En el escenario de la política, el levantamiento de las sanciones petroleras y financieras contra Venezuela fue como abrir una puerta que, una vez franqueada, se convirtió en un dilema angustiante para el gobierno autoritario de Maduro. Esa puerta impedía la suspensión de la primaria del 22 de octubre, y el régimen se halló atrapado en su marco, sin margen para tomar una decisión que evitara el cumplimiento del proceso electoral que le ha puesto al frente a una candidata legitimada por más de 2 millones de votos, una figura política radical que perturba profundamente sus sueños.
Ante esta disyuntiva, el gobierno desplegó su «Plan B», un plan maestro de desacreditación que recorrió como un torrente en fila india, encabezado por los más altos voceros del régimen: Diosdado, Maduro, Cilia, Jorge Rodríguez y Tarek William Saab. Finalmente, este plan culminó en una sentencia conjunta del TSJ que, en una suerte de pirueta surrealista, «suspendió todos los efectos de las distintas fases del proceso electoral conducido por la Comisión Nacional de Primaria», incluyendo la proclamación de María Corina Machado. Esta danza judicial desconcertante y absurda nos habla de la magnitud de la herida que infligió y la cólera que desató el régimen por lo acontecido el 22 de octubre.
En su alegato, a través de esas voces que arrojan insultos y amenazas, veladas y directas, y acciones judiciales contra los miembros de la Comisión Nacional de Primaria, el gobierno ha intentado presentar supuestos elementos «razonables» para respaldar su acusación de «fraude» y «estafa», utilizando argumentos inverosímiles para judicializar el proceso electoral. Este ataque, cuyas notas desafinadas resuenan con estridencia, tiene como propósito erigir un muro que impida a los vastos sectores (alrededor de veinte millones de venezolanos) que, por diversas razones, no participaron en la primaria, contemplar lo ocurrido aquel día y sumar su apoyo.
No obstante, detrás de este tumulto y la cortina de humo que lo envuelve se esconde el miedo del gobierno, que ha desencadenado este arrebato desmedido. Se intuía su llegada, y se suponía que respuestas adecuadas y oportunas se encontraban a la espera. Aun así, desconocemos si estas previsiones se gestaron, pero las respuestas hasta el momento parecen haberse extraviado en el laberinto de la contingencia. Sin embargo, este desatino no debe arrastrar a la oposición hacia el extremismo, una artimaña en la que el gobierno busca emboscarla como un león agazapado en la maleza.
¿Acaso estamos adentrándonos en un nuevo escenario de confrontación interna?
Nos aventuramos en un territorio incierto, un sendero laberíntico que serpentea a través de las sombras. La pregunta que flota en el aire es un misterio tan inquietante como crucial, como una esfinge antigua cuyos enigmas aguardan ser desentrañados.
La pregunta que se cierne sobre Venezuela es tan inquietante como crucial. El gobierno de Maduro empuja hacia la dirección del conflicto, como si este fuera el medio más propicio para la supervivencia de su régimen. Si echamos un vistazo al pasado, seguramente encontraremos que esta estrategia le ha resultado beneficiosa en ocasiones anteriores. Maduro podría ver en ella la clave para arrastrar a la oposición hacia un terreno peligroso, como si fuese un hechizo irresistible. Sus cálculos podrían indicar que la alta polarización, los enfrentamientos en las calles, las conspiraciones y las amenazas de invasión son el escenario ideal para sus intereses.
El reciente triunfo de la señora Machado y su facción radical en las primarias les ha otorgado un poder y una relevancia considerables en el ámbito político. Desde la perspectiva de Maduro y su gobierno, esto podría ser la clave para componer la sinfonía del conflicto, dado su historial. Ahora bien, queda por verse cómo reaccionará este sector cuando se le retire la posibilidad de inscribir a la señora Machado como candidata presidencial para 2024, lo cual podría desencadenar la ira esperada por el gobierno. Sin embargo, lo más crucial será si la población en general cederá a la tentación de abandonar la vía electoral en favor de la fuerza, especialmente después de comprobar que Maduro se encuentra a la deriva, atrapado en el vórtice de la impopularidad.
Algunos indicios, como la adopción de la bandera de las siete estrellas y la evidente incomodidad de la señora Machado al emitir discursos moderados, pueden ser las brújulas que orientan las esperanzas del gobierno hacia el abismo del conflicto. Sin embargo, el hecho de que, a pesar de estas señales y su inclinación por ver la política en blanco y negro, que la coloca siempre al umbral del extremismo, la moderación prevalezca, es un testimonio vivo de la resiliencia de la esperanza. En política, la esperanza es como un faro que ilumina los desfiladeros más oscuros del camino, y es la última en claudicar ante las sombras de la incertidumbre.
¿Hasta dónde puede llegar el gobierno en su estrategia política?
El gobierno danza como un equilibrista en una cuerda floja. Hasta el momento no ha presentado una oferta electoral, sus movimientos son como piezas de ajedrez en un tablero desgastado, sin ofrecer una melodía que acaricie el alma de la nación y revierta la pesada sombra de su rechazo popular. En lugar de ello, se aferra a la idea de convertir los ingresos adicionales, que vendrán con el levantamiento de las sanciones petroleras y financieras en 2024, en una especie de elixir milagroso, quizás algo parecido a un nuevo «dakazo», o cualquier artimaña que la imaginación del poder pueda forjar. Pero no hay que subestimar la maestría de este mago en el arte de desconcertar a las masas.
Este cálculo ha llevado al gobierno a aceptar que las elecciones presidenciales se celebren en el segundo acto del año 2024, como una estrategia para ganar tiempo y esperar que sus medidas populistas surtan efecto, sobre todo entre los corazones chavistas desencantados. Sin embargo, el paisaje en el mundo chavista es un panorama diferente, un telón que oculta los lujos y derroches de la cúpula, resultado del asalto implacable a los fondos públicos. Este cuadro es conocido por las bases y se asemeja a un retrato al óleo empapado en desprecio. El anhelo de calmar el descontento en su base, aunque no sea un objetivo inalcanzable, parece una melodía extraordinariamente difícil de componer. La población está exhausta de las falsas notas que el gobierno entona, una sinfonía que, tal vez, aún no comprende en su totalidad, pero que, como una sinfonía que inexorablemente llega a su clímax, deberá enfrentar tarde o temprano.
En este marco de rechazo popular y ausencia de alternativa oficial convincente, se nubla el entendimiento de Maduro y empuja la elección hacia la radicalización, como un cuadro surrealista que explora territorios antes considerados fuera de la lógica. La suspensión de las elecciones presidenciales o la búsqueda de un sustituto para Maduro, ni de vaina escogido por primaria, se susurran en las sombras de los pasillos del poder para una mejor perspectiva de supervivencia. Y como bien se sabe, cuando el río suena…