A todos los médicos y periodistas venezolanos
Como se sabe, al cúmulo de calamidades que viene padeciendo Venezuela se suma el coronavirus o covid-19. Es decir, éramos pocos y a la abuela se le ocurrió dar a luz, siendo que el llamado del régimen a parir seis muchachos fue para las mujeres más jóvenes. O como diría Fausto Verdial, “para más INRI”, otra penuria se suma al no corto rosario de dificultades que nos aquejan.
El país tiene el derecho de saber, de informarse, de estar comunicado por todos los medios. Se trata de otro derecho humano previsto en la Constitución nacional. No puede la ley seguir siendo letra muerta.
Dicho sea de paso, aunque no estuviera en la carta magna señalado, basta que ese derecho sea inherente a la persona humana para ser protegido por la legislación. Se recuerda aquí que los derechos son expresados en forma enunciativa, y nunca taxativa ni limitativa.
Los periodistas deben cumplir con su trabajo y los médicos el suyo. Ambas disciplinas merecen –hoy más que nunca– el respaldo y el reconocimiento de la colectividad, y desde luego, recibir las garantías por parte de las autoridades, de modo que no se vean de ningún modo coartadas sus actividades, ni restringido el ejercicio y cumplimiento de sus profesiones.
Mi admiración por la seriedad y el profesionalismo, aspectos estos evidentemente ausentes en los canales y en todos los otros medios hoy en manos de la garras de la peste. Quizá haya alguna excepción, pero ahora no la preciso.
Hoy rechazo, condeno y desapruebo toda manifestación populista que pretenda aprovecharse de las miserias del pobre, de sus sueños y esperanzas. Resulta detestable e inadmisible todo gesto de patrioterismo, ese combustible muy peligroso, máxime en manos de unos necios de ideas explosivas y planes diabólicos.
Repudiable también ese afán intimidatorio, la intolerancia a toda muestra de periodismo serio, responsable y valiente, así como a los testimonios de nuestros valientes y aguerridos médicos enfrentando la situación pandémica que en cierta medida ha llegado a Venezuela.
Vergüenza da seguir viendo la consabida adulación de los sumisos ante el poder despótico del mandón de turno.
A todo evento conviene señalar, que no apoyamos insultos ni denuestos de ninguna naturaleza, y que la responsabilidad penal es personalísima e intransferible, de modo que no habría lugar ni asidero alguno que pudiera servir para sostener acusaciones en tal sentido en contra de nuestros periodistas ni médicos, ni contra ningún otro profesional que exprese su opinión sobre la crisis sanitaria que se vive en el país.
Es una locura sugerir –aunque por asomo– que los profesionales aludidos pretendan incendiar aún más a Venezuela, ni que apuesten al fracaso de cualquier plan orientado a enfrentar la situación o apoyen cualquier hecho que ayude a acrecentar las ya graves circunstancias en que nos encontramos.
La peste roja pretende escudriñar, interpretar y condenar el silencio. ¡Peligrosísimo!
Se castiga por hechos, no por intenciones. El pensamiento no delinque (cogitationis poenam nemo patitur).
El periodismo no debe estar sometido a las limitaciones sancionadas para los otros tres poderes, ni tampoco por los antojos del poder. Se quiere –queremos– prensa libre en todos los sentidos: que no haya ley que la reglamente alegremente, ni esté sujeta a los ataques de la mandonería.
Y en cuanto al ejercicio de la medicina, es harto conocido las condiciones en que se encuentra el sistema sanitario en el país. Los médicos trabajando con las uñas. Son héroes y no de fantasía. Están echando el resto, corren riesgos y su actuación merece, como dije, todo nuestro respaldo. Las farmacias convertidas en refugios de oración, los hospitales en depósitos de enfermos desasistidos y los cementerios esperando para las exequias, “si es que hay con qué pagarlas, si no, pues veremos que se inventa”, parafraseando al poeta Rubén Blades.
No olvidemos que el derecho a la libre expresión es fundamental; esencial a la lucha para el respeto y promoción de todos los derechos humanos. Al no tener esa posibilidad o la habilidad de opinar libremente, de denunciar injusticias y clamar cambios, estamos condenados a la opresión.
Siendo aquel uno de los más amenazados, tanto por gobiernos represores, como por personas individuales que quieren imponer su ideología, callando a los otros, resulta ineludible e impostergable luchar incansablemente por su ejercicio, tomando partido en toda iniciativa que nos permita tener voz ante las amenazas que atenten contra los más caros y altos intereses del país o los derechos
Que no haya ni se levanten cercas gremiales a su profesión; que cualquiera pueda editar periódicos, tener y regentar medios de comunicación, ejercer su oficio. Que los dueños de estos no controlen las opiniones de quienes escriban o se expresen en ellos. Tampoco el poder. Ni censura oficial ni censura capitalista. Resulta insoportable que los gobiernos controlen la prensa.
Pido libertad irrestricta para los medios. Yo también exijo respeto al libre ejercicio periodístico y a la labor que en esta hora aciaga, y siempre, cumplen nuestros meritorios médicos venezolanos.
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