«Seré implacable con los que, obcecados en sus crímenes, resistieren el suave impulso de la verdad y la justicia, y prefirieren el escándalo de una guerra fratricida y legar a sus descendientes la infamia y el oprobio». SIMÓN BOLÍVAR
La destrucción de la política -a juicio de calificados y expertos sociólogos internacionales- ha sido un proceso gradual y sistemático por obra de quienes llegan a cargos públicos con una larga cauda de resentimiento y odio. La política, actividad noble y superior, vital para la adecuada organización de los asuntos humanos, ha llegado en estos últimos tiempos a niveles de degradación increíbles e insoportables.
La perversidad política no es otra cosa que la inversión de todos los valores, lo que lleva a que una actividad decente y necesaria se convierta en un ejercicio perpetuo de daño intencional, de improvisación recurrente y de maldad sistemática, que degrada y desprestigia a la política.
El llamado caciquismo, vieja lacra de los sistemas políticos que fundan su autoridad en el carisma o la tradición en lugar de en las leyes y las instituciones, sigue blandiendo sus banderas en el nuevo milenio. Manuel Gómez Morín hablaba del “caciquismo voraz e irresponsable… que obscurece y deprime la vida local y hace sentir hasta en las poblaciones más remotas, el peso degradante y ruinoso de la incapacidad irresponsable y de la explotación destructora”.
De tal manera que los efectos del caciquismo en la vida pública son devastadores: “Producen la esterilización de la vida local, la formación de un centralismo agobiador, el establecimiento inevitable de una cadena de complicidades que se extiende a todos los grados de la vida oficial, porque hace depender a los municipios y a los gobiernos locales de la maquinaria política y a ésta, a su vez, la sujeta a una innombrable vinculación con todas las mafias políticas”.
Por tal motivo, el espíritu ciudadano es fuente de vitalidad y raíz de la participación cívica decidida. Los valores espirituales superiores, cuando iluminan la política le dan autenticidad, representatividad, confianza y credibilidad. La política es suprema actividad ordenadora y privilegio exclusivo de la persona, y el camino del buen quehacer político.
La crisis en que está inmersa la política en nuestro país, se ha convertido en un ejercicio deprimente, propicio para las mafias, el pillaje, la ratería y diversas formas de perversidad que campean y gobiernan, generando la impresión de que todo es maldad.
La perversidad se adueña de la política cuando destierra la ética de la vida. Platón, en su célebre obra República propone una brutal formación para quienes debían ser los guardianes de su ciudad ideal: “Habría que imponerles, trabajos, sufrimientos y competiciones, y sí sale airoso, hay que erigirlo en gobernante y guardián del Estado y colmarlo de honores en vida…”.
Sin eufemismos de ninguna naturaleza, los hechos ocurridos el pasado domingo con las elecciones presidenciales dejan mucho que desear por la apresurada manera de proclamar como reelecto para un tercer periodo a Nicolás Maduro, con apenas 80% del escrutinio de los votos. Deja mucho que pensar está irregular situación, razón por la que el país pone en duda el legítimo triunfo del oficialismo.
¡Amanecerá y veremos!
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