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La pícara estelar en las calles y academia de Caracas (Parte I)

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La hermosa joven caraqueña, única, ilusionada en sus metas y mejor aún, más allá de su aspiración por sus metas, trabajando por ello con arduo esfuerzo. Única, de un temple de admirar. Cuando sonríe se forma un arcoíris que nace desde el Ávila y cae en lo espeso de los árboles en el Parque del Este o en el Parque de Los Caobos, o en lo bullicioso de las calles cercanas a La Previsora.

Hermosa como ella sola. Con un carácter indomable. Su voluntad es eterna como lo es la belleza del universo que alberga en sus ojos. Su tez es increíblemente hermosa y delicada como la brisa templada de un día claro en la capital de este país bendecido por tanta belleza.

Capaz de venir desde el frío de Los Teques hasta la Caracas caótica, y caminarse toda esta locura de calles desfiguradas por trazos históricos de incongruencias políticas o gestiones inentendibles de utilidad en su accionar. Pero vaya que vale acompañar su caminar, y así lo hace y llega hasta Las Mercedes, ni un tropiezo, ni una sola muestra de cansancio, su sonrisa, parece no haberse dado cuenta, pero su sonrisa está intacta.

¿Lo ha hecho por algo material? No. ¿Lo ha hecho por una exquisitez gastronómica? No. ¿Lo ha hecho para ayudar a otros? Sí.

Eso solo estremece el sentir propio como el frío anómalo de Los Teques, pero endulza tu alma como las fresas de la Colonia Tovar. Sublime su determinación. ¿Cómo es posible que exista un ser tan agraciado? ¿Por qué la vida me ha puesto semejante milagro a mi lado? Prefiero vivir la mortalidad disfrutando de su existir que pensar por qué respiro aire.

La lluvia del Caribe ha llegado a La Guaira, el Ávila resiste el embate de una marea convertida en un aire tempestuoso, pero el Humboldt marca el límite de dominio en la naturaleza caraqueña tropical, y se desvanece como misterio de fábula tras una cortina cristalina que empieza a descender por ese muro verde e imponente.

Ha salido de su rutina. Luce segura, carismática, llena de euforia, alegre. Qué bendito milagro me ha dado la vida. Majestuosa alma caribeña, indomable e imponente como su inmortalidad de Andrómeda la define bajo el cincel de la sabiduría llamada misticismo inmortal. Ser de luz.

Si ya no fuera suficiente su presencia derrumba esa cortina cristalina, el Humboldt renace, el Ávila florece, las guacamayas afloran en los cielos y las calles tortuosas de esa Caracas golpeada por tanto son ahora una alfombra de colores vivos, de adoquines entremezclados de épocas pasadas que reciben cada pisada de esa hermosa dama pensando en su futuro con bravura y a la vez con dulzura.

El alma caraqueña la tiene cada joven de esta gran ciudad, y el alma del país le pertenece a la mujer venezolana, pero, vaya que este ser a mi lado trasciende a cualquiera.

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