OPINIÓN

La Perpetua

por Ignacio Ruiz-Quintano Ignacio Ruiz-Quintano

 

En el plebiscito de Moldavia para ingresar en la UE de Ursula von der Leyen, la que nadie ha votado, los medios europeos, que ignoran la diferencia, decían «referéndum», en el cual, cuando parecía ganar el ‘no’, denunciaban «¡injerencia rusa!», pero cuando al final ganó porque sí el ‘sí’, entonaron el ‘hosanna’ liberalio. Y es que en las patocracias el voto tiene el mismo valor que la blanca doble en el dominó, cosa que ya sabía Romero Robledo, seguro, el hombre, de que, si un voto sirviera para algo, votar estaría prohibido. ¿A qué vienen, pues, esas colas domingueras para votar?

Instruido, dice él, por la última fase de la dictadura, donde se votaba pudiendo no hacerlo sin riesgo, Trevijano, el último demócrata que ha dado España (el otro fue Francisco Miranda) tuvo la intuición de que la pasión de votar proviene de un sentimiento del deber derivado de otra pasión más profunda: la pasión de obedecer.

—Y junto a ella, esas pasiones populares que comunican a los espíritus pobres o lúdicos la gran sensación de estar determinando, con su entrega a las corrientes gregarias, el orden de la sociedad.

El voto podía ser determinante en la «democracia representativa» de Hamilton, quien ya observó la «alarmante indiferencia en el ejercicio de tan valioso privilegio», palabro del que se vale el Partido Demócrata de Obama para acabar… con el voto, carente de sentido en un sistema que ha petado. El Congreso, recuerda Yarvin, no es ya un órgano parlamentario, sino burocrático, un sistema de comités.

—Los congresistas son recaudadores de fondos, no estadistas, y dejan todo el trabajo ‘legislativo’ a sus equipos, que lo delegan en grupos de presión y activistas. El resultado es un sistema de monstruosos proyectos de ley ómnibus que nadie lee en su totalidad y que no se parecen en nada al sentido histórico de la palabra ‘ley’.

La izquierda académica de Sheldon S. Wolin admite que lo técnicos políticos de Superpoder «ven con agrado la apatía de los votantes, dado que la política viene a reproducir la estructura y la cultura del capitalismo corporativo: racionalizada, capitalizada, dirigida, dominada por elites, ferozmente competitiva y dependiente de la tecnología». La controversia teológica sobre el voto ha vuelto a poner de moda entre los gringos a Schmitt (así, el libro de Ellen Kennedy), que veía en la práctica de la democracia indirecta el modo de ignorar precisamente al pueblo reunido como tal, porque es propio del ‘bürgerliche Rechtsstaat‘ ignorar al soberano, y los compromisos institucionales de las constituciones modernas están diseñados para ignorar a ese pueblo. «La pasión de votar –concluye Trevijano– instrumenta la enajenación partidista del pueblo y asegura la vida de una clase gobernante oligárquica y degenerada, que en su origen, durante el Directorio, se llamó ‘perpetua’.» Son los banqueros de Pla, unos señores que os dejan el paraguas…cuando hace sol.


Artículo publicado en el diario ABC de España