associated Press calculó una vez 200.000) los participantes en las grandes concentraciones en la capital, Minsk

Chenoweth y Stephan también han constatado que los despotismos se las ingenian para darle la vuelta a la resistencia pacífica, valiéndose de las mismas herramientas de sus adversarios: Internet y las redes sociales, caldo de cultivo de la desinformación, las fake news y, en general, de la infoxicación; sin embargo, es amplio el espectro de posibilidades de la insurgencia desarmada y depende en mucho de la creatividad e imaginación de la dirigencia. Ahí están para su estudio y uso adecuado a circunstancias específicas las 198 «armas no violentas» propuestas por Gene Sharp, escritor, politólogo y filósofo norteamericano, las cuales abarcan desde la utilización de colores y símbolos hasta funerales simulados, pasando por boicots a la recaudación tributaria o a procesos viciados de nulidad.

Sharp acuñó, uniendo adverbio y sustantivo, el neologismo nonviolence, e Inspirado quizá en Mahatma Gandhi (1869-1948) —«No hay camino para la paz, la paz es el camino»—, y seguramente  en  el Discurso de la servidumbre voluntaria o Contra uno de Étienne de la Boétie (1530-1563) —«El tirano solo puede ejercer su dominio si quienes son tiranizados lo desean» —  asentó, en algún lugar de su obra magna, La política de la acción no violenta, esta reflexión: «Cuando la gente rechaza cooperar, se niega a prestar ayuda y persiste en esta desobediencia y postura retadora, le está negando a su adversario el apoyo y cooperación humanas básicas que cualquier gobierno o sistema jerárquico requiere. Si lo hace suficiente gente y por un tiempo suficientemente largo, ese gobierno o sistema jerárquico perderá el poder». Para él, Gandhi y La Boétie, toda estructura de poder se basa en la obediencia de los súbditos a las órdenes de los gobernantes; si aquellos no obedecen, estos no tienen poder. Así de sencillo. Las dictaduras se sostienen sobre la obediencia voluntaria del pueblo sojuzgado. Hacer entender a la ciudadanía tan perverso mecanismo de dominación es esencial premisa de cualquier campaña dirigida a derrocarlas. La oposición venezolana ha ensayado sin aferrarse a ellas algunas de sus ideas; consciente de su potencial peligro, Hugo Chávez, en una de sus chácharas encadenadas, tildó a Sharp de amenaza a la seguridad nacional. Hoy, quienes defienden la abstención podrían robustecer su postura con su jiu-Jjitsu político.

Hořící keř es el nombre en su lengua original de la aludida miniserie checa. Burning bush la llamaron en inglés y Sacrificio en español —Antorcha humana hubiese sido más apropiado—. Consta de tres episodios y gira en torno a la autoinmolación a lo bonzo del joven Jan Palach. Constituyó la primera gran apuesta europea de HBO y su dirección le fue confiada a la prestigiosa y laureada realizadora polaca Agnieszka Holland, testigo excepcional de los sucesos narrados en el drama televisual —los recreó, filmó y editó, usando material de archivo, con oficio, soltura y la licencia ficcional permitida a los guionistas de historias «basadas en hechos reales»—, pues,  cuando ocurrió el suicidio del joven estudiante de arte, ella era alumna de la Academia de Cine y Televisión de Praga —gracias a los «intercambios culturales» acordados entre los países signatarios del Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua (Pacto de Varsovia)—; y, además, vivió y compartió la impotencia, estupor y frustración de checos y eslovacos ante la intervención soviética de 1968.

Palach no fue rara avis; dos compatriotas suyos, Jan Zajíc y Evžen Plocek, estudiantes como él, siguieron su ejemplo, para exasperación de las autoridades: un miembro del comité central del Partido Comunista lo injurió, imputándole un «falso suicidio» mal planificado, con base en un inexistente fuego frío. La madre y el hermano recurrieron a una abogada, Dagmar Burešová —verdadera protagonista de la serie—, quien intentó un juicio en su contra por deshonrar la memoria del automartirizado héroe de la resistencia, pero la jueza del amañado proceso sentenció lo de antemano dispuesto por el secretario general del PCCH. Cualquier parecido con nuestra realidad judicial es mera coincidencia. En Polonia, ardió, por decisión propia y con anterioridad a los checos (8 de septiembre de 1968), el contador y profesor Ryszard Sywiec, en un evento —Festival Nacional de la Cosecha —, presenciado por la nomenklatura y unos 100.000 espectadores. El hecho, silenciado entonces con la brutal eficiencia de la Służba Bezpieczeństwa o SB, a secas (policía secreta), salió a la luz, conjuntamente con todas sus vergüenzas, miserias y horrores, cuando el comunismo se desmoronó; en Irlanda, una prolongada huelga de hambre puso fin, en 1981, a la existencia de una decena de militantes del IRA —aquí, una acción similar precipitó el fallecimiento, en agosto de 2010, del agricultor Franklin Brito. En tal oportunidad, el redentor no dijo ni ñe. No conmueven a Maduro las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales; no logra perturbar crimen alguno, sin importar cuán atroz sea, a quien lo ordena—. En este punto se preguntarán quienes se han tomado la molestia de leernos ¿qué buscamos revistando formas de lucha probadas en otras latitudes? La respuesta es simple y puede parecer ingenua. Procuramos contribuir a su comprensión con miras al diseño de una estrategia capaz de sumar voluntades y ganar por las buenas esta carrera de resistencia. No podemos ni debemos inmolarnos —sería muerte inútil a ojos de una usurpación incombustible, y pecaminosa a los de una comunidad predominantemente católica—; empero, tampoco nos es dado abandonar la maratón, aunque la meta luzca lejana. Llegaremos. Exhaustos, sí, pero llegaremos y cantaremos victoria, si se impone la sensatez, se toma conciencia de la necesidad de concertar esfuerzos en una plataforma única y no se acatan los mandatos del hegemón. No existe sarna con gusto, sino picazón con miedo. Y se nos acabó la cuerda. Antes del hasta luego, debemos aplaudir la iniciativa del presidente interino, Juan Guaidó, solicitando a la ONU activar la responsabilidad de proteger al pueblo venezolano, y vocear un superlativo ¡hurra! a los pobladores de Chivacoa y Urachiche. Ellos son el germen de nuestro 3,5%.