OPINIÓN

La perversa “lotería de la cuna”

por Sergio Díaz-Granados Sergio Díaz-Granados

Que América Latina es una de las regiones más inequitativas del mundo no tiene discusión. Desde la época de la colonia la mala distribución de la riqueza y las oportunidades nos ha caracterizado de manera persistente. Si bien diversos indicadores de desarrollo económico y social muestran una mejoría notable a lo largo de las décadas pasadas, los desequilibrios de siempre continúan.

Entregar un diagnóstico actualizado, que además incorpore elementos que sirvan para cambiar el estado actual de las cosas, fue el propósito del Reporte de Economía y Desarrollo que elaboramos en CAF y viene de salir a la luz pública. “Desigualdades heredadas” es el título del estudio, el cual se centra en la escasa movilidad intergeneracional como causa de lo que nos pasa.

El diagnóstico confirma que experimentamos un fenómeno que tiene mucho de inercial y encuentra sus raíces en la perversa “lotería de la cuna”, pues factores como el lugar de nacimiento, las características del hogar, el género y la pertenencia a un determinado grupo étnico actúan ya sea como un lastre o como un facilitador para desempeñarse en la vida. Tanto en lo que respecta a posibilidades de buena formación de capital humano como de acceso a empleos de calidad y acumulación de activos, los dados están cargados en favor de unos y en contra de otros.

Un caso típico es el de la educación. Mostramos como la proporción de hijos nacidos en la década de 1980 que logró finalizar estudios universitarios y que venía de familias cuyos padres no la completaron es apenas del 12%. Por el contrario, esa probabilidad para quien tenga padres educados se acerca al 50%.

Puntos de partida que son distintos en la práctica acaban determinando la suerte y el futuro de una determinada persona una vez llega al mercado laboral. A lo anterior se suma que la informalidad prevalece mucho más entre los hogares más pobres, a los cuales se les dificulta ser dueños de una casa o legalizar un título de propiedad. Mención especial merece el caso de las mujeres cuyas desventajas son todavía mayores y se quedan atrapadas en trampas que impiden progresar.

De tal manera, habitamos en una región en donde lo que les pase a nuestros hijos o a nosotros mismos está preestablecido por factores ajenos al control de cada uno. Hay movilidad social, pero mucho menos que en otras latitudes en donde el terreno es más llano para todos.

Sin lugar a dudas, muchos de los flagelos que experimentamos son a la vez causa y efecto de lo que afirmo. Aparte de lo censurable que es la falta de equidad desde el punto de vista del desarrollo individual, esta impacta negativamente el crecimiento o la estabilidad política e institucional, corroyendo la confianza de los ciudadanos en la democracia.

No en vano surgen protestas ante la percepción de que salir a la calle es una manera de presionar soluciones que no llegan a través de los canales establecidos. Otros azotes como violencia o actividades ilícitas, incluyendo el narcotráfico, se alimentan en el caldo de cultivo de las injusticias.

Debido a ello el informe que dimos a conocer también es un llamado a la acción y fortalecer la presencia del Estado. Para comenzar, hay que nivelar las condiciones de partida relacionadas con el acceso y la calidad del aprendizaje desde las edades más tempranas. Lo anterior requiere complementarse con mercados laborales que promuevan la movilidad y busquen igualar el potencial productivo de los trabajadores. A ello necesitan sumarse políticas que pasan por el acceso al crédito formal o el fortalecimiento de los esquemas de protección social, entre otros.

En este marco, CAF como el banco de la recuperación económica y social de América Latina se ha propuesto impulsar inversiones en las regiones y sectores de la población más vulnerables, como los afros e indígenas. Un ejemplo de ello es el Programa de Prosperidad en Colombia que, a través de un financiamiento por un total de 1.200 millones de dólares y la constitución un fondo de pre-inversión, dirige sus acciones en las regiones más pobres del país para promover una mayor equidad e inclusión social, así como para impulsar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Ganarle la batalla a la desigualdad no es fácil, pero es lo que nos conviene a todos. Hay maneras concretas de hacerlo que exigen voluntad, liderazgo y visión de largo plazo. En CAF estamos apoyandoesta tarea crucial para el futuro de la región.