«Todo acto de autoridad de hombre a hombre, que no se derive de la absoluta necesidad, es tiránico» (Cesare BECCARIA: Dei delitti e delle pene, 1764)
La eternidad es una entelequia a veces, empero mito en otras ocasiones. Quienes inescrupulosa, pública e insólitamente se arrogan perfecciones propias de divinidades lo hacen con el propósito de ser percibidos como «entidades eternas». Esa misma y desquiciada gentuza de la élite política mundial que se cree fabulosa también la estigmatiza como «mito». Es decir: sin ser un adjetivo, los vocablos relacionados con el fetichismo político declinan en forma de dos calificativos: «[…] Nuestro Líder Eterno […]» y «[…] El Líder Mitológico […]»
En ambos casos, nada bonísimo encierra la intención de convocar (en masa) a ignorantes e ingenuos para persuadirlos de mirar a ciertas mujeres u hombres como «fantásticos» o «providenciales». Entre las tragedias que la Humanidad ha padecido, muchas fueron anunciadas mediante «La que Propaga y Anda»: inclusive antes de las transformaciones tecnológicas que acercarían a las personas mediante la instantaneidad de la comunicación social. Las aldeas ya no lo serían más.
Para no atribuírselo al Compendio de Perogrulladas Populares, lo que en materia de Filosofía se categoriza como Razón Suficiente confirma que todos nacemos libres y que esa inmutable e inalienable condición de racionales implica una especie de licencia para forjarnos una «personalidad»: perfectamente vendible, con plus-valía de Wall Street, y que tanto pudiera cotizar a la baja o alta virtud a la misteriosa institucionalidad capitalista de la «oferta y demanda». La cual podrías forjarte desde tu iniciación en la edad adulta y cuando a tu primogénito le des por nombre Magno Inclemente Maximus. Será el vástago que te sucederá en el mando, aun cuando presumas perpetuidad en funciones de gobierno.
En nuestro continente, los auto-investidos «eternos» imaginan haber nacido en Teotihuacán (mítico territorio de dioses mesoamericanos) y por ello cada uno de sus actos comporta inmunidad que igual impunidad. Maníaca y macabramente, nuestros miserables pueblos son agitados por lastres sin talento ni doxia: pero que (con mínima astucia y alianza de «La que Propaga y Anda») logran ser vistos imprescindibles o únicos aptos para gobernarlos. Por ello no asombra mirar a nuevo-ricos e imbéciles llamados Maximus desafiar a incautos en improvisados pódiums y en distintos países. Las tres o cuatro estupideces que suelen proferir sólo provocan asombro a sus iguales: algunos frente a medios de comunicación internacionales proclives a la exaltación de ridiculeces o frivolidades como el nacimiento de príncipes reales o los apetecibles traseros de actrices hollywoodenses de origen latinoamericano.
Solo cumplo con anunciarles a los rastacueros de marras que ni en sus mortajas serán eternos pontífices. Que sus presencias en nuestra temporalidad existencial son lesivas y, por tal causa, tienen la alternativa de contrición apartándose de las sociedades que los abominan y que destruyen.
Los «actos de autoridad» de quienes se eternizan en funciones de mando sólo lucen vergonzosos, pervertidos y criminales. Ninguna enseñanza positiva deja a seres racionales los procaces en nuestro humano destino.
@jurescritor